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Channel: Diario de un artista desencajado
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“La escuela moderna”, de Francesc Ferrer i Guàrdia: actualidad de una propuesta pedagógica revolucionaria.

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      La escuela moderna: La insólita peripecia vital de un pedagogo anarquista cuya obra deja obsoletas muchas de las propuestas educativas actuales o cuando ideología y vida aún cabían inextricablemente en las biografías.


Al margen de lo chocante que resulta saber que la nueva alcaldesa de “la gente” de  Barcelona escogiera a un aventurero político como Companys en vez de a un pedagogo anarquista para rendir tributo a su memoria, habiendo sido ambos fusilados en el Castillo de Montjuïc el mismo día de diferente año, me temo que sea entre poco y nada lo que quede en la memoria ciudadana, y aun profesional, de la vida y la obra del pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia, un teórico del anarquismo pedagógico y del político, si bien al primero dedicó todos sus esfuerzos profesionales y propiamente su vida.
A principios del siglo XX , las mentalidades forjadas en el XIX aún tenían ciertos componentes heredados que, a día de hoy, incluso nos resultan sorprendentes, cuando no contraproducentes. La vida de Ferrer y Guardia tiene mucho de vida agitada al servicio de sus ideas republicanas, primero, y anarquistas después, lo que lo llevó al exilio en París, adonde fue en compañía de su mujer Teresa Sanmartí, con  quien tuvo cuatro hijos y con quien, como en cualquier divorcio de nuestros días, a punto estuvo de aparecer en la sección de sucesos de los diarios, mucho antes de su ejecución política como inspirador –le acusaron– de la insurrección de La Semana Trágica. El caso es que el desacuerdo con su mujer sobre la custodia de sus dos hijas mayores, llevo a su mujer a intentar asesinarlo. Ferrer i Guàrdia no puso denuncia alguna, pero aún hubo otro intento de asesinato, con pistola, por parte de su mujer, ninguno de los cuales fue mortal para el pedagogo. Más adelante se casa con Leopoldine Bonnard, una pedagoga, con quien tiene un hijo, Riego, de quien, finalmente, también se separará para acabar uniéndose con una colega de su obra pedagógica La Escuela Moderna, que puede llevar a buen término en Barcelona porque una antigua alumna suya francesa, Ernestina Meunier, le dejó una herencia de un millón de francos franceses. Decidido a poner en práctica sus ideales pedagógicos anarquistas, Ferrer i Guàrdia abre en Barcelona una escuela en la que, con algunas épocas de cierre forzado por la autoridad, va a ejercer su magisterio durante un periodo de ocho años, de 1901 a 1909.
La reflexión pedagógica suele, como el sueño de la razón, alumbrar no pocos monstruos, como bien sabemos quienes fuimos impelidos a aplicar un sistema, el constructivista de la LOGSE, que ha acabado prácticamente con la escuela pública, antes con cierto prestigio, en detrimento de la escuela concertada y privada, refugio de quienes buscan, supuestamente, lo mejor para sus hijos. Es por ello que me he acercado con vivo interés al libro en el que Ferrer i Guàrdia reunió sus experiencias para transmitirlas a cuantos ejercen la indispensable labor de la enseñanza, en cualquier nivel, porque todos, desde Parvulario hasta la Universidad son igualmente importantes, al funcionar a modo de castillo humano, como los populares de  Cataluña, en los que la base ha de ser lo suficientemente fuerte como para poder elevar el resto de los pisos.
Sin tener una vocación definida como profesor, me acerqué a la profesión con una sola ambición: ser útil, y darles a mis alumnos aquello que, desde mi especialidad, la Filología Hispánica, me veía capacitado para ofrecerles: ayudarles a saber leer y escribir lo más correctamente posible, amén de conseguir, si ello fuera posible, un estilo propio, una manera personal de manifestarse oralmente y por escrito. Las derrotas han sido innumerables, magros los éxitos y por toneladas de ceniza muerta, sin rescoldo alguno, pueden contarse las indiferencias recogidas en las aulas. Más aún cuando las autoridades, especializadas en no dar a los alumnos aquello que les conviene, sino lo que desde su paternalista visión de la vida creen que ellos necesitan, decidieron ampliar la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 16 años, modificando, además, la doble vía Bachillerato y Formación Profesional para conseguir arruinarlo todo. Hoy me estremezco al leer que quieren elevar tal disparate hasta los 18 años…
Ferrer i Guàrdia, a pesar de cierta convencionalidad de aspecto con que ha pasado a la posteridad en los retratos que se conservan de él, a partir de los cuales casi nadie podría deducir su ideología anarquista y revolucionaria, fundó una escuela, La Escuela Moderna, en la que pretendió llevar a la práctica un modelo de enseñanza que se apartaba radicalmente del que era común en su época. Lo sorprendente de la lectura de su libro es que muchos de aquellos principios y no pocas de las prácticas cotidianas en su revolucionaria institución aún lo son en nuestros días, como veremos inmediatamente. Tener capital suficiente para afrontar la creación de una institución como la suya fue el mejor golpe de suerte en su vida de que disfrutó Ferrer i Guàrdia, quien, en el exilio, vivió las estrecheces propias de quien ha de defenderse, como él lo hacía, dando clases de español. Es llamativo que, en vez de mejorar su condiciones de vida, invirtiese ese millón de francos en la creación de una escuela que permitiese a sus alumnos prepararse para ser los forjadores del futuro del país a partir de la forja de sus propias personas, porque la voluntad de transformación social de la Escuela Moderna es tan inequívoca como el proyecto de contribuir a la formación individual de la persona, de quien ha de depender la primera, siguiendo su pensamiento anarquista. Al margen de su labor académica, Ferrer i Guàrdia fue el editor de un diario La Huelga General, que fue suspendido porque uno de sus redactores, Mateo Morral, fue el anarquista que lanzó la bomba contra la carroza real que llevaba al recién casado Alfonso XIII por las calles de Madrid, la cual, al tropezar con el tendido del tranvía, acabó matando a 25 personas que contemplaban el paso de la comitiva real, en vez de acabar con la vida del rey, quien salió ileso. Ferrer i Guàrdia también fue detenido, así como Soledad Villafranca, amante de Morral, pero ambos fueron absueltos. Soledad Villafranca, profesora de La Escuela Moderna, y anarquista como Morral y Ferrer, acabó siendo la última pareja del pedagogo, después de separarse éste de Leopoldine Bonnard, quien permaneció en Francia
[Dejo anotada aquí la sugerencia de investigar sobre esa notable mujer, Soledad Villafranca, porque a quien lo haga le será muy fácil sacar una novela biográfica muy digna de leerse con apasionado interés, a poco que sepa escribirla sin una retórica demasiado desaliñada]. 
Mateo Morral, cuya vida daría pie para una entrada de este y de cualquier Diario, huyó después del atentado, pero fue detenido en una venta cerca de Torrejón de Ardoz. Lo delató, al parecer, el acusado contraste entre sus finas maneras burguesas y su atuendo, un mono de mecánico, además del fuerte acento catalán. En el curso de la detención, fue ejecutado en oscuras circunstancias que impidieron resolver el misterio de aquel atentado, porque el informe oficial habla, contra la lógica indiciaria del examen forense, de que Morral mató al guardia que lo custodiaba y acto seguido se suicidó. La historia de Mateo Morral y su relación con él forma parte, sin duda, de las pruebas que, por instigación de La Semana Trágica, se presentaron en su contra en el juicio en el que acabó siendo condenado a muerte, lo que provocó una ola de protestas a nivel internacional que volvería a repetirse, no mucho después, en agosto de 1927 por el proceso a los anarquistas Sacco y Vanzetti.
Una característica esencial del proyecto pedagógico de Ferrer i Guàrdia en aquella época represiva es la coeducación, algo que choca frontalmente con la separación por sexos de la enseñanza estatal, excepto en la escuela rural, donde sí está permitida esa coeducación por mor de las circunstancias propias de tales escuelas. Ciertas corrientes pedagógicas insisten hoy, por ejemplo, en la separación de sexos como una vía que permita, sobre todo a las mujeres, desarrollar plenamente su potencialidad académica, algo que el contacto con los chicos tiende, a veces, a inhibir, por razones obvias. La coeducación va asociada a la reivindicación del nuevo papel que ha de desempeñar la mujer en la sociedad como portadora de la igualdad de derechos, una igualdad que, en aquel momento, no alcanzaba ni siquiera al derecho al voto, que aún habría de esperar a la Segunda República para ser conseguido. La igualdad de sexos, así pues, patentizada en la acción diaria de La Escuela Moderna es, por tanto, una seña de identidad clarísima del motor revolucionario que supuso la institución de Ferrer i Guàrdia, la cual fue atacada por la prensa conservadora de una manera casi encarnizada. Pero para Ferrer i Guàrdia era evidente que la dona no ha d’estar reclosa a la llar. El radi de la seva acció ha de dilatar-se enfora de les parets de la casa: aquest radi hauria d’arribar fins on arriba i acaba la societat.
A pesar de ser una escuela privada, la suya, se impuso como norma de admisión que se pagara la matrícula y las cuotas mensuales en función de las posibilidades económicas de las familias, lo que significaba que había quienes apenas pagaban nada y otros que pagaban por ellos y por buen número de quienes no podían pagar nada. Es evidente, pues, que la escuela funcionaba a partir de personas vinculadas muy estrechamente al ideario que impulsaba Ferrer i Guàrdia, por lo que éste pudo sacar adelante tan particular institución que él asemejaba, si hubiera de buscar un ejemplo en el resto del país, a la Institución Libre de Enseñanza. Lo que distinguía a una de otra era la orientación anarquista de la de Guàrdia y la burguesa dela ILE, si bien ambas instituciones compartían la enseñanza racional, la experimentación, el contacto del alumno con la realidad, la enseñanza práctica y la formación individual del carácter.
La Escuela Moderna, a diferencia del modelo educativo catalán actual, por ejemplo, no se planteaba “adoctrinar” a los alumnos, sino formarlos para que, desde el respeto a su autonomía, ellos fueran apropiándose de las herramientas que les permitieran formarse una idea de ellos mismos y de la realidad en que vivían: [els nostres alumnes] quan s’emancipin de la racional tutela del nostre Centre, continuaran essent enemics mortals dels prejudicis; seran intel·ligències substantives, capaces de formar-se conviccions raonades, pròpies, seves, sobre tot allò que sigui objecte del pensament. Y ello siguiendo algo que hoy en día casi nos parece a muchos educadores un insulto a la corrección política defendida por no pocos manipuladores de conciencias, en estos tiempos en los que parece que solo sea políticamente correcto la exigencia de derechos sin contraprestación de deber alguno: Ensenyarà els veritables deures socials, de conformitat amb la justa màxima: No hi ha deures sense drets; no hi ha drets sense deures. Sí, me parece evidente que la pedagogía respetuosa con el educando de Ferrer i Guàrdia dista años luz de los intentos de todas las leyes educativas forjadas en la actual atapa democrática española por modelar a ese alumnado a partir de ideologías específicas, sean de derechas o de izquierdas. Recordando aquel célebre artículo de Manuel Vicent, a los pedagogos actuales podríamos decirle: “¡No pongas tus sucias manos sobre esos discentes!” De eso es de lo que se trata en el libro donde Ferrer i Guàrdia hizo una recapitulación de su aventura pedagógica. Quiero aportar un presupuesto de la nueva Escuela Moderna que, a quien lo lea, le hará reflexionar hasta qué punto el sistema educativo nacionalsecesionista catalán se sitúa en las antípodas de la razón: L’Escola Moderna actua sobre els infants: els prepara per l’educació i la instrucció per a ser homes, i no anticipa amors ni odis, adhesions ni rebel·lies, que són deures i sentiments propis dels adults: en altres paraules, no vol collir el fruit abans d’haver-lo produït pel seu propi conreu, ni vol atribuir una responsabilitat sense haver dotat la consciencia de les condicions que han de constituir-ne el fonament: els nens han d’aprendre a ser homes i quan ho siguin, en el seu moment, que es declarin en rebel·lia.
En estos tiempos de extendidos adoctrinamientos de todo tipo, pero sobre todo nacionalistas, resulta curiosa la reacción de Ferrer i Guàrdia cuando un nacionalista catalán le sugirió que llevara a cabo su obra en catalán: Hi va haver, per exemple, qui inspirat en mesquineses de patriotisme regional, em va proposar que l’ensenyament es fes en català, empetitint així la humanitat i el món als escassos milers d’habitants que caben en el racó format per part de l’Ebre i els Pirineus. Ni en espanyol l’establiria jo –vaig contestar al fanàtic catalanista–, si l’idioma universal, reconegut com a tal, ja l’hagués anticipat el progrés. Abans que el català, cent vegades l’esperanto. Leyendo esta furibunda reacción no le extraña a uno, como es lógico, que la alcaldesa independentista de Barcelona prefiriera homenajear a un golpista como Companys antes que a un liberador de servidumbres como Ferrer i Guàrdia. Supongo que el respeto integral a la capacidad de decisión de los seres humanos que no advertimos en el movimiento secesionista catalán es incompatible con la visión anarquista de Ferrer i Guàrdia, para quien la missió de l’Escola Moderna consisteix a fer que els nens i les nenes que li són confiats arribin a ser persones instruïdes, verídiques, justes i lliures de qualsevol prejudici. Amb aquesta finalitat, substituirà l’estudi dogmàtic pel raonat de les ciències naturals. Excitarà, desenvoluparà i dirigirà les aptituds pròpies de cada alumne, per tal que amb la totalitat de la pròpia vàlua individual, no solament sigui un membre útil a la societat, sinó que, com a conseqüència, enlairi proporcionalment el valor de la col·lectivitat. Supongo que los neopaleocomunistas de las miles de plataformas que dicen representar a “la gente”, advertirán en esas ideas de Guàrdia poco menos que un individualismo capitalista que les parecerá aberrante.
Hace unas semanas tuve el placer de leer un artículo de Joselu en su extraordinario blog, Profesor en la Secundaria, donde se hacía un elogio de la alegría como fundamento del acto pedagógico. Sin alegría no se puede estudiar, sin alegría no hay posibilidad de que el acto educativo cumpla con su finalidad, sin alegría, venía a decir, cualquier intento formador nace muerto. No me sorprendió el planteamiento, porque eso es algo de lo que cualquier profesor sin orejeras, pero no quienes lucen las ojeras del amargo desencanto profesional, se da cuenta a poco de empezar su práctica educativa. Otra cosa es cómo conseguir ese bendito clima en el aula alrededor de ciertas materias más dadas a la aridez que otras, claro está. En cualquier caso, lo que me llamó la atención fue la coincidencia entre el renovado esfuerzo creativo-profesional de Joselu y el planteamiento pedagógico de Ferrer i Guàrdia con más de un siglo de distancia: ambos, por supuesto, a la vanguardia de los movimientos de renovación pedagógica. Joselu mezcla la alegría con otro concepto venido de allende la mar océana, la gamificación, que también aparece en la teoría de Guàrdia, lo que constituye, sin duda, una coincidencia sorprendente. He aquí lo que sostenía Ferrer i Guàrdia al respecto: L’alegria, com afirma Spencer, “constitueix el tònic més poderós; tot accelerant la circulació de la sang, facilita millor l’acompliment de totes les funcions; contribueix a augmentar la salut quan n’hi ha, i a restablir-la quan s’ha perdut. El viu interès i l’alegria que els infants experimenten en els entreteniments són tan importants com l’exercici corporal que els acompanya. Per això la gimnàstica, que no ofereix aquests estímuls mentals, resulta defectuosa…” Però, hem de dir amb el pensador al·ludit: una mica és millor que res. Si haguéssim d’escollir de quedar-nos sense joc i sense gimnàstica, o acceptar el gimnàs, de seguida, amb els ulls tancats, optaríem pel gimnàs. Els jocs, d’altra banda, mereixen en la pedagogia un altre punt de vista i una major consideració, si es vol. És d’absoluta necessitat que es vagi introduint substància del joc a l’interior de les classes. [Al països més cultes] no s’ha fet altra cosa, per realitzar aquesta finalitat, que arrencar d’arrel, de les sales de les classes, el mutisme i la quietud insuportable, característiques de la mort, i portar-hi, a canvi, el benestar, la intensa alegria, la joia. La joia, la intensa alegria del nen a la classe, quan comparteix l’ambient amb els col·legues, s’assessora amb els llibres, o està en companyia i intimitat amb els Mestres, és el senyal infal·lible de la seva salut interna: de vida física i de vida d’intel·ligència. Esa insistencia en la seriedad del juego, lo mismo que en la práctica del ejercicio físico -¡hoy sabemos que el ejercicio aeróbico es capaz de generar nuevas neuronas y se ha convertido en la principal terapia contra la depresión profunda!– es algo que debió de chocar lo suyo en aquellos tiempos encorsetados y envarados, en los que la ignorancia del propio cuerpo y de sus necesidades, a todos los niveles, formaba parte del “orden natural de las cosas”. Ferrer i Guàrdia, desde esa perspectiva, puede ser considerado como un avanzado de tantas y tantas terapias como nos ofrecen hoy mejorar nuestra vida con poco esfuerzo: Taylor diu: “S’hauria d’ensenyar els infants a jugar amb la mateixa cura que més tard se’ls ensenyarà a treballar…” A més, el joc és apte per a desenvolupar en els infants el sentit altruista. El nen, en general, es egoista, i en aquesta fatal disposició hi intervenen moltes causes, essent la principal de totes la llei d’herència. De la qualitat indicada es desprèn el natural despòtic dels infants, que els porta a voler manar arbitràriament els altres amiguets. En el joc és on hem d’orientar els infants perquè practiquin la llei de la solidaritat. Les prudents observacions, els consells i les reconvencions de pares i professors s’han d’encaminar, en els jocs dels infants, a provar-los que es treu més utilitat si s’és tolerant i condescendent amb l’amiguet que no pas si s’és intransigent: que la llei de la solidaritat beneficia els altres i el que la produeix.
Hay otros aspectos de la Escuela Moderna algo más obvios y que responden a la situación social propia de la época, como la lucha por la racionalidad científica y contra las supersticiones, sobre todo las de la religión católica, sobre las que no merece la pena detenerse. Sí conviene hacerlo, sin embargo, ahora que está tan de moda el debate acerca de la teoría constructivista de la enseñanza, sobre la opción de Ferrer i Guàrdia por la creación propia de los materiales educativos, algo a lo que le dedicó mucho tiempo y dinero, porque editó buena parte de los utilizados en la Escuela Moderna. Igualmente, su teoría contraria a los exámenes y a las calificaciones escolares que dividen a los alumnos estigmatizándolos e incluso provocándoles malestares de índole física incompatibles con el proyecto de crear seres libres que no vean la competencia como un valor, sino que reserven ese lugar de privilegio a la solidaridad, la única alternativa para construir la sociedad sin clases que él preconizaba. Es enérgica su denuncia contra la enseñanza oficial, contra el uso de los manuales, contra el poder casi omnímodo de la Iglesia católica en el ámbito de la enseñanza, etc.  Pero lo que quiero destacar con algún énfasis es la coincidencia que he advertido entre una parte de la teoría de la Escuela Moderna y las teorías pedagógicas de Pedro Montengón, exjesuita ilustrado exiliado, expuestas en su novela Eusebio, de clara raigambre rousseauniana, sobre quien escribí  una entrada en este Diario, y que defienden la preeminencia del aprendizaje inicial de un oficio, algo que choca con la soberbia educativa de nuestros próceres políticos actuales, empeñados en conseguir seres renacentistas duchos en humanidades y ciencias para acabar, en realidad, expulsando del sistema a quienes han de dejarlo sin siquiera la oportunidad de hacerse con un oficio del que poder vivir con un mínimo de dignidad. Dice Guàrdia: En comptes de fonamentar-ho tot sobre la instrucció teórica, sobre l’adquisició de coneixements que no tenen significació per a l’infant, es partirà de la instrucció pràctica, aquella l’objectiu de la qual se li mostrio clarament, és a dir, es començarà ler l’ensenyament del treball manual. (…) Un home i un infant sans tenen necessitat de treballar; ho prova la història sencera de la humanitat. (…) L’ofici té la lógica inflexible: guía el treball millor que no ho podriea fer l’alta ciencia. (…) Fàcilment es pot comprendre que qualsevol ofici en els nostres diez, per ser convenientment conegut i exercit, va acompanyat d’un treball intel·lectual. (…) A mesura que l’infant avanci en l’aprenentatge, se li presentarà la necessitat de saber, d’instruir-se, i laeshores s’haura de vigiñar de no ofegar aquesta necessitat, ans al contrari, una vegada sentida i manifestada, se li facilitaran els mitjans de satisfer-la. En Eusebio, el instructor del personaje le insiste en que ha de aprender el oficio de cestero mediante el cual poder mantenerse, satisfacer sus mínimos vitales, para, después, dedicarse a menesteres intelectuales de más enjundia, como el estudio de los clásicos.
En términos generales, así pues, las líneas básicas de la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia implican una concepción pedagógica de inesperada vigencia que convendría incluir en los estudios para la formación del profesorado, del mismo modo que las teorías socializadoras de Paul Goodman, el anarquista usamericano coautor del célebre manual teórico de la terapia Gestalt con Fritz Perls. Como prueba de que mi intuición no debe de andar muy lejos de la realidad, adjunto fotografía de una nota hallada en el libro de la Biblioteca de la Facultad de Pedagogía en la que se detalla una referencia bibliográfica a la que hace unos días me había acercado por rutas que nada tienen que ver con este acercamiento a Ferrer i Guàrdia que he hecho por sorpresa, porque mi hija lo había sacado de dicha biblioteca.
En el texto de la nota hallada se lee: Paul Goodman –Ensayos utópicos y propuestas prácticas. BCN. Península, 1973. Acaso algún día caiga, como este de Ferrer i Guàrdia en mis manos, por pura ley del azar, y algo saque en claro.

P.S. Siguiendo una costumbre de otras entradas, he dejado sin traducir unos textos en catalán cuya comprensión no me parece difícil para cualquiera que conozca bien el castellano.



“Aforismos que nunca contaré a mis hijos”. Gregorio Luri se estrena en el mundo de la aforística con la apasionante solidez del resto de su obra.

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       La aforística de Gregorio Luri, Aforismos que nunca contaré a mis hijos, o el rigor conceptual del laconismo que no pierde ni el sentido del humor ni el del amor: Eros, Ágape y Philos.

Si cada nueva publicación de Gregorio Luri es un festín para la inteligencia, su nueva publicación, este libro de aforismos de título tan sugestivo como enigmático no podía incumplir la norma de calidad a la que nos tiene acostumbrados  a quienes lo frecuentamos en las múltiples facetas polígrafas en las que se derrama con una generosidad intelectual tan acreditada como ejemplar. Tenemos la suerte de que Luri no le hace ascos a ningún canal de comunicación, de ahí que sea tan natural leerlo en libro de papel como en su acogedor Café de Ocata, en los diarios o en Twitter: la sabiduría es la misma y Luri tiene la virtud de modularla en función del canal a través del cual nos la hace llegar. Algunos de los aforismos que ahora aparecen en forma de libro hemos podido leerlos en su Café o en Twitter, pero convenía recogerlos en libro porque, a su manera, son una especie de autobiografía intelectual en la que Luri ha querido dejar bien claro, en la bella forma lacónica del clásico aforismo, un pensamiento a contracorriente de lo políticamente correcto. Son aforismos de combate, por lo tanto, pero también confidenciales y obra, en su conjunto, de quien vive proyectado en dos dimensiones no siempre complementarias: la interior de la vida espiritual y la exterior del “ruido” sociopolítico. Me hubiera gustado, eso sí, que la edición le hubiera hecho más justicia, porque, estoy obligado a decirlo, hay un tono general de descuido en la presentación de los textos que pone de relieve una de las más graves carencias de nuestro mundo editorial: el editor, entendido a la manera anglosajona. Echo de menos, así mismo, un prólogo del autor, o de algún lúcido lector suyo, que contextualice el vendaval de claridades y perplejidades en el que se adentra el lector sin esa guía, por somera que sea, de quien traza el marco cultural e individual de lo que se va a encontrar. La parte positiva de la ausencia del prólogo es que la entrada in media res obliga a los lectores a irlo confeccionando a golpe de aforismo, si bien el autor, desde la primera página comienza a sembrar las “referencias” de su discurso atomizador: Schmitt, Heidegger, Cassirer. Gira la primera cara, tan nominal, y nos encontramos, casi de bruces, con un epifonema que está en la base de su discurso pedagógico: No hay normalidad sin excelencia. Es decir, que, apenas empezado el combate dialéctico, Luri dispara con bala de plata contra la licantropía supersticiosa de la correcta bobería política, como se subraya dos aforismos más allá: Toda juventud aspira a la libertad entregándose generosamente a una idea dominante y uniformadora.
Volvamos un momento al título, que tanto me extrañó cuando lo conocí en su Café. “Aforismos que nunca contaré a mis hijos”. A los amantes del género aforístico les chocará, sin duda, la aparición de un verbo “contar”, relatar, que choca de frente con la condición epifánica del aforismo. No sé si la ausencia de prólogo tiene algo que ver con esa renuncia a “contar”, a darle naturaleza narrativa a la pulsión aforística del autor, tan buen lector de poesía, por cierto. En cualquier caso, ni “contar” ni “explicar”, porque los aforismos tienen la virtud de explicarse a sí mismos sin necesitar desarrollos complementarios que anulen la belleza propia de su construcción sintética. En cualquier caso, intuyo que el carácter sombrío y desengañado de muchos de los aforismos, un reconocimiento de las muchas debilidades humanas y, sobre todo, sociales, no constituye un motivo de “relato” con el que entretener, distraer o aleccionar a los hijos, quienes, por cuestión biológica, han de habitar en la esperanza de lo mejor por venir, una aventura individual que no se les puede “anticipar” ni condicionar. Quiero entender el título como la firme declaración de la exigencia ética de los padres de no aleccionar ideológica, religiosa o vitalmente a sus descendientes, tan en las antípodas de la pederastia ideológica a que nos ha acostumbrado la indecencia secesionista. Entre el “Dejad que se acerquen a mí” y el “Ay de aquellos que escandalizaren”, qué poco extendido está el compromiso del respeto a los hijos y a su libertad de pensamiento. Quiero, pues, entender el título en ese poderoso sentido ético de no imponer el propio pensamiento a nuestros hijos, algo que se compadece, estoy convencido, con la firme convicción de Luri de la individualidad a ultranza de la aventura vital de cada ser humano, único e irrepetible, aunque, como con singular gracejo, piense que El hombre es un error de casting.
Como intelector par excellence, Luri es heredero de una tradición cultural en la que el aforismo siempre ha tenido un lugar destacado, porque la condensación ingeniosa del pensamiento, a medio camino entre la retórica poética y la concisión filosófica, forma parte de lo mejor de la cultura occidental, aunque el aforismo es universal y ha sido cultivado en oriente y en occidente, al norte y al sur, desde sumerios y chinos hasta egipcios y griegos, pasando por los judíos. Hay ecos en los aforismos de Luri de un prodigioso bagaje de lecturas que se cuelan, como de rondón, inadvertidamente, en los suyos propios, como en esa excelente coincidencia con Valéry: En el diálogo más que la verdad suele pesar la necesidad de guarecer la propia imagen. Paul Valéry: Todo el que participa en una discusión defiende dos cosas: una tesis y a sí mismo; o como el fondo clásico de los aforismos de Salomón, por ejemplo, que se puede advertir en el sentencioso: Las tres las señales que delatan la estupidez de las personas, dijo un sabio judío, son la impaciencia para responder, la fragilidad de la atención y la excesiva confianza en los demás. [Adviértase la incuria editora en ese inicio: “Las tres las señales”, que por sí misma no pasaría de anécdota, pero que sumada a las que vendrán nos permite usar el latinismo.] Pero otras veces, son los aforismos de Luri los que nos llevan al recuerdo de otros textos, como este: ¿Quién maneja los hilos? ¿El yo¿ ¿Y quién maneja los hilos que maneja el yo? ¿Y los hilos del que maneja, etc., etc.? Que enseguida me ha traído a la memoria la reflexión de Sánchez Ferlosio sobre la paradoja de la marioneta: cuantos más hilos la mueven, más libertad de movimiento tiene.
A lo largo del libro (y al final  hubiera debido haber un índice por materias, algo que me parece inexcusable en un libro de aforismos para facilitar la búsqueda) irán apareciendo las realidades de dominio común, desde el psicoanálisis a la Historia, pasando por la política, la pedagogía, la religión, las pasiones, los deseos, el catalanismo, la estética, los sueños, las costumbres, la psicología, el Eros, etc., sobre los que Luri construye una biografía intelectual desafiante, no porque sea su empeño llevar la contraria, sino porque es contrario, por imperativo categórico, a la pereza de la razón que habita en la corrección política y que se consuma y consume en la ignorancia y sus muchos desprecios. Como buen frecuentador de aforismos, además, en los suyos propios advertimos ecos incluso de las greguerías de Gómez de la Serna o de los Aerolitos, de Edmundo De Ory, y sobre todo, la gran lección de los Escolios a un texto implícito de Nicolás Gómez Dávila, un autor que no tardaré en traer a este Diario, si la salud asiste, el tiempo se estira y la admiración no me deja mudo y ágrafo.
No pretendo reproducir ilegalmente el contenido del libro, porque flaco favor les haría a los editores de La Isla del Siltolá, pero supongo que avanzar una parte del mismo en modo alguno puede ir en detrimento de su apuesta editorial, sino, ¡espero y deseo!, en pro del conocimiento, difusión y compra de un volumen que, descuidos formales parte, complacerá a cuantos lo lean. No me he podido resistido a elaborar lo que ni siquiera pueden considerarse atrevidos escolios, sino, como mucho, ligeras apostillas hechas al hilo de la lectura cuando ésta las facilitaba en el acto, aunque todo el libro, he de reconocerlo, se presta al diálogo fértil, como lo prueba la necesidad de subrayar y poner notas al margen, como auténtico escriba silense, porque la lectura de libros de aforismos constituye una incitación a la emulación, como era el caso de Wallace Stevens, por ejemplo, quien lo tenía por ejercicio habitual, casi como un entrenamiento intelectual.
Bien, entremos, sin demora, en esa revisión de alguno de los hitos que no necesariamente por aparecer aquí indican preeminencia frente a otros, sino, en todo caso, confirmación de mi coincidencia o discrepancia con ellos. Habitualmente la vía paradójica surge no tanto del afán del aforista cuanto de la misma materia advenida del aforismo, porque, como quería Cristobal Serra, experto en ellos donde los haya, los aforismos comparten con la poesía muchas cosas, pero la inspiración es, acaso, la principal: no se elabora un aforismo, sino que se descubre: El solipsismo es la única teoría que no se puede compartir. Para ello, sin embargo, es imprescindible poseer una intuición, una visión privilegiada que ve donde otros están ciegos totalmente a la revelación: Cuán elásticos son nuestros rígidos principios cuando nos los tenemos que aplicar a nosotros mismos. No es infrecuente que esa visión reveladora se fije en esa especie de retruécano ideológico que es la revisión del lugar común como motivo creador para desvelar nuestras cotidianas incongruencias: Estadísticamente, nada tiene tanto éxito como el fracaso. ¡Que se lo digan a este Artista Desencajado, quien saborea sin delectación, pero con asiduidad, las hieles de ese éxito! O el acertadísimo y demostrado: El antifranquismo más allá de Franco es la verdadera herencia sociológica del franquismo. Provocadora, en cierto modo, es su visión del hecho religioso, como cuando reconoce que Hoy nadie pronuncia la palabra alma sin sentirse un poco anacrónico, si bien, me permito añadir, solemos repetir “desalmado” con pasmosa facilidad… Y reveladora, su precisión conceptual: Quien dice “Humanidad” ya está haciendo profesión de fe. Los griegos, más próximos a la naturaleza, preferían hablar de “mortales”. El “común de los mortales”, decimos nosotros también…, sin embargo.
No son pocos los aforismos polémicos que pueden suscitar poderosa controversia, como el finísimo: Muchos catalanes llaman “España” a lo que menos les gusta de sí mismos. De ahí que entiendan la independencia como una catarsis o los profundos: Los mitos verdaderos no se construyen, nos construyen y Entre las familias, es la sangre la causante de las heridas.
Luri domina el arte de los registros, porque desde la seriedad filosófica de algunos de los aforismos no duda en descender a las sanas raíces del humor transgresor para deleitarnos con algunas muestras de aforismos que nos arrancan la sonrisa e incluso la risa franca: Nadie es nihilista mientras canta el himno de su equipo de fútbol o ¿Tiene el caníbal ardores de conciencia?, que parecen nuevas e incisivas greguerías, como  Feliz: aquel que se cree propietario de lo mejor de sí mismo e inquilino del resto, y los jardelianos La gente educada solo se mata por la espalda y Los santos que nunca tuvieron ocasión de pecar son recibidos en el cielo con un poco de lástima.
Entre los “chocantes”, quiero destacar, por ejemplo: Más me sé a mí mismo con el “se” del sabor que con el “sé” del saber, en el que la aparición de ese “se” del saborear me ha dejado compuesto y sin novia gramatical, aunque reconozco la osadía conceptual y la aplaudo, que conste. De lo que estoy seguro es de que el autor no se ha dejado llevar por la cólera para escribirlo, como sostenía Blake: Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber. Así mismo, instintiva ha sido la reacción ante el gracioso Los masoquistas están exentos de cumplir el precepto de amar al prójimo como a uno mismo: “Han de estar” exentos…, he añadido enseguida. Del mismo modo que, como un resorte, al Eros: el solipsismo ubicuo, le he añadido: “El pluripsismo, pues”; y ante el ingenioso El órgano más eréctil del hombre es el ego, no me he resistido a apostillar: “Y más si alimentado con orgón…”, referencia acaso rebuscada, pero no para quienes hayan disfrutado de obras memorables como Análisis del carácter.
Por razones de orden íntimo que no vienen al caso, quizás el aforismo al que he asentido con más intensa emoción hay sido a este apunte psicológico de hermosa certeza: La melancolía es una pasión conspiradora contra la terapia del olvido. Si bien hay otros que vehiculan un lirismo solo propio de quien reside en la existencia con total plenitud: La lengua materna es la caricia o este otro: El cuerpo tiene rincones inexplorados por el alma.


[Dejo para el final, porque aún hay una larga lista de aforismos que me gustaría comentar, cada uno por distinta razón, y en letra ínfima, esos descuidos que he advertido en la edición: comas entre el sujeto y el verbo: La indignación moral, es la forma más engolada del narcisismo; la ausencia de comas prescriptivas, como en ¿Cuando nos amamos, qué nos intercambiamos caricias o síntomas?; usos prepositivos, como en: El paisaje es a la naturaleza lo que la ley es el hombre [Se ha de entender “al hombre”…]; usos impropios y concordancias fallidas: Le gustaba buscar su imagen en las charcos, tras la lluvia, a donde acude también a reflejarse el cielo; los relativos con preposición en peligro de extinción: Hay gentes que el nacer los deja exhaustos[“a quienes”]. Hay, así mismo, una repetición con una ligera variación que no altera el contenido: Quien se miente a sí mismo tiene siempre motivos para creerse. Quien se miente a sí mismo siempre encuentra motivos para creerse; y un cambio en los firuletes que separan unos aforismos de otros, de repente aparece un 2 que no necesariamente indica que el aforismo posterior sea complementario del anterior o contradictorio u otra versión. De otro orden serían algunos usos discutibles a nivel semántico, como ocurre en La educación no tendría sentido si no hubiese en nuestra alma semillas naturales que es necesario arrancar, donde tanto choca lo de “arrancar” las semillas, sin duda. Como repugna al oído, por ejemplo, sin que haya una intención irónica apreciable –aunque tal vez mi roma percepción sea la responsable de no haberla captado- el “instintual” en el  sometimiento de lo instintual a la coherencia”, teniendo a mano “instintivo”. Esa ironía que sí capto, aunque atenuada en el neologismo de La felicidad: tragarse con naturalidad los propios encantamientos felicitarios. Poca cosa, ya digo, que no empaña el brillo innegable de esta colección aforística.]

Para qué sirve una profesora: Elogio de la profesionalidad.

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La razón de ser de una profesión: texto ajeno, mérito ajeno, satisfacción conjunta.

         Cuando trabajábamos como auxiliares administrativos en la Delegación de Hacienda, mi conjunta y yo decidimos preparar las oposiciones a profesores de Secundaria. Alteramos nuestro ritmo vital: trabajábamos de 8 a 3, dormíamos de 3’30 a 10, cenábamos y pasábamos toda la noche preparando esas oposiciones; después a trabajar…, y esa misma rueda gozosa durante cinco meses… Cuando las ganamos es cuando empezó lo realmente duro, porque convertirte en auténtico profesional de la enseñanza no es algo que te proporcionen las oposiciones aprobadas, sino el duro trabajo diario en el que se han de ir haciendo mil rectificaciones y mil nuevos aprendizajes mediante los que encontrar los métodos adecuados para obtener los resultados deseados. Soy testigo, pues, de la dedicación absoluta de una profesora cuya profesionalidad siempre me ha parecido excepcional y nunca, como en el caso de muchos otros colegas suyos, lo suficientemente reconocida ni social ni administrativamente. Es público y notorio que la consideración y estimación del profesorado por parte de la sociedad y de los poderes públicos ha descendido hasta niveles alarmantes, y que se tiene de él la imagen de un adversario en la tarea política de la lucha contra el fracaso escolar, como si este no dependiera, fundamentalmente, de las degradadas condiciones en que se ha de ejercer la profesión.
Próxima a jubilarse, algo a lo que el sistema de éxito del modelo catalán, ¡más cercano a la Formación del Espíritu Nacional que al fomento del pensamiento crítico y la formación plurilingüística del alumnado!, casi podría decirse que la empuja, he querido hoy, tomándome acaso una libertad excesiva, traer a este Diariouna muestra emocionante de lo que quiero que se entienda por “profesionalidad” docente. Se trata de una autoevalución hecha por un alumno de 2º de ESO cuya lectura consigue algo tan precioso como dar sentido a una vida profesional, convirtiéndose, de paso, en la mejor de las recompensas para quien se ha entregado en cuerpo y alma a esa formación del espíritu crítico y de la expresión, en este caso en lengua castellana, de sus alumnos durante 33 generosos años.  Dice así, sin las correcciones pertinentes:
         Puede que parezca un pelota haciendo esta conclusión, pero la verdad es que intentaré ser todo lo sincero que pueda: este trabajo me ha encantado. Mejor dicho, lo que me ha encantado es como lo hemos hecho.
         Desde el momento en que escuché: “Podéis hacer el trabajo del tema que queráis”, supe que me lo pasaría bien. Como tuve el tema pensada desde el primer momento no me costó organizarme. Bueno, un poco sí porque el tema era muy extenso y no podía explicarlo todo sobre él. No obstante, debido a que hicimos el trabajo en partes: primero el guión del trabajo, las fichas resumen, la introducción… Todo me resultó mucho más fácil. Y es por eso, por lo que el trabajo me ha gustado, porque lo hemos hecho de una manera que me ha facilitado muchísimo la enmienda. En segundo lugar, otra de las razones por las que el trabajo me ha encantado es el hecho de que me he sentido muy libre escribiendo. Me he sentido libre en el sentido de que podíamos explicarlo todo como quisiéramos, y eso, también me ha ayudado mucho.
         Finalmente diré que me ha servido mucho para aprender. NO sólo de cine, que de eso he aprendido muchísimo, sino he aprendido cómo deberíamos hacer todos los trabajos. He aprendido a organizarme, a buscar información, a entenderla, a redactar y a emitirla a la gente que me rodea. Pero de lo que más he aprendido es el hecho de escribir. He aprendido a escribir de manera que los demás lo entiendan. He aprendido a escribir de forma ordenada y con sentido. Y he apredido a escribir historias, informaciones y valoraciones.
         Aquí termino mi conclusión, a la vez que finalizo el trabajo de “Historia del cine”. Junto a él, me siento más mayor y más aduro (y no por el hecho de que hoy cumpla 13 años). Espero que os haya parecido de agrado e interesante.

         Un texto como este justifica, en efecto, toda una dedicación profesional y da la medida exacta del bien que se ha ofrecido a la sociedad a lo largo de años y años en los que, como en ciertas profesiones vocacionales, jamás se han tasado las horas de dedicación, de entrega. Pocos agradecimientos hay para ese esfuerzo constante siempre cerca de caer en el desaliento por el nulo reconocimiento por parte de las autoridades y de la sociedad en su conjunto, excepto, como en el presente caso, el muy valioso y emocionante de quienes reciben directamente los resultados de esa dedicación; de quienes, al fin y al cabo, son la razón de ser de una profesión como la docencia.

Lo inefable.

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Marciano Buendía
                        

No me podrán quitar el dolorido sentir…


Nunca se está preparado para recibir al dolor. Llega y toma el mando, y te vuelves guiñapo suyo, y carne inerte. Da igual que te pille por sorpresa o que lo veas venir, de cerca o de lejos. No puedes esconderte. Tampoco le sobrevives. Te hundes en él entre espasmos y convulsiones y te falta el aire, como si la sal de las lágrimas que te desfondan el corazón se solidificara en la garganta y tuvieras que tragarla por extraña ley que quisieras resistirte a obedecer. No eres, ya, tú; ni estás ni te reconoces en ti. Una pesada borrasca de presiones inmisericordes te estalla en las sienes, y sientes en los globos oculares una tensión que el llanto no alivia. Jadeas horror. Tus hipidos se convierten en esquinados singultos y, cuando boqueas hinchando los pulmones en busca del aire que no te llega, hasta te duelen las costillas y parece que el esternón vaya a rompérsete para dejarlas flotando, todas ellas, a la deriva, en el piélago atroz del sufrimiento irredimible. El dolor te deshumaniza. Nadie está exento del zarpazo plantígrado que te deja la espalda abierta como un campo roturado y te lanza la nuca hacia los talones tensándote como un arco que disparara más lejos el grito, más fuerte, más certero, sin posible consuelo. Envuelto en el silencio que rodea los gemidos, se te deshilvanan los pespuntes de la fingida entereza y aguantas la quemadura agresiva que se pasea por tus nervios con su vocación de llama que devasta y a la que le es imposible cauterizar la herida viva y sangrante en que todo tú te has convertido: piltrafa que ni a los perros aprovecha. Nada existe, fuera del dolor. Y estas palabras, expelidas a golpe de crispadas falangetas sobre teclas que nada han hecho para merecer tanta furia descargada, ni son reflejo ni son consuelo ni son queja ni son el pecio del naufragio sufrido, sino la torpe máscara de un dolor indefinible, indescriptible, inenarrable; porque el horror es siempre un enorme vacío, una ausencia de vida, de voz y de presencia. Preso del dolor, se dice, y no es cárcel sino cepo del alma y por ello aherrojada y expuesta a la humillación propia, al ajeno desprecio. El dolor va más allá del castigo, cuando de él a ti se celebra una macabra transustanciación y dejas de ser quien has sido para ser en quien nunca hubieras imaginado que te podrías convertir: un amasijo de quebradas certezas e insufribles evidencias que te arrancan con el dolorido sentir la vida. Nadie, nunca, está preparado para resistir el dolor que interpela el existir, el ser o no ser, la extraña y desconcertante melodía de la alegría. Te llega, te asalta y te vence. No hay defensa. No hay teoría que te proteja. No hay autoayuda que te asista. No hay queja que te consuele. Sufres. Eres el padecer. No eres. Estás. Resistes. Deshecho. Erguido, como un pararrayos que saliera a su encuentro. Y sollozas con la violencia del torturado para quien las mismas letras tiene un no que un sí. Y eres incapaz de articular palabra, porque el silencio del dolor solo está lleno de llanto acibarado. No, nunca se está preparado para recibir al dolor.

Una debilidad comprensible.

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Mi/s lector/es de Mountain View entre la cibernética y las Humanidades.

Permítaseme lo que he calificado de "debilidad" en el título de la entrada, porque desde hace ya mucho tiempo, e ignoro si por confusión del o de los  destinatarios, no hay entrada que cuelgue en este Diario o mi sosias Juan Pérez en su Provincia mayorque al poquísimo tiempo, a veces de forma casi simultánea, no aparezca en el contador de visitas del Live Traffic Feed la presencia de uno o varios intelectores de Mountain View, la capital del mundo de la computación en Silicon Valley, en California, que se asoman a este Diario más próximo a las Humanidades que a la cibernética, aunque ésta me haya ofrecido el canal gracias al cual me comunico con ellos y con quienes tienen la santa paciencia de meterse entre pecho y espalda los ladrillos que cuelgo aquí a su suerte, como pecios del naufragio de una vida. Pergeño estas líneas de agradecimiento, como ya lo hice tiempo atrás al reparar en la hermosa diversidad de los lugares desde los que los intelectores accedían a mi Diario, de lo que dejé noticia en aquel Intermedio sin carácter, porque me tiene admirado semejante lealtad y puntualidad en acudir a la cita. Bien es verdad que, como dice el tópico futbolero, "yo vengo a darlo todo", pero no es menos cierto que doy de todo menos diversión, quizás por eso cedo a esta debilidad del agradecimiento sincero, a ellos y, por extensión, a cuantos como ellos hacen lo mismo: perderse en este pretencioso Paraíso cerrado para muchos,y jardines abiertos para pocos..., donde voy dejando muestra inequívoca de mis limitaciones y señal abundante de mis pasiones. 
Mountain View debe de ser una ciudad hecha a la medida de las personas, a juzgar por su número de habitantes, su extensión, sus alrededores y por esa calma de ciudad pequeña, un poco al modo de las ciudades de provincias de Chabrol donde todas las manifestaciones de la vida caben, para sorpresa de quien se empeña en descubrirlas.Algunas imágenes me han traído a la memoria el Somerville bostoniano donde pasé un año como lector en Tufts University, y una terrible añoranza, si no fuera por dos malos recuerdos asociados a aquella "aventura usamericana": la muerte de John Lennon y el golpe de estado del 23F. Me pregunto quiénes son quienes acuden puntuales a la cita con mis publicaciones y qué han hallado en ellas que, una vez que han conocido el percal, se atreven a volver... No espero respuestas, obviamente. Pero es bien cierto que hace varias semanas que me ronda la necesidad de singularizarlos, bien que sea relativamente, porque, más allá del nombre de la ciudad, nada sé de quienes cometen la osadía de la reincidencia. En cualquier caso, discúlpeseme esta ombligada y quedan, cuantos intelectores aún me queden, citados para mi próxima entrada sobre El Corán, si nada me tuerce la intención...





“El Corán” o la puerilidad hiperbólica

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El complejo de inferioridad religioso: ElCorán: una pobre secuela del Antiguo y del Nuevo Testamento: una extenuante lectura.

         Hacía tiempo que me rondaba la idea de adentrarme en la lectura de El Corán, y siempre se me adelantaban otras ocupaciones que me lo impedían. Están demasiado cerca los asesinatos de París, y ello puede inducir a pensar que tenga, esta lectura, alguna relación con ellos, que sea una suerte de respuesta enfocada hacia la averiguación del porqué de la locura terrorista islamista. De ningún modo. Ha tocado ahora del mismo modo que, antes de El Corán, he leído El hombre autorrealizado, de Abraham Maslow, es decir, sin razón ninguna, por puro azar y por genuino interés intelector.
         De la lectura de El Corán lo primero que he de decir es: ¡por fin he llegado al final! –apenas hace un par de horas que logré la hazaña–, porque, a medida que iba progresando en ella, creí que llegaría el momento en que me vería forzado a dejarla, dada la extenuante redundancia de sus mensajes. De hecho, no es fácil advertir que a su relator, Mahoma, debió de pasarle algo parecido, porque, a medida que se acerca el final, las zoras, o capítulos del libro, van reduciéndose progresivamente, hasta reducirse a la mínima expresión, a veces incluso la propia de una breve oración o salmo. Los musulmanes sostienen, no sin razón poderosa que los asiste, que cualquier traducción de El Corán–yo he usado la del argentino Muhammad Isa García, escrita para los fieles sudamericanos con un estupendo surtido de notas a pie de página que ilustran convenientemente la lectura– no es sino una traición del único original posible en árabe clásico, única lengua en la que se puede tener acceso directo a la revelación divina hecha en esa lengua, a pesar de las dificultades de interpretación que pueden presentar ciertos pasajes. Desde esa consideración, es evidente que allí donde los lectores en su lengua original advierten un notable contenido poético, en la traducción ni rastro queda de ella, salvo en algunas expresiones, contadísimas, que nada tienen que ver con el recuerdo espectacular de un mundo poético como el de El collar de la paloma, los Rubaiyat, Las mil y una noches o tantas obras arábigas llenas de encanto y delicada poesía.
         El Corán se inscribe en la tradición de la Torá hebrea, esto es, del Pentateuco, considerándose Mahoma como otro profeta enviado por Dios para persuadir a los fieles que han de adorar a un solo dios y no incurrir en el politeísmo propio de aquellas épocas: XXXV. 23. Tú solo eres un amonestador6. 24. Te he enviado con la Verdad, como albriciador y amonestador; no hubo ninguna nación a la que no se le haya enviado un amonestador. A la larga lista de enviados antiguos: Noe, Abraham, Jonás, etc., el Islam añade la figura de Cristo, hijo de María, pero negando su condición de hijo de Dios, porque es “imposible” que Dios tenga ni compañera ni descendencia. El maniqueísmo profundo que rige la composición del libro no se abandona en ningún momento y los mismos mensajes, de una sencillez escandalosa, casi un insulto para el pensamiento racional, se reiteran hasta la saciedad: Dios es omnipotente y omnisciente, en su mano estuvo el inicio del mundo y de la vida y en las suyas está el marcar el día del Fin del Mundo, la resurrección de los muertos y el Juicio Final en el que unos entrarán en el Paraíso celestial, poblado no solo de huríes, sino también de hermosos efebos camareros que les servirán el néctar divino que no embriaga, y otros se precipitarán en el Infierno donde solo se alimentarán de pus. A lo largo del libro es muy curiosa la continua perplejidad de Dios sobre cómo es posible que los destinatarios de su mensaje se nieguen a recibirlo y a comulgar con él y practicarlo. Una y otra vez se reitera el planteamiento que acabo de esbozar hasta hacerse insufrible la lectura. ¡Cuesta tanto encontrar algún destello de originalidad o de imaginación! Comparado con la Biblia, un solo libro de esta, El cantar de los cantares, por ejemplo, tiene un valor literario incomparable, si comparado con el catecismo que es El Corán, pues no es más que eso, en el fondo, un catecismo elementalísimo que comparte, eso sí, con la Biblia judía, la misma sumisión a los designios divinos. De hecho, Islam significa “sumisión”, y de ahí el título de la novela de Houellebecq, quien ya salió con bien de una denuncia judicial puesta contra él por algunos imanes parisinos. Esa es la sensación dominante que a uno le queda después de la lectura de El Corán: me someto totalmente a los designios de Alá –que es, a su vez, lo que significa “ musulmán”; no tengo ni libertad ni capacidad crítica ni pensamiento propio: soy lo que Alá quiere que sea, porque en él está incluso la elección de quienes quiere que crean en el Islam:  XXII. 67. [¡Oh, Mujámmad!] No dejes que [te discutan] sobre los preceptos. Exhorta a creer en tu Señor, porque tú estás en la guía del camino recto. La impresión que a uno le domina, tras la lectura, es la de que Alá es el Gran Hermano orwelliano llevado a la perfección absoluta:  LVIII. 7. ¿Acaso no ves que Dios conoce cuanto hay en los cielos y en la Tierra? No hay confidencia entre tres sin que Él sea el cuarto, ni entre cinco sin que Él sea el sexto. Siempre, sean menos o más, Él estará presente dondequiera que se encuentren, si bien con la salvedad de esa perplejidad enunciada: LXVI. 10. Diles: “¿Por qué no creen [en el Corán] que Dios reveló, siendo que un sabio de los Hijos de Israel5 atestiguó su veracidad y creyó en él? Pero ustedes actuaron con soberbia. Sepan que Dios no guía a un pueblo de injustos. En nota a pie de página el traductor nos refiere que ese sabio no fue otro que el Gran Rabino de Medina, llamado ‘Abdullah Ibn Salam,  quien se convirtió al Islam al reconocer en Mujámmad los signos del último Profeta de Dios que estaban mencionados en la Torá.
         El hecho de que Dios escogiera a un iletrado como vehículo de transmisión de su revelación es bastante similar a la elección crística de unos iletrados pescadores del mar de Galilea, y ello ha de ponerse en relación, forzosamente, con aquella puerilidad del mensaje transmitido a que aludía al comenzar esta crónica de mi fatigada lectura. No es un libro para personas con cierta exigencia –tampoco excesiva, la verdad– y me hago cruces y medias lunas de cómo es posible que un credo tan hiperbólicamente simple sea capaz de siquiera llamar la atención de personas instruidas y habituadas al contacto con lo que ha sido el desarrollo de la razón en Occidente. Para los musulmanes, sin embargo, que Mahoma fuera un analfabeto es la prueba del tres de que El Corán es auténticamente la palabra de Dios, no la de Mahoma, algo que se reitera en exceso a lo largo del libro, cuando se avisa reiteradamente de que el Profeta no es un poeta ni nadie con inventiva como para “crear” la revelación, sino un mero instrumento, un vehículo que ni siquiera podía escribirlas directamente: XXI. 5.  Y dicen [otros idólatras]: “[El Corán] no es más que sueños incoherentes, o [palabras que] él mismo ha inventado, o es un poeta. Que nos muestre un milagro como lo hicieron los primeros [Mensajeros, si es verdad lo que dice]”. 6.  Ninguno de los pueblos a los que exterminé creyeron [al ver los milagros], ¿acaso éstos van a creer? [No lo harán].
El vínculo entre Dios y los creyentes se basa en algo tan sencillo como la recompensa al final de la vida: los no creyentes, al infierno; los creyentes al Paraíso, que se describe a lo largo del libro con todas las señales de riqueza imaginables; del mismo modo que no se escatiman los tormentos de los condenados al fuego eterno. En realidad, parece, desde la perspectiva actual, como una religión reducida a cómic para niños. Como no puede por menos que dejar de advertirse aquí: LXI. 10. ¡Creyentes! ¿Quieren que les enseñe un negocio que los salvará del castigo doloroso? 11. [Este buen negocio es que] crean en Dios y en Su Mensajero, contribuyan por la causa de Dios con sus bienes y sus seres, pues ello es lo mejor para ustedes. ¡Si supieran!, donde el tono de charlatán de feria dirigiéndose a jóvenes oyente a quienes quiere encandilar con los regalos de la tómbola parece evidente.
         A lo largo de sus casi infinitas 616 páginas de apretado texto, le va a ser muy difícil a un lector acostumbrado a ciertas exigencias narrativas o líricas, seguir con placer lector un texto que, desde cualquier punto de vista, aun del del anecdotario, tan pocas alegrías le va a deparar. Ya he dicho que se trata de un libro “santo”, esto es, que, por su propia naturaleza, entendida desde el punto de vista de los creyentes, no puede ser analizado desde la perspectiva de otros géneros ni puede ser comparado con las crónicas históricas judías ni con las Metamorfosisde Ovidio ni con los Vedas, por ejemplo. He tenido la sensación, por otro lado, de que la revelación de Alá lo que incita, en realidad, es a recitar la Torá, más que el propio Corán, porque continuamente le está comunicando a Mahoma que diga que los creyentes han de recitar lo que él les revela en El Corán, sin que se especifique, salvo en escasas ocasiones, cuáles sean esas revelaciones, más allá de las simplicísimas ya enunciada anteriormente. Hay continuamente una alusión a un texto implícito (V. 48. [Y a ti, ¡oh, Mujámmad!] Te he revelado el Libro que contiene la verdad definitiva [el Corán], que corrobora los Libros revelados anteriormente y es juez de lo que es verdadero en ellos. Juzga conforme a lo que Dios ha revelado y no te sometas a sus deseos transgrediendo la Verdad que has recibido) que no puede ser otro, y corro el riesgo de equivocare, que la Torá. Los intentos de Alá por entroncar con la religión judía y la cristiana dan siempre la penosa impresión de ser una especie de dios advenedizo que aspira a ser confundido con el Dios de Moisés, sin la esperanza de lograrlo, de ahí el énfasis en la “sumisión” al mensaje que les transmite Mahoma, el último Gran Profeta de Yahvé. Esa “rivalidad” divina, va más allá del puro nominalismo, porque si no no se entiende la animadversión explícita a los judíos (V. 82. Verás que los peores enemigos de los creyentes son los judíos y los idólatras, y los más amistosos son quienes dicen: “Somos cristianos”. Esto es porque entre ellos hay sacerdotes y monjes que no se comportan con soberbia) y, en términos generales, a los que califica de “intelectuales” y a los poderosos, a los ricos. Con todo, no deja de ser curioso que ciertos integristas religiosos judíos hayan logrado tener una fluida relación con los clérigos iraníes, con quienes no dudarían en aliarse para acabar con el régimen democrático corrupto de Israel. De hecho, también Mahoma explota el filón del “pueblo escogido” al organizar a los musulmanes: III. 110. [¡Musulmanes!] Son la mejor nación que haya surgido de la humanidad porque ordenan el bien, prohíben el mal y creen en Dios.
         He leído con notable interés el texto porque quería confirmar algunos extremos que tocan de lleno en la actualidad de lo que ocurre en el mundo. El primero de ellos era el de si El Corán avala o no la guerra santa: II.190. Y combatan* por la causa de Dios a quienes los agredan, pero no se excedan, porque Dios no ama a los agresores. En otra nota a pie de página, el traductor nos especifica que qaatil( قاتل ) es la voz árabe que significa combatir con armas, lo que, sin duda, justificaría esa guerra contra el infiel que algunos grupos terroristas de carácter islámico defienden como ajustada a las enseñanzas de El Corán. Y en otra parte: VIII. 65. ¡Oh, Profeta! Exhorta a los creyentes a combatir [por la causa de Dios]. Por cada veinte pacientes y perseverantes de entre ustedes, vencerán a doscientos9; y si hubiere cien, vencerán a mil de los que se negaron a creer, porque ellos no razonan10. Sin embargo, y ese baile de contradicciones forma parte de la naturaleza de un libro formado por “aluvión” de materiales, no siguiendo un plan predeterminado, en otro sitio se dice: LXVII. 20. Algunos creyentes dicen: “¿Por qué no desciende un capítulo [del Corán donde se prescriba combatir]?” Pero cuando es revelado un capítulo [del Corán] con preceptos obligatorios, y se menciona en él la guerra, ves a aquellos cuyos corazones están enfermos9 mirarte como si estuvieran en la agonía de la muerte. Sería mejor para ellos 21. cumplir con los preceptos y no pedir que se prescribiera la guerra. Porque cuando llegue el momento de combatir, lo mejor será que obedezcan a Dios con sinceridad. Digamos que El Corán se ha formado a partir de revelaciones que fue teniendo Mahoma a lo largo de casi 23 años, de donde forzosamente se sigue que es difícil pedir que el libro tenga una coherencia reconocible. El proceso de transmisión a través de la repetición memorística en sus primeros tiempos dificulta esa misma coherencia, si bien también se recogían por escrito en diversos materiales dichas revelaciones, que no empezaron a compilarse sino tras la muerte de Mahoma. La edición canónica de lo que actualmente entendemos por El Corán fue, en realidad, un largo proceso, si bien puede considerarse que se trata de un texto que poco o nada difiere de lo revelado por Mahoma. El carácter de transmisión oral de la doctrina musulmana forma parte de sus señas de identidad. “Una persona que pueda recitar todo el Corán se llama qāri' (قَارٍئ) o hāfiz (términos que se traducen como "recitador" o "memorizador," respectivamente). Mahoma es recordado como el primer hāfiz. El canto (tilawa تلاوة) del Corán es una de las bellas artes del mundo musulmán”, nos dice la Wikipedia, y cualquiera lo comprueba cuando ha tenido la ocasión de contemplar alguna madrasa donde los niños, sentados, repiten rítmica y machaconamente el texto de El Corán para imprimirlo en su memoria.
         El Corán, como es bien sabido, y sigue en ello las directrices de la Torá, es un manual de ordenación de la vida social. Está lleno, así pues, de prohibiciones y normas de obligado cumplimiento que afectan a la mayoría de comportamientos sociales. Hay una reivindicación evidente de la solidaridad con los desposeídos a través del obligatorio ejercicio de la limosna, por ejemplo; del mismo modo que hay una segregación objetiva de la mujer, relegada a la condición de bien que el hombre ha de saber administrar: II.223. Sus mujeres son para ustedes como un campo de labranza, por tanto, siembren en su campo cuando [y como] quieran. II.228. Ellas tienen tanto el derecho al buen trato como la obligación de tratar bien a sus maridos. Y los hombres tienen un grado superior [de responsabilidad] al de ellas; Dios es Poderoso, Sabio. Igualmente, hay una prohibición absoluta de las manifestaciones sexuales, que han de recatarse profundamente. Los “actos impuros” han de recibir su castigo: XXIV. 2. A la fornicadora y al fornicador aplíquenles, a cada uno de ellos, cien azotes. Y las mujeres han de evitar a toda costa convertirse en “ocasión” de pecar: XXIV. 31.  Dile a las creyentes que recaten sus miradas, se abstengan de cometer obscenidades, no muestren de sus atractivos [en público] más de lo que es obvio, y que dejen caer el velo sobre su escote.(…) [Diles también] que no hagan oscilar sus piernas [al caminar] a fin de atraer la atención sobre sus atractivos ocultos. Pidan perdón a Dios por sus pecados, ¡oh, creyentes!, que así alcanzarán el éxito. Algo en lo que no están muy lejos de la Iglesia Católica ni de muchas otras religiones, que parecen haber fundamentado su fuerza en la opresión de la mujer. Trata, así mismo, de “refinar” los comportamientos sociales: XXXI. 19. Sé modesto en tu andar y habla sereno, que el ruido más desagradable es el rebuzno del asno. De igual modo, establece cómo ha de ser el saludo entre los fieles: XXXVI. 58. “¡La paz sea con ustedes!7”, serán las palabras del Señor Misericordioso. El Corán tiene una visión negativa de la persona, a la que considera incapaz, por sí sola, de vencer sus naturales limitaciones individuales para ascender a la condición de creyente: LXX. 19. El hombre fue creado impaciente: 20. se desespera cuando sufre un mal 21. y se torna mezquino cuando la fortuna lo favorece. Más parece concebirla, a la persona, como un ser perverso al que se ha de redimir que todo lo contrario, de ahí la necesidad de la doctrina, de la revelación. De todos modos, y para honrar la verdad, no es menos cierto que la doctrina revelada también tiene muchos aspectos positivos que abundan en la necesidad de preocuparse por el bienestar de todos, como los siguientes: XC. 12. ¿Y qué te hará comprender lo que es el camino del esfuerzo? 13. Es liberar [al esclavo] de la esclavitud 14. y dar alimentos en días de hambre 15. al pariente huérfano, 16. o al pobre hundido en la miseria. 17. Y ser, además, de los creyentes que se aconsejan mutuamente ser perseverantes [en el camino del esfuerzo y de la fe] y ser misericordiosos [con el prójimo]. 18. Estos son los bienaventurados de la derecha1. 19. Mientras que quienes rechacen Mi revelación serán los desventurados de la izquierda2 20. y el fuego se cercará sobre ellos.
         En el capítulo anecdótico, me ha llamado la atención una historia de Moisés en la que la Toráy El Corán discrepan abiertamente: XX. 22.  Introduce tu mano en tu costado y saldrá blanca, resplandeciente, sin defecto alguno. Ese será otro milagro.  Este milagro que Yahvé le concedió a Moisés, después del de la vara convertida en serpiente, difiere en que mientras para El Coránla mano resplandeciente es el milagro, en la Torá, la mano blanquecina es, sin embargo, la aquejada de lepra, que solo vuelve a su estado natural después de volvérsela a introducir en el seno. Y no menos me la ha llamado, la atención, el hecho de las poquísimas veces que se menciona en el texto el nombre de Alá. De hecho, tras una mención aislada en el capítulo X  se ha de esperar hasta un poco más allá de la mitad del libro para que aparezca de nuevo: LVIX. 22. Él es Al-lah, no hay otra divinidad salvo Él, el Conocedor de lo oculto y de lo manifiesto. Él es el Compasivo, el Misericordioso. LVIX. 24. Él es Al-lah, el Creador, el Iniciador y el Formador. Suyos son los nombres más sublimes. Todo cuanto existe en los cielos y en la Tierra Lo glorifica. Él es el Poderoso, el Sabio. Esta pluralidad nominal está también en la tradición cristiana, como ocurre en esa joya de nuestra literatura que es De los nombres de Cristo, de Fray Luis de León. Aunque lo que se lleva la palma el anecdotario es la antigua costumbre preislámica a la que se hace referencia en El Corán, esto es, al hecho de que los árabes enterraban a sus hijas vivas por temor a la pobreza o a que estas pudieran caer en manos de los enemigos y eso trajera deshonra a su familia. Por otro lado, y eso sí que les chocará a quienes no lo hayan leído, en ninguna sura del libro se especifica que Mahoma no pueda ser representado de forma natural, no ya caricaturesca, y que, por tanto, la imposibilidad de hacerlo es doctrina sobreañadida, humana, demasiado humana,  a la revelada por el Profeta.

         Es evidente que no se pueden ni resumir ni comentar un texto de más de 600 páginas ni siquiera en un blog como este Diario, tan hecho a los ladrillos críticos, pero no quiero acabar sin dejar constancia, acaso reiterada, de la profunda decepción que me ha deparado la lectura de este Corán del que esperaba el sabor del dátil y la reciedumbre estoica del camello, el hechizo de la luna y el arrayán y el silencio del recogimiento fervoroso, en vez de un texto pueril que recurre a la amenaza de la condenación eterna, con unos castigos infernales que ni el triste Pedro Botero se le podrían ocurrir menos pavorosos, o con una chantajista recompensa en el Paraíso con huríes y efebos camareros por donde discurren todos los ríos del mundo…, porque no hay alusión al Paraíso que no vaya acompañada de la promesa del agua, como si la doctrina, al estilo de los análisis materialistas de la realidad, hubiera surgido de la determinación desértica del medio en que vivió su protagonista y sus destinatarios, la península arábiga. ¡Cómo lamento haber salido tan decepcionado de la lectura! Tenía puestas tanta esperanzas en algún tipo de  disfrute literario que no hallar ni pizca de él me parece, en todo caso, el peor de los infiernos con el que me pueden amenazar. Advertidos quedan los posibles aspirantes; enseñado quedo yo, que no aleccionado, ni convertido.

Títulos de crédito, ¿bocado exquisito solo para paladares cinéfilos?

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El alma de la película en un corto de tres minutos: los títulos de crédito. Un género en miniatura que exige el reconocimiento de un Oscar específico y en España de un Goya.


Los títulos de crédito son esa parte de la película en la que la información debería primar sobre cualesquiera otras virtudes cinematográficas, pero desde que aparecieron especialistas en diseñarlos y directores que intuyeron sus posibilidades expresivas, la creación de los títulos de crédito se ha convertido en un arte autónomo que ha establecido su propia tradición y su propia jerarquía artística, por más que sea discutible la presencia de estos o aquellos en ella, como pasa, por ejemplo, cuando se intenta establecer el decálogo de las mejores películas de la Historia del Cine: imposible ponerse de acuerdo, y menos aún en si CiudadanoKane o Intolerancia, de Welles y Griffith respectivamente, han de encabezarlo.
No recuerdo cuándo comencé a aficionarme a degustar los títulos de crédito como uno de los momentos estelares de las películas, pero desde ese lejano día no hay película en la que desde el comienzo –porque cuando aparecen al final suelen ser bastante más de trámite, aunque hay excepciones notables, como en Wall.E, por ejemplo– no pueda formarme un pre-juicio bastante aproximado sobre la calidad de lo que estoy a punto de ver. Una vez generalizado el arte del diseño de títulos, es más fácil que se nos dé gato por liebre, sin duda, pero hace no pocos años el minicorto con los títulos de crédito rara vez engañaba y sí conseguía reafirmar algo así como la huella estética del director. Hoy en día, el auge de las magníficas series televisivas ha contribuido poderosamente a la relevancia social de los títulos de crédito para los espectadores: la suma de imágenes y música que preceden a cada capítulo, a fuerza de repetición, se ha convertido en una suerte de “marca” cuyo recuerdo nos trae a la memoria la calidad total de la serie. Nadie que haya visto Mad Men, pongamos por caso, puede no rendirse a la evidencia del magnífico trabajo deMark Gardner, Steve Fuller y la productora Cara McKenney, una suerte de sinopsis condensadísima  en la que el tema musical, un extracto de la composición instrumental A beautiful mine, de RJD2 (cuyo nombre artístico procede de las siglas de su nombre real: Ramble John (RJ) seguido del añadido D2 en homenaje al robot de La guerra de las galaxias: R2D2), de clara resonancia clásica, casi händeliana, logra una fusión con el texto raramente alcanzada en otros títulos de crédito.

          La disparidad de opciones para elaborar los títulos de crédito es inagotable y nos permite, en su enumeración, ir recordando algunos de los más famosos títulos de la Historia del Cine. Antes de empezar he de decir que me parece una soberana injusticia que la Academia americana de cine no haya considerado oportuno establecer un Oscar para premiar esta labor específica que cada vez ha ido adquiriendo un mayor rango en la industria cinematográfica. De hecho, como acabamos de referir, son estudios como Imaginary Forces, para quien han trabajado los creadores de los títulos de Mad Men, una especialización tan definida en la industria que bien merecerían, los creadores, un reconocimiento a su tarea. Cuando en el franquismo, en los cines llamados “De Arte y Ensayo”, un título con el que no puede competir el vulgar “En versión Original” que vendría a sustituir en democracia a aquellas excepciones gracias a las cuales podían verse películas tan auténticamente inclasificables como La Bestia o Goto, La isla del amor, ambas de Borowczyk,  llegaba con exquisita puntualidad al comienzo del pase, ello se debía a que la proyección solía ir siempre precedida por un corto, una especialidad en la que se “fogueaban” futuros directores que a partir del 75, tras la muerte del dictador, llenarían las salas españolas con sus largos. A su manera, los títulos de crédito creativos –la antítesis serían las películas de Woody Allen, en las que contra un fondo negro aparecen los títulos de crédito en letras blancas a la rapidez del rayo, siempre acompañados por música de jazz– son hoy, para mí al menos, una depuración de aquellos cortos en los que podía verse absolutamente de todo, desde luego, desde auténticas joyas, como el mítico de Drove, ¿Qué se puede hacer con una chica?, hasta absolutos bodrios hoy por suerte perdidos en el más absoluto y misericordioso de los olvidos. Decía que son muchas las posibilidades que ofrece la creación de títulos, y van desde el aprovechamiento que de ellos hace el director para meternos en materia con escenas que adelantan bien la presentación de los personajes bien el desarrollo del argumento, como sucede en dos absolutamente geniales, Sed de mal, de Welles, con el famosísimo plano-secuencia inicial:

                                                           
                             
hasta esa maravilla de sincronización narrativa que es Una mujer atrapada, una película demasiado olvidada, quizás, pero cuyos títulos de crédito, obra del genio de la especialidad, Saul Bass, son tan impactantes como cuantos ideó para otras películas de mayor éxito que la presente:
                                  
                                               
Suyos son, recuérdese, títulos de crédito tan famosos como los imaginativos de El rapto de Bunny Lake:

                             
O los no tan originales como se pretende de West Side Story, en 1961, pues en 1947 Charles Crichton ya lo utilizó para su película Clamor de Indignación. si bien en esta abrian la película y en aquella la cerraban:
                                
Aunque en Anatomía de un asesinato se observa con total nitidez su muy particular estilo:
                                
Íbamos diciendo, sin embargo, que son muchas las posibilidades que se les ofrecen a los creadores de los títulos de crédito para inventar la presentación de las películas, y puede que en esa originalidad a todo trance se halle la seña de identidad del “género” que es esta miniatura. No podemos olvidar, junto a grafismos e imágenes animadas, la aparición de los dibujos animados, que tan excelentes créditos nos han deparado, como en el, acaso, más famoso de ellos: los de Fritz Freleng, creador asimismo del inmortal gato Silvestre, para La panterarosa, la excelente comedia de Blake Edwards:
                            
Aunque no podemos olvidar que la animación más estilizada, de tipo casi geométrico, nos ha brindado ejemplos tan llenos de ingenio y humor como los de una película en la que estos acaso valgan más que ella, me refiero a Atrápame si puedes, de Spielberg:
                             
Si bien Saul Bass fue el primer genio indiscutible de este arte en miniatura, ya digo, de los títulos de crédito, pero no podemos olvidar creadores de tanta inventiva e ingenio como Maurice Binder, autor de unos ingeniosísimos y divertidos títulos para Página en blanco, de Stanley Donen
                             
Si bien la fama de Binder proviene de ser el artífice de los más que estimados títulos de crédito de las películas de James Bond, que han contribuido lo suyo para establecer la estética de dichas películas. De estas películas bien puede decirse que muchos seguidores esperan con idéntica ansiedad los nuevos títulos como las propias tramas.
                             
A medio camino entre el dibujo y la imagen animada podríamos mencionar, por ejemplo, una película sobre el dibujante de American Splendor, Harvey Pekar, interpretado por Paul Giamati, y cuya presentación mezcla con estupenda habilidad la presentación del personaje y las imágenes del comic. En unos títulos creados porJohn Kuramoto:
                           
          Lo cierto es que podría seguir añadiendo uno tras otro ejemplos de un arte por cuyo reconocimiento en la industria abogo al mismo nivel que se reconoce el maquillaje, el vestuario, la banda sonora o los efectos especiales. Nadie que haya reparado en estas delicadas joyas puede no desear que tanto fruto del ingenio quede sin la recompensa artística que se les reconoce a otras parcelas de la misma industria. De hecho, aunque he dicho que los títulos de crédito permiten intuir enseguida la calidad de las películas que preceden, no es menos cierto que no son pocas las películas en que las imágenes de esa titulación se nos graban en la memoria como momentos casi culminantes de la película, como ocurre con los creados por Don Perry para Toro Salvaje, de Scorsese con el baile del protagonista haciendo “sombra” en un ring vacío envuelto entre la niela:
                  
o la preciosa descripción con que Steve Frankfurt  abre Matar a un ruiseñor, de Robert Mulligan
               
  Me podría extender durante decenas de películas, cuyas virtudes “titulares” harán las delicias de los aficionados a este arte singular y cuya potencia visual tan asociada está a las grandes obras del séptimo arte. No siempre, sin embargo, e incomprensiblemente, los creadores de estas obras de arte dentro de la gran obra de arte que puede ser la película que introducen, aparecen en esos títulos de crédito como diseñadores de los mismos, como sucede en un caso tan llamativo como el de 2001 Una odisea del espacio.
Aún no había mencionado ninguna película española, pero, por empezar por el final, ¿a quién no le dejaron clavado en la butaca los títulos de crédito de La isla mínima, por ejemplo, propios de Alberto Rodríguez, a partir de las fotografías fractales de Héctor Garrido, quien, sin embargo, no recuerdo que apareciera en los títulos de crédito?
                                            
Y algo antes, ¿a quién no le sucedió lo mismo con esa maravilla de ágil montaje de los títulos de Balada triste de trompeta, de cuya autoría, salvo error u omisión por mi parte, de David Guaita, no se nos informa debidamente tampoco en los propios títulos?:
                                           
Y, ya puestos, nadie ignora que autores como Pedro Almodóvar han hecho del grafismo de sus títulos de crédito y de sus carteles una auténtica marca artística, como los excelentes de Mujeres al borde de un ataque de nervios, creados por Juan Gatti:
                                    
Que recuerdan, a su lejana manera, a los estilizados de Una cara con ángel, de Stanley Donen:
                  
          Muy lejos, de aquellos inicios, están los títulos de crédito de una de las diez maravillas del cine español de todos los tiempos, Plácido, de Luis García Berlanga, cuyos títulos de crédito, inspirados en un humor gráfico cercano a La Codorniz, fueron creados por  Pablo Núñez, por más que en su biografía de la página de la Academia de las artes y las ciencias cinematográficas de España ni siquiera aparezcan reseñados como el mérito que yo ahora le reconozco y que me gustaría que en un futuro inmediato fuera capaz de reconocer la propia Academia a través de un Goya ad hoc.
                   
          No pretendo no ser injusto, porque los olvidos siempre serán más llamativos que las presencias, pero concluyo con una breve enumeración de titulistas reconocidos cuyas obras sería bueno que vieran los aficionados para poder establecer su propio canon. Así en desorden amable, sin atender a una escrupulosa tasación de los méritos artísticos de unos y otros, deléitese el aficionado con obras incomparables como los títulos de crédito de Seven, de Kyle Cooper
                             
De El caso de Thomas Crown, de Pablo Ferro, autor también de los de Dr. Strangelovede Kubrick o los de Harold y Maude, de  Hal Ashby:
                             
o los inspiradísimos de Michael Riey para Gatacca, con música de Michael Nyman:
                             
Los ingeniosos y narrativos de Nic Benns y Miki Kato para An educationde  Lone Scherfig
                            
Los de Jim Capobianco para  Wall.E, que aparecen al final de la película, convirtiéndose en brillante epílogo de la misma:
                             
A mí particularmente me parecen un alarde espectacular los títulos de crédito creados por William Lebeda para la película Panic Room, de David Fincher, que exploran la inacabable fotogenia de la arquitectura incomparable de la ciudad de Nueva York, quizás la ciudad cinematográfica por excelencia:
                             
No menos brillantes me parecen otros títulos como los de Randall Balsmeyer y Mimi Everett para Fargo; los de Robert Dawson para Sospechosos habituales; los de Nina Saxon para Glengarry Glen Ross; los estilizadísimos de Richard Greenberg para Alien; o los imaginaticos de Wayne Fitzgerald para El graduado, con la incomparable música de Paul Simon y las voces de Simon and Garfunkel.  Todos ellos y muchos más encontrará el complacido intelector de esta entrada en la página web donde he ido a buscar la mayoría de ellos.
          Y quiero cerrar ese breve homenaje a un género por el que siento debilidad, con los títulos de una película, Los paraguas de Cherburgo, de Jacques Demy, a la que le dediqué una entrada entusiasta
(http://diariodeunartistadesencajado.blogspot.com.es/2015/08/la-emocion-genuina-o-el-poder-catartico.html) y cuyos títulos diseñó con una compenetración incomparable con el resto de la película Jean Fouchet. No imagino cómo dejar mejor sabor de boca a los amantes de este noble género cinematográfico que con estos títulos y la inspiradísima  música de Michel Legrand que los guían:

                  
      No cierro sin antes remitir a los intelectores con quienes pueda compartir esta afición a la página donde hallarán los aquí reproducidos y decenas de ellos más que, a buen seguro, les entretendrá durante muchos buenos ratos: Art of the title.

“Mutación. Historia de los muertos 2”. La confirmación del talento narrativo de Javier García de Castro.

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La nueva novela de F. Javier García de Castro, Mutación. Historia de los muertos 2, revalida la calidad narrativa de la primera entrega, Infección, y añade una dimensión kafkiana y de ciencia-ficción que enriquece la trama.


Javier García de Castro acaba de publicar la segunda parte de lo que, de momento parece ser que se convertirá en una trilogía, Mutación. Historia de los muertos 2. Un año después de la aparición de la primera parte, Infección. Historia de los muertos 1, que recomendé de forma entusiasta, he de revalidar el juicio emitido entonces, porque esta segunda parte tiene las virtudes de la primera y añade algunas dimensiones narrativas, como la parodia, por ejemplo, de La matanza de Texas,  “La matanza del caserío”, la podríamos llamar, no exenta de un genuino sentido del terror, y de un acerado, e incluso lacerante, sentido del humor, que se convierte en un poderoso  aliciente para continuar la aventura, ahora escindida, de los protagonistas, quienes a todo trance anhelan el reencuentro, no solo porque Bea y Toni, principalmente, forman ya una pareja cuyo destinos son uno y el mismo, a pesar de su diferencia de edad, sino porque en ese mundo apocalíptico de la devastación total, son la única realidad moral que los confirma como lo que no quieren dejar de ser: genuinos seres humanos. Si hay una diferencia fundamental entre esta parte y la primera ello cae del lado del poderoso acicate lector que constituye la estructura alterna de la trama, como si fueran dos líneas paralelas condenadas a no volverse a encontrar. No adelanto nada que arruine la lectura, pero sí he de reconocer la fabulosa imaginación de Javier García para los giros imprevistos y las sorpresas narrativas. Es cierto que todo sucede con el trasfondo en bajo continuo de la amenaza constante de los muertos vivientes, pero el rescate de algunos personajes del País Vasco, la aparición de un Lehendakari muerto viviente y un personaje creado bajo la semejanza, distante pero poderosa, con el Dr. Strangelove de Kubrick en ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú,  un "malo" en estado puro, el director de la plataforma adonde ha sido transportada Bea, permite un sutil juego de contrastes que ayuda al lector no solo a tomar partido, que eso ya lo tiene claro desde la primera parte, sino a percibir, con total nitidez, el trasfondo humanista de esta obra singular en la que, quizás, lo menos importante sea la presencia de los muertos vivientes frente a la decidida voluntad de algunos escasos vivientes de escapar al destino inexorable de la muerte absurda, y la estrategia de supervivencia que les permite, a los protagonistas, alargar su trágica y absurda aventura. Todo lo concerniente a la plataforma, una parte de la novela que recuerda inmediatamente las viejas películas de terror de serie B como El experimento del Dr. Quatermass, de Val Guest (cuyo éxito inesperado forzó el rodaje de una trilogía, por cierto), Lo desconocido, de Leslie Norman o El hombre con rayos X en los ojos, de Roger Corman; todo lo relativo a esa plataforma, digo, está connotado de una dimensión de relato de ciencia-ficción cruzada con el poderoso sentido del absurdo que parece presidir toda la aventura, tanto en la primera como en esta excelente segunda parte, que el lector lo apreciará como uno de los grandes aciertos de la novela. Está claro que habrá momentos en la lectura en los que incluso le costará ubicarse en ese espacio de plataformas flotante que, a su manera, recuerda ciertas perspectivas kafkianas. Los acontecimientos que se suceden en ella, y que tienen una unidad al modo clásico de las antiguas obras de teatro: acción, tiempo y espacio, los seguirá el lector con un sobrecogimiento que el autor sabe acentuar con una exacta dosificación de la piedad y la crueldad, a partes desiguales, obviamente. En cualquier caso, esta segunda entrega de La historia de los muertos confirma punto por punto los valores de la primera y aun me atrevería a añadir que, por lo que hace a la acción trepidante, incluso la supera. Es cierto que no se han desvelado aún todas las claves del extraño fenómeno ni su alcance definitivo, pero al autor, con un pulso narrativo más firme que en la primera parte, se le advierte muy seguro de sí mismo y de su capacidad para elevar el interés de la trama con un enriquecimiento progresivo de los personajes centrales y de algunos nuevos que se recuperan, elevados a la dimensión de protagonistas, de la primera. Constatada la dimensión absurda del contexto de la peripecia vital de los protagonistas, digamos que en esta segunda parte el decantamiento hacia las posiciones éticas se acentúa, del mismo modo que parece acrecentarse la seguridad en las estrategias defensivas contra los infectados o mutantes. A este respecto, y como ya hemos dicho, las escenas de acción adquieren un relieve mayor que en la primera parte. Se avanza poco, sin embargo, en el posible conocimiento de las causas que han provocado la situación apocalíptica, aunque también en ese aspecto la novela nos ofrece novedades muy jugosas que se materializan, básicamente, en lo que podríamos denominar algo así como “El misterio de la plataforma marina”. Pero no quiero avanzar más de lo que, en justicia, le ha de estar permitido a un crítico que quiere recomendar fervientemente la lectura de esta novela, como ya lo hizo con la primera. Sí me permito, por supuesto, intuir que la tercera parte habrá de ser la definitiva y que habrá de incluir lo que más se acerque a un desenlace, pero no es menos cierto que una estructura tan abierta como la de esta Historia de los muertos puede ofrecernos lo que menos nos esperemos, que es una de las habilidades del autor: la sorpresa, la vuelta de tuerca. Supongo que dentro de un año tendremos alguna respuesta…

Los frutos bordes 1: Lucha de fantasmas.

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El artista desencajado y la estantigua politiquera.

El artista desencajado mira en redor y se resiste a dejarse arrastrar por la vorágine de la pseudodialéctica política, por la efervescencia maligna de unas pasiones irracionales dispuestas a sacrificar ante el perverso altar de la patria la convivencia y aun hasta la sangre en aras de una superstición, de una mitología de baratillo y, por supuesto, de sólidos intereses económicos y una pretendida, y escandalosa, impunidad  judicial. El artista vive en sociedad, pero no se funde en ella. Derruidas las decimonónicas torres de marfil, el artista se abisma en su mundo y construye, desde él, otra realidad menos agreste, aunque más dura, porque desde ella se denuncia la redundancia de la ignorancia y la vulgaridad. Las cosas de la polis son, también, sus cosas, desde luego, pero se niega a dejarse untar por la viscosidad de una realidad habitada, sobre todo, por la alienación, la sumisión, cierta indiferencia y unos orgullos de gallos de corral. Nada más deprimente que intentar entender la demagogia politiquil y la pseudodialéctica que todo lo fía al eslogan, la frase de almanaque y algún que otro retruécano al estilo de los que tanto le gustaban al político débil de pensamiento débil que fue Zapatero. Cuando se ama la palabra como la ama el artista desencajado es del todo insufrible asistir a la deturpación constante con que el pseudodiscurso de los politiquillos pretende domesticarla y endulzarla con el remedo de la persuasión.
Es cierto que lo externo interpela al artista con su agitación de rabo de lagartija mutilada, pero el artista desencajado sabe rehuir la provocación. No se deja atrapar por el griterío de quienes todo lo colocan al borde del abismo y se quejan, después, de que podemos caer en él. Nada humano le es ajeno, pero sabe no dejarse imponer ni las maneras ni las distancias ni los tonos, y mucho menos la oportunidad de la ocasión. No contempla la realidad desde un espacio confortable, ¡terrorífico sí mismo lleno de quiebras, laberintos y desconciertos!, ni a través de la ventana en una torre exenta, como la morada de un estilita; la mira, perplejo,  desde la altura del ser humano, de frente, a los ojos, con desquiciada paciencia y con pacífica ira, dispuesto a conmoverse, a com-padecerse, pero también a desenmascarar las imposturas y los simulacros con que le acechan los viejos saludadores y los ignaros lectores de Maquiavelo.
          Aquí y allá va cosechando el artista desencajado los frutos de la sabiduría que nunca empachan a nadie, el vademécum que nos entretiene el camino hacia la muerte y que, solo ilusoriamente, nos hace más libres, menos esclavos, más yo y menos todos. No hay aprendizaje del dolor, aunque lo sostuviera Gadda; pero tampoco lo hay de la sabiduría, como lo demuestra la incapacidad de los nobles y leales aforismos llenos de razón a la hora de cambiar el atavismo de la mayoría de nuestros conciudadanos. Vivimos en lucha permanente contra el conocimiento y en derrota constante de la razón: única posibilidad de huida del dolor inmenso de la lucidez.
Hay aforismos para todo, para cada ocasión, para cada mentalidad, para cada indigencia intelectual, incluso; pero ninguno de ellos nos permite afrontar con confianza el presente de los tiempos revueltos de la demagogia y el verbo incendiario de los mistagogos.
          He aquí algunas migajas envenenadas:
      1.     El orden es la pesadilla del azar; el azar, el sueño del orden.
2.     La intolerancia no tiene patria; pero todas nacen de ella.
3.     Los exacerbados amores al terruño suelen devenir cuarteados terrones de la sequía de la razón.
4.     Si la política es cosa de ideas y no de personas, estamos perdidos; y si fuera al revés, aún más
5.     Quienes no tienen ideas pretenden gobernar la lengua con la que no piensan.
6.     La democracia es una cura de humildad para la inteligencia.
7.     La ley es el fracaso de la especie.
8.     Cuesta admitirlo, pero los perros de dos países limítrofes se entienden mejor que sus dueños.
9.     Very often the course of History means the curse of History, as everybody knows.
10. La mayoría absoluta, en democracia, no le da la razón a todo el mundo, sino el poder a uno solo.
11. No hay fechas electorales, sino fechorías electorales.
12.  La idiosincrasia es la mancomunidad de los lugares comunes.
13. No siempre la libertad de expresión implica la expresión de la libertad.
14. El sueño de la razón: madre patria.
15. El discurso político puede ser político, pero en modo alguno discurre…
16. Las utopías son el catecismo de los desnortados.

17. No prevalecen contra el sol nuestro de cada día los colores de ninguna bandera.

Los frutos bordes 2: Entorno y vidas.

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La sala de máquinas.


Cualquier escritor tiene una sala de máquinas, un atelier, un estudio, un despacho, una cámara, un reservado, una buhardilla…, la habitación propia wolfiana donde tejer –y sobre todo destejer… – a conciencia las obras que lo acrediten, que lo encajen, que lo eternicen o que, sencillamente, le permitan sobrevivir con un mínimo de placer y un máximo de riesgo. A lo mío, a mi espacio, desde siempre me he referido como la “Sala de máquinas”, aunque ignoro, más allá de las imágenes eróticas de los émbolos de los motores de vapor, cuál fue la razón por la que opté por esa denominación y no por otra. Como se advierte en la fotografía, ni siquiera se trata de la famosa habitación propia –sólo la tuve durante dos años en un colegio mayor universitario en el que estaba por deportista, no por estudiante, y jamás la he vuelto a tener-, sino de una parte de una sala enorme que sirve de estudio también para mi conjunta y de dormitorio para ambos. Iniciaré una descripción de lo que se ve de izquierda a derecha, aunque trataré de no ser exhaustivo. Perdóneseme la prolijidad si ello redunda en la complacencia del lector.
Anticipo que no es empresa fácil meterse en un espacio compartido por tres heterónimos, porque, aun teniendo vidas propias, ¡son siempre tan escurridizas las fronteras de las materias exclusivas de cada cual! Como no pretendo avivar polémica alguna, y como soy de mi natural respetuoso, hasta que me provocan, adoptaré una actitud notarial, objetiva, para, sea de quien sea, informar de lo que se ve o entrevé.

                  A la izquierda lo primero que aparece es un libro sobre un atril y ambos encima de un archivador de color verde que contiene unas 1000 fichas en fino papel de folio, de letra apretadísima, donde se almacena la investigación biográfica sobre un psiquiatra alemán del que uno de esos heterónimos quiere escribir, al parecer, una biografía novelada. Sobre el atril descansa La intepretación de los sueños, de Sigmund Freud. Detrás hay un estuche con las gafas para ver de lejos. Al lado del archivador aparece este ordenador donde se fraguan tantas quimeras y no pocos tropiezos. Detrás del ordenador hay dos botes con utensilios de escribir y material de escritorio. Entre ellos, una caja de bolas chinas relajantes. Delante de ellos un dispensador de cinta adhesiva, el reloj de Al Qaeda, un Casio F-91W, y una linterna con pinza para leer en la cama. Detrás de uno de los botes, se apoyan en los dos tomos del Diccionario de uso del español, de María Moliner, un fajo de folios con idéntica letra a la de las fichas en los que se recoge más información para la biografía novelada. Sobre los dos tomos de María Moliner descansa, esperando su turno para ser extractado, un ensayo titulado Jacob Leví Moreno. Psicología del encuentro, escrito por Eugenio Garrido Martín. Al lado de María Moliner hay un Diccionari Castellà-Català de la Enciclopèdia catalana. Enfrente de él, contenidos por un reposa libros metálico en forma de B, se ubica una hilera de diarios, cuadernos, libros y revistas de varia naturaleza: 20 diarios donde se sigue al día la actividad maratoniana del yo disparatado que nos acoge, ignoro si para negarse o para afirmarse por triplicado, y algunos cuadernos con proyectos hibernados. Entre ellos están también el Dicccionario de lingüística de Georges Mounin y el Dicccionario del diablo de Ambrose Bierce. Al final de esta hilera arrimada a la pared hay una Guía de los árboles de España, una Breve historia de la pintura moderna, un Manual de maquetación electrónica y dos números de Historia y vida, uno de 1969 y otro de 1973. Sobre esta hilera de cuadernos y libros están los rimeros de folios más recientes de otra investigación: la de la tesis doctoral sobre los aforismos, un material que aguarda aún ser llevado a los archivos de Word correspondientes. Estas hojas, prendidas con pinzas metálicas, ocultan un viejo walkman aún en uso. Delante de esta hilera hay otra, pegadísima a ella, en la que refrenados por un reposa libros estilo art decó, aparecen: un conjunto de puntos de libros no especialmente elegidos, el Diccionario de la mitología clásica en dos volúmenes de Alianza Editorial, un volumen diminuto de Alonso de Castillo Solórzano: Aventuras del bachiller trapaza, el Manual del español urgente, de la Agencia EFE, el Diccionario de palabras y frases extranjeras de Arturo del Hoyo,  el Glosario de voces anotadas en los 100 primeros volúmenes de Clásicos Castalia, un paquete de barras de incienso de sándalo, un conjunto de hojas con anotaciones anecdóticas y batiburrilleras, seis libretas de diccionarios personales de inglés, castellano y catalán, un cuaderno con la crónica de un tratamiento psicoanalítico, tituladoD. los jueves, otro cuaderno titulado Diario Oreado/Aireado, con escasísimas entradas que van desde 1990 hasta 2012, un libro titulado Palabras locales, comarcales y regionales de la provincia de Teruel, escrito por José Altaba Escorihuela (sacerdote y maestro, se especifica). Sirviendo de reposa libros a esas dos hileras de cuadernos y libros aparecen cuatro gavetas. La primera, arriba del todo, contiene una edición de la ópera de Gluck Orfeo ed Euridice, tras ella un cuaderno con la sala de maquinas de la novela biográfica, una carpeta voluminosa con un contenido heterogéneo, como una poliantea, desde buena parte de mi colección de aforismos ajenos hasta resúmenes de libros, pasando por una extensísima selección manuscrita del Diccionario Etimológico de Juan Corominas, justo detrás hay un volumen ttulado Those who come after, escrito por la hija del futuro biografiado y The Upstart Spring. Esalen and the Human Potential movement: the first twenty years, también relacionado con lo mismo. Prendidas en la parte superior de la gaveta aparecen cuatro pinzas. Junto a ellas, una bolsa de Salinos, regaliz. Sobre ella, los auriculares del viejo walkman. Al lado de la bolsa de regalices, aparecen las libretas pequeñas en las que voy escribiendo mis aforismos, algunos de los cuales ya se han leído aquí, los que no son míos ni siquiera los toco. Detrás de las libretas, oculto por ellas, está Nací. Textos de la memoria y el olvido, de Georges Perec, y tras él un cuaderno de notas comprado en la Casa de Fernando Pessoa, en Lisboa. En las gavetas inferiores están los paquetes de incienso, pañuelos, una grabadora de mano Olympus, los bonos de la subscripción a  El País y un cartucho de recambios de tinta para la pluma Parker modelo 45, el único usado en esta Sala de máquinas desde hace 40 años. En la mesa, detrás del ordenador, aparecen dos pisapapeles: una piedra de playa escogida en la Playa de los Muertos, de Carboneras; otro pisapapeles de hierro de Edhasa, un tintero de los que se ponían en los antiguos pupitres escolares, otro pisapapeles en forma de búho y un suerte de cenicero en la que se almacenan piedras redondas, una pelota de golf y un cascabel unipieza, patentado por el padre de una amiga. A la derecha del ordenador se ve una foto de un enchufe de posguerra, una pajarita de metacrilato, un tintero Waterman más moderno,  papeles de notas, las gafas de leer y el bolígrafo Pilot, el móvil, el pebetero del incienso y, al extremo de la mesa, el encendedor, el cortaúñas y un libro, Glosas de Sabiduría, de Sem Tob de Carrión, en celebérrima edición de Agustín García Calvo para Alianza Editorial. En la pared de enfrente hay un calendario, un horario académico, un dibujo infantil familiar de Homer y en el lateral de las estanterías privadas, una foto del muro al que se abría la ventana por donde se descolgó Juan de la Cruz y los 26 dorsales de las correspondientes maratones hechas y derechas. Y aquí se acaba el entorno. Y aquí comienzan las vidas.

Los frutos bordes 3: Sobre el (duro) aprendizaje.

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Sobre el aprendizaje: argumentos de autoridad contra la autoridad sin argumentos.

                                                                                                       Que de hottentots parmi  nous!                                                                                                                                                ( Helvecio)  

Que a estas alturas del siglo XXI, con lo que ya se lleva estudiado acerca del funcionamiento del cerebro y los procesos de adquisición del conocimiento, sea necesario escribir un artículo en el que se defienda la radical heterogeneidad de la capacidad mental de los individuos prueba la solidez de los dogmas demagógicos –admítaseme la redundancia– construidos sobre los lábiles fundamentos de las buenas intenciones. Unamos a esas ingenuas creencias la que, en el plano pedagógico, las corona: “el niño es una esponja”, con la que, al parecer, quien la enuncia cree haber hallado algo así como la piedra filosofal de la argumentación, cuando, en realidad, la identificación con el más primitivo de los seres vivos dista mucho de constituir un elogio y sí una descripción inmisericorde del grado de desarrollo mental de millones de individuos de nuestra especie. 
Llevados por esa ingenuidad ideológica, los responsables del sistema educativo público han convencido a los posibles clientes/votantes de que sus hijos, todos ellos, están “genéticamente diseñados” para sacar un provecho excepcional del aprendizaje en las escuelas, institutos, centros de formación profesional y universidades. La propaganda, que es de suyo viciosa, como las malas hierbas en los sembrados, no se recata a la hora de prometer, ¡y hasta casi garantizar!, que los retoños en cuestión no sólo van a aprender con provecho las lenguas oficiales que les correspondan territorialmente, sino, así mismo, el inglés y, con apenas ningún esfuerzo añadido, el francés, el alemán, el italiano e incluso hasta el chino, según las disponibilidades de personal de cada centro. Tal banalidad, hija de la ignorancia nieta de la falacia y biznieta de la mentira, forma parte de todos los programas electorales con que los partidos políticos pretenden embaucar a quienes, acaso por su propia incompetencia intelectual, son incapaces de la más mínima sindéresis.
Desde el viejo dictum, “la letra con sangre entra”, hasta imágenes tan expresivas para la actividad docente como “desasnar” o “quitar el pelo de la dehesa”, la tradición nos surte copiosamente de juicios que retratan la actividad docente y el proceso de aprendizaje como un autentico “valle de lagrimas” en el que, paradójicamente, quienes más ríen son quienes después, al salir de él, más lloran para mamar la caridad estatal. Contrasta esa visión peyorativa del acto educativo (Gregorio Luri escribió sobre el juicio de Agustín de Hipona acerca de los “tristes sádicos de mano larga y corta inteligencia” que le habían amargado su estancia en la escuela al santo) con las teorías antiautoritarias que a partir del espíritu lúdico, la socialización como valor total apodíctico y la evitación de la frustración del niño han sentado las bases del actual desastre educativo que padecemos, cuando lo suyo, como bien sostenía Gide en Los monederos falsos, es que una educación a contrapelo del niño le robustece, por la reacción de protesta que en él genera.
Respecto de la plaga del ludismo, y como sostenía Juan de Mairena: No pienso yo que la cultura, y mucho menos la sabiduría, haya de ser necesariamente alegre y cosa de juego. Es muy posible que los niños, en quienes el juego parece ser la actividad más espontánea, no aprendan nada jugando; ni siquiera a jugar. Sin embargo, las autoridades orwellianas pretenden, es cosa de hoy mismo, “instruirles en cómo jugar evitando los roles sexistas”, lo que añade a la espiral de la irracionalidad buenogenérica un tramo que lo tiene todo de firulete y nada de recto proceder.
Si nos remontamos al Libro de dichos de sabios e philosophos e de otros ensemplos e dotrinas muy buenas, que tradujo Jacob Zadique de Uclés a comienzos del siglo XV, hallamos experiencias que, con carácter universal, han sido “testadas” en un abanico de épocas y situaciones sociales tan diversas que sería insensato echar en saco roto algunos de sus avisos: Escripto es que sy as fijos, guárdalos de mal e jamás non les enseñes buen rostro porque en todo tiempo ayan temor de ty, que el themor guarda mucho a los moços, algo que se aviene a la perfección con la doctrina de Catón: “Doctrina est fructus dulcis radicis amorae” (Son el conocimiento y la instrucción el dulce fruto de una raíz amarga). Así pues, el estudio y el aprendizaje suponen un esfuerzo que no puede ser suplido ni con las famosas TICs, las de la Total Incompetencia Conceptual, ni con el aprendizaje a partir de los hiperbóreos “intereses” del discente ni, por supuesto, con la tolerancia de conductas disruptivas que acaban teniendo un premio –los famosos alumnos al PIL PIL– en vez de una sanción correctora y ejemplarizante.
 Que el conocimiento hay que arrancárselo a la mole granítica de la ignorancia con una perseverancia total no es doctrina novedosa, como bien leemos en la Introducción a la sabiduría de Juan Luis Vives, cuyo sentido común debería avergonzar a nuestros dirigentes ministeriales – tan poco menesterosos en la busca de la verdad pedagógica– y a esos pedagogos a los que retrata un aforista tan inteligente como Lichtenberg: La naturaleza hace la leche materna para el cuerpo; la del espíritu quieren hacerla nuestros pedagogos, esos, los de hoy, cuya fe ciega en la capacidad de los discentes choca con la certera opinión del aforista alemán: Un recelo auténtico y natural frente a las capacidades humanas en todos los campos es el signo más seguro de fortaleza espiritual. Vives, por su parte, estudioso él mismo durante toda su vida y, por lo tanto, sujeto de su propia teoría, reconoce esa dificultad intrínseca del proceso de aprendizaje que, hoy en día, ni pedagogos ni políticos mandamases aceptan reconocer como explicación última del fracaso educativo: Tanto si lees como si escuchas, hazlo siempre con atención; procura que tu pensamiento no se distraiga, fuérzalo en fijarlo, y es menester que estés para aquello y no para otras cosas. Y, más adelante:  Cuando por dos o tres veces has tenido que enmendarte en aquello que te hayas equivocado, pon la máxima atención en no caer en el mismo error: haz que la enmienda sea eficaz. O, finalmente: No pases un día sin leer, escuchar o escribir algo que acrezca tu erudición, tu prudencia, tu virtud. Este último consejo choca, con la misma fuerza probatoria con que un terremoto evalúa los fundamentos antisísmicos de un edificio, con la estadística que llevo haciendo sistemáticamente desde hace más de 25 años. Guión: Lunes mañana. La luz, que no las luces, choca contra los rostros marmóreos de estudiantes adormilados. Aula sobrecogedora. El profesor, con impostada energía trata de alterar la desatención: “Que levanten la mano quienes durante la semana que acaba de pasar hayan escrito siquiera una hoja en castellano”. Entre los 70 de la clase, brazos…, claro está, apenas se divisa uno alzado, dos en las clases buenas y tres si el curso es excepcional… Lo habitual es que no se levante ninguno, lo que nos lleva a la certera observación de Cela: “No hay peor analfabeto que quien sabiendo leer y escribir, ni lee ni escribe”. En el desierto de las mentes rotas y adocenadas de los adolescentes consentidos ha caído el consejo de Lichtenberg, lanzado como el vilano que lleva la semilla del árbol, a comienzo de cada curso:  Escribir es una excelente ocupación para despertar las potencialidades que dormitan en cada hombre, y todo el que alguna vez haya escrito, habrá notado que el hecho de escribir despierta siempre algo que antes no distinguíamos claramente, aunque estuviera dentro de nosotros.
La concepción igualitaria de las capacidades humanas –¡tan distinta de lo que debería de ser la convicción política de la defensa de la igualdad de oportunidades!–   ha deshumanizado al  alumno, a quien, privado de su individualidad y de sus necesidades objetivas, diferentes de las de los demás, se le ha arrojado al cesto común de las esponjas, donde, por decretazo ideológico, ha de empaparse de todo, independientemente de que todos los poros de su superficie estén obstruidos por la mucosa espesa que destila la propia limitación mental. Esta situación, quizás,  debió de tener en mente Juan de Mairena cuando sentenció: Aquellos mismos que defienden a las glomeraciones humanas frente a sus más abominables explotadores, han recogido el concepto de masa para convertirlo en categoría social, étnica y aun estética. Y esto es francamente absurdo. Imaginad lo que podría ser una pedagogía para las masas. ¡La educación del niño-masa! Ello seria, en verdad, la pedagogía del mismo Herodes, algo monstruoso. En ese sentido de  la sensibilidad hacia la preservación de algo tan valioso como la individualidad de los sujetos criticó Juan Ramón Jiménez,  en uno de sus aforismos de Ideología, la concepción que critica Machado:  En la educación de los niños, lo primero que hay que tener en cuenta es la conservación del carácter, de la personalidad. Y saldrán el niño-pájaro, la niña-rosa y no el niño ni la niña. En nuestras cárceles de educación, especialmente en las religiosas, se tiende a uniformarlo todo: el traje, el jesto, la letra, los sentimientos.
¿Cómo se manifiesta esa dificultad intrínseca del aprendizaje en el estudio de la lengua? Valéry decía que existen seres humanos cuyo oído, por sano que esté no distingue los sonidos de los ruidos y que la sintaxis es una facultad del alma, lo que ciertamente reduciría mucho el número de candidatos a la posesión de la adecuada capacidad de expresión. El propio Valéry, sensible a todo lo relacionado con el uso de la lengua, decía que se ha reducido en exceso el conocimiento de la lengua a sólo la memoria. Convertir la ortografía en signo de cultura no es sino signo de los tiempos y de necedad. En el manejo del lenguaje, sin embargo, lo que de veras importa es el encadenamiento de los actos, la adquisición de la independencia de los movimientos del intelecto, y una vez desligados éstos, la libertad de su composición en el discurso,  lo cual presupone un dominio del razonamiento que en modo alguno se enseña en nuestras aulas, como si esa habilidad hubiera de descender sobre los educandos como las lenguas de fuego de pentecostés una vez que a los tales les hayan empapuzado  la inservible gramática, como bien observó el singular Juan de Mairena: No dudo yo de que estos hombres [los maestros] fueran algo ridículos, como lo muestra el mismo hecho de pretender enseñar a los niños cosa tan impropia de la infancia como es la Gramática.
La visión tradicional de los profesores, de los pedagogos, como agentes defensores de lo contrario a lo que aspiran  (como ha ocurrido, por triste ejemplo, con los profesores de catalán en Cataluña, que se han acabado convirtiendo en los principales enemigos del idioma por el modo como lo enseñan/imponen) tiene también una tradición que no conviene dejar de tener en cuenta. Lichtenberg escribió: Creo que si  nuestros pedagogos llevan a buen fin sus intenciones, vale decir si logran que los niños se formen por entero bajo su influencia, nunca más tendremos un hombre auténticamente grande. Lo más aprovechable de nuestra vida no nos lo ha enseñado, normalmente, nadie. La unión entre la incompetencia profesional de los pedagogos y las limitaciones mentales naturales de los discentes constituye una realidad sobre la que, cuando no se pasa por ella de puntillas o directamente se ignora, se la desprecia como un resabio del viejo saber autoritario. Pero lo cierto es que, como bien vio Lichtenberg,  los hotentotes llaman al pensamiento el azote de la vida. Que de hottentots parmi nous! , exclama Helvetius. Hermoso lema.  Y tan evidente como espontánea afirmación le salió también a Clarín del alma cuando escribió su desconocida obra maestra, El jornalero, un cuento donde se describen a la perfección las razones del rechazo popular a cuanto huela a trabajo intelectual, por más que el propio Lichtenberg prevenga contra esa abdicación tan extendida: Nunca hay que pensar:  ‘Este principio es demasiado abstruso para mí, es para los grandes eruditos, yo me ocuparé de los otros’; es una debilidad que puede degenerar fácilmente en una inercia total. No hay que desestimar nuestras capacidades para nada.
El paradójico optimismo antropológico del pesimista escarmentado que era Lichtenberg no está reñido con una aceptación natural de esas diferencias de capacidad intelectual entre las personas, algo que el sistema educativo alemán tiene tan claro y que aquí, sin embargo, constituye, si meramente enunciado, una herejía perseguida por la inquisición del igualitarismo feroz.
A nadie puede extrañar que, como recoge Sainte-Beuve en su estudio sobre La Rochefoucauld, Montesquieu hubiera dicho que si se hubiera visto forzado a vivir enseñando, no hubiese podido; algo que las autoridades educativas se han empeñado en que sintamos quienes hemos de luchar día tras día con las frustraciones que genera el principio de igualdad a rajatabla que rige nuestra vida académica, en la que ni el mérito ni la excelencia son valores reconocidos, estimados y celebrados. Y así nos luce el pelo…, de la dehesa. Con todo, aún hay raros especímenes profesionales en esto de la enseñanza que preferimos seguir el sabio consejo de Gracián: ¡Oh, gran maestro aquel que comenzaba a enseñar desenseñando! Su primera lección era de ignorar, que no importa menos que el saber y aplicarnos la reflexión del uniquísimo Ramón en su Automoribundia… yo soy antipedagogo y frente a ciertos jóvenes perorantes y ciertos viejos machacones, me dedico a algo muy necesario e importante, a desenseñar…



Los frutos bordes 4: Fichas reunidas Moliner.

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Diccionarista y palabrófila


       He asistido a la representación teatral El diccionario, cuyo tema no es propiamente la creación del famoso Diccionario de uso del español, de María Moliner, sino la biografía de la autora, condicionada, no podía ser de otra manera, por la realización de una obra cuya importancia para nuestra lengua ya señaló Gabriel García Márquez en hermoso artículo publicado en El País el 10 de febrero de 1981, poco después de su fallecimiento y cuyo texto parece haber sido la primera fuente de inspiración para el autor, Manuel Calzada, a juzgar por cierto motivo recurrente y algunos datos biográficos. Quienes hemos leído desde la primera hasta la última de las 3031 páginas de la edición de 1983 podríamos habernos sentido defraudados por la relativamente escasa atención que se le presta al diccionario a lo largo de la obra, pues éste funciona como pretexto para acercarnos a la biografía de la autora, pero la recreación interpretativa,  aun con el limitado repertorio gestual con que compone la actriz Vicky Peña su personaje, consigue el objetivo de atraer la atención de los espectadores y emocionarlos, si bien la trayectoria vital de la lexicógrafa no se aparta, sustancialmente, del modelo de las vidas truncadas por la rebelión de los militares nacionalistas contra la Segunda República.
          La obra está bien estructurada y progresa con el ritmo pausado que imponen los dos ejes sobre los que se construye: el tratamiento de la enfermedad que acabará con ella, una arterioesclerosis cerebral que la priva de su dedicación intelectual, y una conferencia a los académicos que no quisieron elegirla académica de la lengua, aunque al elegido en su lugar, Emilio Alarcos Llorach, no le faltaran méritos. Con todo, esa gran ironía, que la mejor lexicógrafa española no formara parte de la RAE, nos indica bien a las claras el porqué de ciertos atrasos, miserias e incoherencias de nuestro país, ajeno completamente, por tradición secular, a la meritocracia y adicto a la dedocracia. A partir de esos dos ejes se intercalarán saltos al pasado, apenas marcados escénicamente sino por música alusiva, referencias explícitas a hechos pasados que se suceden en el momento en que se los nombra y el uso de la iluminación para crear espacios, como la conseguida escena del balcón al que se asoma el matrimonio para que se les vea “sumarse” al carro de los vencedores y evitar, aunque solo lo lograran en parte, el ostracismo profesional y la miseria. Se trata de una escena llena de humillación y afán de supervivencia a partes iguales que emociona por su veracidad , crueldad y patetismo. Del mismo modo, y aunque solo sea un apunte sobre el que no hay un desarrollo que hubiera fortalecido la historia, conmueve el conflicto matrimonial suscitado por el deseo del marido de no convivir bajo el mismo techo con la madre de María, una mujer que, habiéndose quedado sola después de haberla abandonado su marido, tuvo que sacar adelante a sus hijos sin más ayuda que su trabajo y el de su propia hija, quien daba clases particulares. Se entiende que semejante negativa, para quien pronto se convirtió a su vez en madre, constituyera una herida que, por lo que se dice en la obra, siempre se mantuvo abierta, sin cicatrizar nunca. Quizás por ese y otros agravios, como el escaso interés del marido por la obra de su mujer, se insinúe en la obra un claro divorcio sexual en la pareja, si bien éste puede deberse a la negación de la sexualidad en la vejez que parece haber imperado en este país hasta hace relativamente poco. A este respecto se escucha el que, a mi entender, es uno de los más inteligentes diagnósticos sobre el difícil mundo de las relaciones entre hombre y mujeres en este país: “Cuando un hombre se dedica a su trabajo lo hace por la familia; cuando una mujer se entrega a su trabajo, abandona a su familia”, dice la lexicógrafa, para señalar esa diferencia social injustificable en la valoración del trabajo, y sobre todo del trabajo intelectual.
          La obra peca de lentitud  próxima a la parsimonia, y sufre la ausencia de un dinamismo que no acaba de ser felizmente sustituido por las reflexiones intelectuales. Digamos que se queda a medio camino entre Historia de una escaleraInforme para una Academia Secretos de un matrimonio, pero ya se entiende que la confección de las fichas para un trabajo ciclópeo, los hallazgos sorprendentes, las decepciones inconsolables, el vacío de los entendidos y rivales, el ensimismamiento en la belleza etimológica, etc. son difíciles de plasmar escénicamente. A esa morosidad en el desarrollo de tan escasa acción ha de achacarse el esfuerzo que ha de hacer el espectador para adentrarse en la vida emocional del matrimonio –sustituir con la evocación del zurcido de los calcetines  el ajetreo de cuatro chiquillos que vuelven loco a los progenitores más morigerados lastra no poco la acción dramática y resta grandeza a la labor casi clandestina de quien atendía a tres ocupaciones: su puesto de archivera, su familia y su diccionario- y poner no poco de su parte para hacer abstracción de lo que ve y padecer con lo que proyecta a partir de lo que ve. Si la figura del lector en la narratología moderna es imprescindible, no parece que la del espectador haya de tener la misma importancia en el teatro, pero el planteamiento excesivamente narrativo, referencial, de la obra, en este caso, así lo exige.
          Con todo, la obra permite entrar en la biografía de la autora para rendirle sincero homenaje sin caer en la hagiografía, una perversión bien propia de la intelectualidad partidaria  cuando quiere “ensalzar” figuras como María Zambrano, biopicada reciente y desastrosamente o movimientos sociales, como los que aparecen en la impostada Tierra y libertad, de Ken Loach,  de auténtica vergüenza ajena. Los compañeros de reparto de la protagonista no están, desgraciadamente a la altura de ella, pero no es menos cierto que, sobre todo en el caso del marido, se le exige crear un pathos en intervenciones salteadas, sin continuidad, y brevísimas, lo que imposibilita la labor de cualquier actor, por excelente que sea. No es lo mismo hacer de secundario en el cine que en el teatro, sin duda.
          La verdadera María Moliner, la única que al menos a mí me interesa es la que me encuentro en las definiciones infinitas de una obra tan magnífica como en su momento lo fueron el Diccionario de Covarrubias o el Ideológico de Casares, cuya parte analógica es un tesoro de infinito valor. Personalmente, permítaseme la anécdota para acabar,  he de agradecer a María Moliner que haya sido la única fuente lexicográfica en la que he encontrado un término supuestamente científico que, sin embargo, no he hallado en diccionarios médicos. Hablo de proyocia, definida por ella como “precocidad sexual”. Eso sí, no trae la etimología, quizás porque habría de formar parte de la revisión permanente en la que trabajaba, como JRJ en su obra inacabable, sabiendo que moriría antes de verla verdaderamente acabada. Como debe ser.

Los frutos bordes, y 5 (I): El diario robado.

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Extractos de mi diario intertextual.

13 de…
No hay que darle vueltas, la vida es una cosa detestable.
      
  ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ                       

25 de…
Detesto la sociedad, y la idea de la comedia, hoy, me parece una perfecta tontería.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

11 de…
Mi inquietud me destroza el cuerpo, los nervios y el cerebro. Siento que este veneno poco a poco se infiltra en mis venas contaminando todo mi ser… No estoy nunca tranquilo, nunca, ni siquiera un momento. Hace años deseaba ser una de aquellas personas felices que pueden sufrir hasta cierto punto y luego desfallecen o se agotan. Pero yo soy absolutamente lo contrario. Cuanto más sufro, más energías me quedan para soportar mis sufrimientos.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

9 de…
Yo también soy chistoso, lo sé, y soy un buen compañero en sociedad, pero siento que mi caso es exactamente como el suyo. La cantidad de placer que me proporciona observar la gente y las cosas cuando estoy solo, es sencillamente enorme. Sólo disfruto de veras en mi propia compañía.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

12 de…
Vivida con otros, la existencia pierde sus contornos. Es lo que me pasa con J. Cuando estoy solo, el detalle de la vida, la vida de la vida, es algo realmente maravilloso.
       
         ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
1 de…
Hoy estoy endureciendo mi corazón. Voy dando vueltas a su alrededor y construyendo sus murallas de defensa. Tengo la intención de no dejar ni siquiera una aspillera para que pueda crecer en ella una mata de violetas. ¡Dame un corazón duro, Dios mío! ¡Dios mío, endurece mi corazón!

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

8 de…
Me siento siempre palpitar al borde de la poesía.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

28 de…
Me gustaría publicar un libro, y tener una reserva de novelitas acabadas. Mientras escribo esto, el humo de mi cigarrillo parece elevarse de un modo meditativo, y tengo la impresión de que estoy más cerca de aquel ser silencioso y cristalizado que yo era en otros tiempos.
        
          ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

18 de…
Mi espíritu era como una ardilla. Recogía y escondía mis tesoros para el largo “invierno” en el que los volvía a descubrir. Y si alguien se acercaba, me subía de un brinco al árbol más alto, más obscuro y me escondía entre sus ramas.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
25 de…

Anoche, mientras escogía entre mis libros, los más mediocres, encontré un ejemplar de Howard’s End y lo hojeé… ¡No vale gran cosa! E.M. Forster no hace más que calentar la tetera. Esta es su especialidad. Toque usted esta tetera. Está caliente, ¿verdad? Sí, pero dentro de ella no habrá nunca ni una gota de té.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

9 de…
Sería intolerable morir…, dejar “fragmentos”, “esbozos”…, nada verdaderamente acabado.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

23 de…
Tengo que volver a escribir la palabra: Disciplina. Y debajo: ¿Cuál de las dos prefieres? Desde ahora, día por día, tengo que llevar una cuenta exacta de mis fracasos.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

11 de…
El deleite máximo de no tener que explicar.
      
        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

19 de…
Una vez más, me hago la eterna pregunta. ¿Qué es lo que dificulta tanto el momento de la expresión literaria?

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

2 de…
Cada vez que, de una manera más o menos interesante, hablo de arte, anhelo con toda mi alma poder destruir todo lo que he escrito hasta ahora y empezar de nuevo.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

16 de…
No pido más que tener tiempo para escribir todo esto, tiempo para escribir mis libros. Luego, no me importará morir. No vivo más que para escribir. El mundo hermoso, ¡Dios mío, qué adorable es este mundo exterior!, está ahí, y yo me baño en él y me refresco. Pero me parece como si yo tuviera que cumplir un deber, como si alguien me hubiera impuesto una tarea que yo estuviese obligado a cumplir. ¡Dejadme acabar, acabar sin prisa, poniendo en mi obra toda la belleza que pueda

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

31 de…
¿Conseguiré algún día expresar el amor que siento hacia el trabajo, mi deseo de escribir mejor y mi anhelo ferviente de pulir mis obras? ¿Llegaré a saber expresar esta pasión que siento? Esta pasión ocupa en mí el lugar de la religión, puesto que es mi religión; el lugar de la compañía de los demás, porque yo he creado mis compañeros; el lugar de la vida, porque es la Vida.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

21 de…
Lo que notaba, era que no ocupaba toda la extensión de mi yo.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

19 de…
Estoy de muy mal humor. Sé que soy aborrecible y no puedo remediarlo. Es una sensación muy desagradable.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

28 de…
No me acordaré nunca de lo que ha pasado hoy. Ha sido un día vacío. Quizá al final de mi vida lo desee, quiera volver a tenerlo. Había luna nueva. De esto me acuerdo. Pero quién vino o lo que hice, todo esto se perdió. Solo sé que es un día malgastado, un día echado a perder.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

1 de…
¡Oh, quién fuera un escritor verdadero, consagrado a su vocación y sólo a su vocación!

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

10 de…
He de vivir solo, y únicamente los artistas tienen que acercarse a mi puerta. Cada artista se corta una oreja y la clava en su puerta para que los demás vayan a chillar en ella.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

29 de…
Si un hombre quiere considerar la vida en todo su circuito y ver con qué abundancia está provista de hechos extraordinarios, hermosos y grandes, pronto sabrá para qué hemos nacido.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

30 de…
Mi mayor defecto, mi defecto culminante, estriba en que no escribo enteramente lo que imagino.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

19 de…
El sufrimiento humano no tiene límites. Cuando uno piensa: “Ahora he tocado el fondo del mar, ahora no puedo hundirme más”, sigue hundiéndose. Y así siempre.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

6 de…
No quisiera morir sin exponer mi creencia de que el sufrimiento puede ser superado. Acéptalo y déjate anonadar. Acéptalo eternamente. Que el dolor sea parte de tu existencia.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

31 de…
Acabo de tomar una de las cosas más tristes del mundo: una taza de té flojo.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

8 de…
La inteligencia que me gusta ha de poseer sitios salvajes. (…) Aún no he encontrado una mente culta que no tenga su glorieta. Aborrezco las glorietas.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

28 de…
¡Qué fácil es no saberse dominar en las cosas pequeñas! Y en cuanto este dominio os ha fallado una vez, las malas costumbres brotan como la mala hierba y ahogan la voluntad. Esto es lo que he descubierto.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

14 de…
Es singular esta costumbre mía de ser tan hablador. Y, sin embargo, mi intención es que esto no lo lean otros ojos que los míos. Estos apuntes son realmente privados. Y confieso que nada me proporciona mayor alivio.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

22 de…
No comprende por qué es tan difícil ser humilde. Sé que no escribo bien y me doy cuenta de mis efectos más de lo que podría darse cualquiera. Sé exactamente en lo que fallo. Sin embargo, cuando he terminado una novela y antes de empezar otra. Me sorprendo a mí mismo haciendo la rueda como el pavo real. Es deprimente. Parece que haya en mi corazón un viejo orgullo, que a la más ligera provocación echa un brote vigoroso…

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

8 de…
Empecé dos novelas, pero las conté a alguien y fue como si las hubiese traicionado. Es fatal dejarse llevar por esta tentación…
escribirla.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

28 de…
                 LUMBAGO
¡Qué cosa más extraña, tan repentina, tan dolorosa! Tengo que recordar esto cuando describa a un viejo. El impulso para levantarse, la detención inmediata, la mirada furiosa, y por la noche, cuando uno está acostado, la impresión de estar encerrado bajo llave. Moverse es una tortura, hasta que por fin uno descubre que hay un movimiento que puede hacer. Pero aquel titubear como un desvalido cuando uno empieza a adelantar una pierna…

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

7 de…
He ordenado todos mis papeles, he roto y he destruido sin compasión muchas cosas. Esto siempre proporciona una gran satisfacción. Cada vez que me preparo para un viaje, hago los preparativos como si fuera para la muerte. Si no volviera más, todo estaría en orden. Esto es lo que me ha enseñado la vida.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

22 de…
Día angustioso. Esta noche durante unas horas he pensado en los males que trae consigo el estar desarraigado. Cada vez que uno se marcha de un sitio cualquiera, deja allí algo de gran valor que no tendría que morir y que, sin embargo, muere.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

30 de…
En cuanto tengo un libro, por malo que sea, lo leo. Quiero leerlo. ¿Siempre he sido así? No me acuerdo. Cuando miro al pasado me figuro que escribía continuamente. Y seguramente debían de ser tonterías. Pero mejor, mucho mejor escribir tonterías, escribir lo que sea, que no escribir.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

16 de…
Cuando somos capaces de no tomar en serio nuestros fracasos significa que ya no los tememos.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

9 de…
De todos los años que dos seres han vivido juntos, ¿qué es lo que queda? No es fácil decirlo.

        ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

28 de…
Vivir la vida cálida, anhelante, viva, tener raíces en la vida, aprender, desear, saber, sentir, pensar, actuar, eso es lo que quiero. A esto es a lo que tengo que tratar de llegar. Estas páginas las he escrito para mí. Ahora voy a correr el riesgo de enviarlas a J… Que haga lo que quiera con ellas. Así verá cuánto la quiero.

Los frutos bordes, y 5 (II). El diario restituido.

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Los universales de la intimidad creadora:
Katherine Mansfield: The problematic and dubious self.

             A nadie engañé cuando presenté el diario como un robo que ahora restituyo a su legítima propietaria, Katherine Mansfield. Bien claro lo dejé dicho en el título y en el subtítulo de la entrega. Pido disculpas a quienes puedan haberse sentido burlados por el hecho de que mis confesiones íntimas lo sean pero de forma mediata a través de la voz de la autora neozelandesa. He querido reflexionar, mediante esta pseudoimpostura, sobre algo tan llamativo como que un diario íntimo pueda llegar a ser plagiado o que alguien se apodere de él  mediante el subterfugio eufemístico del plagio que es la famosa intertextualidad, la cual consiste en construir un diario propio mediante una sucesión inacabable de citas directas, paráfrasis y homenajes al autor o a la autora intertextualizado… Yo he optado directamente por la usurpación para que quedara claro mi objetivo, y porque ha sido tan grande la identificación que he experimentado con la autora que, sin ninguna propiedad,  hago mías todas y cada una de las palabras suyas transcritas por mí y traducidas por Ester de Andreis.
Mi reflexión ha tenido como objetivo poner en tela de juicio la intransferibilidad , y perdón por el voquible, que pueda haber en la expresión de la intimidad que singulariza a un autor o autora. Si supuestamente el Diario de Mansfield es una obra estrictamente personal, que solo la retrata y singulariza a ella, una de dos, o ella y yo somo uñas y carne, siendo tan distintos: ella bisexual, de preferencia lesbiana; yo, heterosexual;  ella neozelandesa, yo, africano; ella de habla inglesa, yo, española...; o el “mí mismo” del que tan pagados solemos ser no es más que humo, en algunos espeso, pero humo al cabo.
El culto a la personalidad nace ya en la tribu primordial, porque el chamán, intermediario entre el resto de la tribu y las fuerzas naturales, digamos que se contagia de aquel poder terrorífico y absoluto. El artista, que es  depositario y decantador, según famosa descripción Heideggeriana de las palabras de la tribu, e intermediario de los dioses, como el chamán, siempre se ha revestido de un halo de excepcionalidad sobre el que he querido reflexionar para llegar a la conclusión de que, en realidad, esa excepcionalidad es comunalidad;  que los creadores lo son, singulares,  porque son capaces de expresar al común de los mortales, siempre que estos sean capaces de acceder a la decodificación adecuada del  mensaje.  No hay entrada del Diario de Mansfield que no pueda hacer íntimamente mía. Y no solo eso, sino que se da el caso de que incluso en lo epifenoménico observo una coincidencia con ella que no quiero tildar de asombrosa, sino de meramente natural, porque la otra conclusión a la que llego es que hay lo que indico en el subtítulo: universales de la intimidad creadora que todos compartimos, independientemente de que nuestra capacidad creativa sea nula o de escaso relieve.
Que los escritores coincidamos unos con otros en nuestras preocupaciones sobre el métier –que tan fino queda, así dicho-, sobre el oficio, no puede sorprender a nadie, y menos aún el hecho de que expresemos abiertamente la inseguridad, las dudas, el descontento y aun el horror que nos producen ciertas flaquezas temáticas o estilísticas;  tampoco puede sorprender que sintamos esa insociable necesidad de soledad, de retiro, de ocultamiento, de estar a solas con nosotros mismos; tampoco, así mismo, que compensemos nuestra sciomaquia permanente con una cierta incomprensión –que a veces llega incluso a la crueldad- hacia quienes nos rodean (¡qué terrible he vivido siempre el verso/confesión de JRJ! –precisamente en Diario de poeta y mar/Diario de un poeta recién casado –: ¡Cuánto me cuesta llegar contigo a mí! ). Ahora bien, que el grado de coincidencia se extienda, por ejemplo a lo plenamente circunstancial, como la tristeza que siente Mansfield ante un té flojo, la misma, y aun multiplicada, que yo sentí, hasta el dolor y casi las lágrimas, en una escena de Un hombre sin pasado, de Aki Kaurismäki, en la que el protagonista que por amnesia ha caído en la marginación comparte un vaso de agua caliente con sus colegas de infortunio y saca de un pastillero una bolsita de té que sumerge en el agua y que, después de usada, prensa bien entre los dedos para secarla y volverla a guardar en la cajita metálica para una sucesiva inmersión…, eso ya prueba que incluso los pormenores de una vida pierden capacidad singularizadora. Desde esta perspectiva se comprueba, entonces, que un título como Diario íntimo, de Unamuno, quizás debería titularse con mayor propiedad “Diario éxtimo”, siguiendo su propio neologismo, o “Diario intraíntimo”, por extrapolar su famoso concepto de la intrahistoria.
Lo que notaba era que no ocupaba toda la extensión de mi yo, escribe Mansfield, y ahí sí que mi estupefacción fue total.  Saber que hay territorios de ti mismo que no llegas a ocupar, que están vacíos, acaso esperando que los ocupes para ser por completo, para cumplir el precepto pindárico: llega a ser quien eres, me pareció una coincidencia que se apartaba demasiado de lo habitual como para pensar que detrás de ella no había algo diferente del azar, y de ahí la reflexión que ofrezco. Ese territorio desierto del propio yo no es, en modo alguno, un espacio ignoto, sino todo lo contrario, la realidad de tomo y lomo –esa bella expresión coloquial para empírica– que te recuerda tus propias limitaciones, acaso impuestas por las circunstancias, acaso autoimpuestas por una pluralidad de razones que se ciñen al día a día de la vida de cada cual. Alguien puede pensar que acaso Mansfield estaba aquejada de megalomanía, pero quien haya leído las entradas de su Diario que adopté como mías, se percatará de que tal apreciación está fuera de lugar. La mezcla de humildad y soberbia es una curiosa y, a veces, trágica combinación que se da en todos los autores que tienen conciencia de serlo, esto es, que quieren tener una voz propia, lo cual no implica un mundo propio, pero sí un modo, un estilo, una manera, una mirada que no puedan ser metidos dentro del canasto de los imitadores o del de los epígonos.

Una cala en su obra: En una pensión alemana.
Impresionado por el Diario, no he podido resistirme a la tentación de leer una de sus obras. Por motivos que no vienen al caso, he escogido En una pensión alemana, su primer libro, que publicó a la temprana, pero madura en ella, edad de 23 años. Más adelante leeré el último Algo pueril y otros cuentos , y así cerraré el arco creador de una escritora a la que me cabe aplicarle el excelente título de Michel del Castillo en su indispensable volumen autobiográfico: Mon frère, l’idiot –según la célebre expresión de Baudelaire–, construido en torno a su identificación con el gran maestro ruso…, y cuya lectura me emocionó.
En una pensión alemana ofrece, desde el comienzo de su carrera, una muestra excelente del mundo que quiso llevar a sus cuentos la Mansfield: la ordinary life, la ordinary people, como si desconfiase del calado de su propia capacidad y quisiese ceñirse a lo que en apariencia puede parecer sencillo para quien considera la elección desde lejos, sin tener ninguna implicación temática o estética en ella. Escogió, todos los lectores lo saben, el mundo más difícil de llevar a las letras de molde: el más cercano. Lo hizo, sin embargo, con un talento para el análisis psicológico, para la “puesta en escena” y para el desvelamiento de las pulsiones ocultadas por la moral burguesa que el lector no puede por menos que admirar esa sutileza, esa maestría a una edad en que cualquier escritor del ámbito realista está comenzando a dar sus primeros pasos, tanteando el poder de sus recursos y buscando la voz propia de la que hemos hablado.

No quiero extenderme, porque me aparto del Diario y quiero que sea él el objeto de estas dos aportaciones críticas, pero hay un cuento, La muchacha que se sentía cansada, que, si estuviera en mi mano, obligaría a cualquier principiante en el arte de la literatura a leer, y que, siempre a mi modesto parecer, debería figurar en la antología de algo así como los diez mejores cuentos de la historia del género. Con todo, hará bien los discretos lectores de estas líneas en desconfiar de mis entusiasmos, porque estando, como estoy, en forzado contacto con la mediocridad de nuestro yermo literario contemporáneo, cualquier camino hallado en los clásicos me parece que conduzca al éxtasis. Y acto seguido, léanlo. Me lo agradecerán. De nada.
      

Abraham Maslow: “El hombre autorrealizado”, un clásico de la tercera vía psicológica de los años 50.

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La psicología existencialista de Maslow o la autorrealización individual como un imperativo ético: El hombre autorrealizado.

Famoso por su pirámide de las necesidades humanas, popularizada por esa depredadora cultural que es la publicidad, Abraham Maslow es un genuino representante de lo que se ha dado en llamar la psicología humanista, una alternativa a los dos corrientes principales de la psicología en el siglo XX: la conductista o behaviorista de Skinner (su representante más destacado, aunque no el creador de ella) y la psicoanalítica de Freud. Acabo de ver el final de Mad Men, cumpliendo el ritual anual de ver toda la temporada en pocos días gracias a su edición en vídeo, y me ha sorprendido que el protagonista acabe encontrándose a sí mismo en un centro de desarrollo de la personalidad que reproduce el de Esalen, en Big Sur, California, donde, con impecable coherencia, no se les dejó grabar a los productores de la serie. Esalen fue el centro pionero de la psicología humanista y un espacio de recogimiento y apertura a las nuevas terapias alternativas a los modelos dominantes. La psicología humanista, así pues, halló en Esalen un espacio donde acreditarse y desde el que expandirse, porque buena parte de sus principales representantes pasaron por allí, como el propio Maslow o como Fritz Perls, creador de la terapia Gestalt, como Carl Rogers, Virginia Satir, Alexander Lowen, Rollo May o Will Schutz.
El acercamiento de la psicología humanista a la condición humana tiene mucho que ver con la filosofía existencialista, como veremos inmediatamente en las teorías de la autorrealización de Maslow, porque, frente a la insistencia en el aquí y ahora propia de teorías como la de la terapia Gestalt, Maslow introduce la presencia dominante del futuro como condicionante del presente del sujeto: Creo justo afirmar que ninguna teoría de la psicología estará jamás completa, si no incorpora en su centro la idea de que el hombre tiene su futuro en su propio interior, dinámicamente activo en el momento actual. Partiendo del concepto de autorrealización en Goldstein, el psicólogo de la psicología de la Gestalt (o de la Forma) –que no ha de ser confundida con la “terapia Gestalt”, creada por Fritz Perls y que tomó ese nombre en homenaje a ciertos descubrimientos de la psicología Gestalt como el juego entre figura y fondo, la noción de campo psicofísico o la visión holística, entre otros– también conocido como "autoregulación organísmica", un viaje desde el caos hasta el orden, Maslow nos ofrece en su libro una novedad auténtica, porque lo dirige propiamente hacia las personas sanas, no a las personas enfermas, objeto habitual de la teoría y la práctica psicológica, una terapia para la que incluso se ha buscado un marbete que la identifique:  al perfeccionamiento de una persona ya sana, Oswald Schwarz  [The psychology of sex, 1951]lo ha llamado psicogogía. Según sus teorías, satisfechas todas las necesidades, a la persona le cabe aún completar esa autorrealización que la lleve al cenit del desarrollo de sus motivaciones, aspiraciones o características idiosincráticas, básicamente por un sencillo motivo: La gente que se autorrealiza disfruta de la vida en general y en casi todos sus aspectos, mientras que la mayoría de las demás personas tan solo disfrutan momentos dispersos de triunfo, de acierto, de clímax o de experiencias superiores. Huimos, pues, de la visión negativa que estableció Freud de los impulsos como una amenaza para la salud psíquica y nos centramos en las aspiraciones legítimas hacia la total autorrealización de las personas que, satisfechos los niveles básicos de sus necesidades, necesitan seguir “creciendo” individualmente hacia el núcleo de ellas mismas, hacia su mismidad, en la medida en que el desarrollo consiste en rechazar las inhibiciones y coerciones y en permitir a la persona “ser ella misma”, producir comportamiento –“irradiarlo”, por decirlo así- en vez de repetirlo, en dejar que su naturaleza interior salga a la luz, en esta misma medida el comportamiento de quienes se auto-realizan es no-aprendido, creado, liberado más bien que adquirido, expresivo más bien que combativo. Este viaje hacia el más allá esencial de uno mismo linda, como puede observarse, con una trascendencia que adquiere a menudo una naturaleza religiosa, pero que arranca de una aceptación de los propios impulsos, de las motivaciones que a cada cual lo conduce hacia una plenitud en la que experimentar el goce de vivir de forma absoluta. Así pues, frente a la posición “represora” de Freud, la autorrealización aboga por la aceptación de esos impulsos que nos conducen a una superación de nosotros mismos, a un estado de felicidad que le dé sentido pleno a nuestra vida a través de la afirmación vital de nosotros mismos, no de nuestra propia negación: Es comprensible que la psicología freudiana esté construida sobre esta misma actitud respecto a la motivación, es decir, que los impulsos son algo peligroso que hay que atacar. Al fin y al cabo, toda esta psicología se basa sobre la experimentación en personas enfermas, personas que sufren realmente experiencias dolorosas respecto a sus necesidades, su satisfacción y frustraciones. No es de extrañar que tales personas teman o incluso aborrezcan sus propios impulsos, que tanta perturbación les reportan y cuyo control tan difícil les resulta, de nodo que el camino más corriente resulta ser el de la represión. (…) Esta anulación del deseo y la necesidad ha sido, naturalmente, un leit-motiv a lo largo de toda la historia de la filosofía, teología y psicología.
Maslow parte de una clara escisión en la conducta del ser humano, una polarización que nos dirige en uno u otro sentido de la misma, entre la seguridad del origen y la necesidad de la plenitud futura: Cada ser humano tiene dos sistemas de fuerzas en su interior. Uno de ellos se aferra a la seguridad y a las posiciones defensivas por miedo, y se inclina por el retroceso, por la fijación en el pasado, asustado del desarrollo que le aleja de la primitiva comunicación con el útero y el pecho de la madre, asustado de correr riesgos, temeroso de arriesgar lo que ya posee, asustado de la independencia, la libertad y la separación. El otro sistema de fuerzas le empuja hacia delante, hacia la totalidad y unicidad del Yo, hacia el funcionamiento pleno de todas sus capacidades, hacia la confianza frente al mundo exterior al mismo tiempo que consigue aceptar su yo inconsciente, real y más profundo. Entre esos dos polos, la persona ha de convertir el proceso de elección en el fundamento de su vida plena, en la medida en que ello es esencialmente “lo” propio del hombre, de su individualidad y de su libertad: elegir. Somos porque elegimos, y el impulso de decidir está en relación directa con las motivaciones que surgen al ir satisfaciendo las necesidades de la persona, porque cada satisfacción es, a su vez, el impulso para crecer hacia la autorrealización plena: La persona –incluso el niño- deberá hacer su elección por sí misma. Nadie puede escoger en su lugar con excesiva frecuencia, porque esto la debilita, reduce su autoconfianza y confunde su capacidad de percibir su propio ego interno en la experiencia, sus propios impulsos, juicios, sentimientos, y de diferenciarlos de las normas interiorizadas provenientes de los demás. Maslow nos dice que la lucha por el reconocimiento de nuestras propias motivaciones y la asunción de las mismas tiene un poderoso obstáculo en nosotros mismos, y que esa oposición  a la aceptación propia constituye un mecanismo de defensa, la resistencia, que, cuando se esgrime como tal para impedirnos nosotros a nosotros mismos el acceso a nuestra intimidad definitoria, deteriora decididamente nuestra salud psíquica: El mayor descubrimiento de Freud es que la causa más importante de muchas enfermedades psíquica consiste en el temor al propio conocimiento. (…) En general, esta clase de temor es defensiva, en el sentido de que constituye una protección de nuestra propia estimación, de nuestro amor y respeto por nosotros mismos. En psicoterapia, a las maniobras mediante las que seguimos evitando esta conciencia de la verdad penosa, a los modos con que nos oponemos a los esfuerzos del terapeuta por ayudarnos a conocer la verdad, los denominamos “resistencia”. Esa identidad hacia la que nos dirigimos, siguiendo un impulso de autoconocimiento, no es tanto una realidad dada cuanto una realidad creada en el acto mismo de la experiencia de la búsqueda y del encuentro; en cualquier caso, los que está claro es que el camino hacia la autorrealización nos lleva a una dimensión del ser que trasciende el yo concreto de nuestra identidad. Maslow se refiere, para calificarla, a una perspectiva “deiforme”, como si esa experiencia cumbre de la autorrealización consistiera en la adopción del punto de vista de la omnisciencia y la omnipotencia divinas y, por ello mismo, nos volviera capaces del mayor de los altruismos, una vez superado el egoísmo de la identidad individual: Al buscar las posibles definiciones de identidad, debemos recordar que estas definiciones y conceptos no están ya existiendo en algún lugar oculto, esperando pacientemente que las descubramos.  Solo en parte las descubrimos; también las creamos en parte. En parte, identidad es lo que digamos que es.  (…) La mayor consecución de la identidad, autonomía y conciencia de la propia personalidad es a la vez una trascendencia del yo, un ir más allá y una superación de la propia personalidad. El hombre puede hacerse relativamente altruista. En las experiencias-cumbre más que en otras ocasiones la persona se siente responsable, activa, centro creador de sus actividades y de sus percepciones (…) Se siente dueña de sí misma, más responsable, plenamente volitiva, con mayor “libre albedrío” que otras veces, amo de su destino, eficaz. No es de extrañar, después de esta descripción, que Maslow reduzca a un mínimo tanto por ciento, exiguo, el de las personas capaces de llegar a la autorrealización y de instalarse en ella. Su descripción tiene algo de ascenso místico que nos aleja de la realidad, aunque continuamente haga esfuerzos por convencernos de que se llega a él a través de la aceptación de la realidad y de las limitaciones que esta nos impone. En realidad, en el origen de ese camino hacia la autorrealización se hallan pasos previos ineludibles: La seguridad es la necesidad vital dominante, más fuerte, más apremiante que el amor, por ejemplo; y la necesidad de alimentación es generalmente más fuerte que ambas. Solo satisfechas esas necesidades se puede iniciar esa ascesis hacia la autorrealización.De hecho, en ese proceso de abstracción que supone la autorrealización, corremos el peligro de que el exceso de conocimiento contemplativo de las “esencias”, por así decirlo, nos aparte de la vida común. Según Maslow, los budistas distinguen entre el Pratyekabuddha, que consigue la iluminación únicamente para sí mismo, independientemente de los otros, y el Bodhisattva que, habiendo obtenido la iluminación, siente, sin embargo, que su propia salvación es imperfecta mientras los demás permanezcan no iluminados. Así pues, la pura contemplación supone, como aplicación práctica especial de lo precedente, el no escribir, no ayudar, no enseñar. Tan pronto como hablas acerca de ella [la felicidad], ya no existe no es ya verdad. Goldstein, como recoge Maslow, enseña, sin embargo, que uno debe ser fiel a los otros para poder ser fiel a sí mismo. Y Adler afirma que el interés social es un aspecto intrínseco y definitorio de la salud mental. Eso es algo que Maslow enfatiza cuando defiende que esa suerte de autorrealización perfecta de nuestras capacidades nos libera de la presión de la satisfacción del yo y nos convierte en seres altruistas. No se olvide, con todo, que un paso previo en ese camino hacia la consecución de la autorrealización es la afirmación del propio yo y de la propia identidad de manera nítida, porque, como afirma Maslow, el sentimiento de culpa real surge de la falta de fidelidad a uno mismo, al propio destino en la vida, a la propia naturaleza intrínseca. Un movimiento, pues, de reafirmación de la singularidad que no acepta la clasificación diagnóstica ni, mucho menos, el ninguneo respecto de los procesos vitales que se experimentan, de ahí que perciba como un disgusto elser clasificado o catalogado, es decir, ser privado de su individualidad, su unidad, las diferencias que lo separan de los otros, su identidad específica. Algo que se ejemplifica perfectamente con el rechazo del adolescente a la condescendencia de quienes le quitan hierro a sus crisis existenciales con el socorrido diagnóstico: –Oh, esto no es más que una etapa por la que estás pasando. Ya la superarás. En el fondo, todo el andamiaje de las etiquetas con que las diferentes terapias catalogan a los pacientes, como bien reconoce Maslow, nos lleva a concluir que colocar a una persona dentro de un sistema previo exige menos energía que conocerla por sí misma.
La persona lanzada a la búsqueda de su identidad y al desarrollo de cuanta potencialidad descubre en ella para lograr la perfección que la llene de satisfacción, de esa alegría íntima que procede del núcleo íntimo de su ser, sin que el medio o las circunstancias hayan sido determinantes para lograr ese objetivo, sufre, en el proceso, una división capaz de convertirse en el principal impedimento para lograrlo, porque, llegado el caso, la persona vuelve la espalda a muchas cosas de su interior, porque son peligrosas. Pero sabemos en la actualidad que, al hacerlo así, pierde también muchas cosas, porque estas interioridades son también la fuente de todas sus alegrías, su capacidad de amar, de jugar, de reír y, lo que para nosotros es más importante, de crear. Al protegerse a sí mismo del infierno de su interior, se separa también del cielo que hay allí. En los casos extremos nos encontramos con la persona obsesionada, monótona, tensa, rígida, helada, controlada, cauta, incapaz de reír, jugar o amar, de comportarse con ingenuidad, confianza o infantilidad. Su imaginación, sus intuiciones, su delicadeza y su emotividad tienden a ser reprimidas o falseadas. Huimos de lo tenebroso y desconocido en nosotros mismos, ignorando que “eso” es también, o “sobre todo”, nosotros mismos, y que en el encauzamiento y superación de esas tendencias se cifra la consecución de nuestro objetivo de autorrealización.
Me ha interesado mucho del libro de Maslow su convicción de que la autorrealización, que en el fondo podríamos considerar como una regulación de nuestro organismo, como una identificación con nuestro yo saludable, depende de nuestra capacidad individual para crear valores que le den sentido en función de las necesidades satisfechas, o, como él dice: Las necesidades idiosincráticas engendran valores idiosincráticos. En la medida en que los humanos ya no poseen instintos a la manera de los animales, es decir, voces interiores fuertes, imposibles de confundir, que señalan en cada momento la conducta a seguir, cuánto, cómo, dónde y con quién. Lo único que nos queda son los restos de los instintos. Y, por añadidura, son débiles, sutiles y delicados, fácilmente ahogables (sic) por la educación, con las exigencias culturales, por el miedo, la desaprobación, etc. Resultan más bien difíciles de conocer. La individualidad auténtica puede definirse en parte por la capacidad de oír estas voces impulso dentro de uno mismo, es decir, saber lo que uno realmente quiero o no quiere, aquello para lo que se es apto y aquello para lo que no se es apto, etc. Ante esa carencia de valores, dada nuestra deficiente condición biológica, tan mermada respecto de otras especies, Maslow defiende el sentido de la terapia como el instrumento idóneo para acercar a los pacientes a la conquista de los valores que les den sentido a sus vidas: Sostengo que la terapia adecuada es relevante para la búsqueda de los valores (…) Es más, considero incluso posible que podamos muy pronto definir la terapéutica como una búsqueda de valores, porque, en definitiva, la búsqueda de la identidad es en esencia la búsqueda de los propios valores intrínsecos y auténticos. De acuerdo con Feuer (1943. Psicoanálisis y ética), Maslow defiende que la distinción entre valores auténticos y valores no-auténticos, estriba en la distinción entre valores expresivos de los impulsos primarios del organismo y aquellos que son inducidos por la ansiedad; y ello porque estamos aprendiendo que el estado de existir sin un sistema de valores es patogénico. El ser humano necesita una trama de valores, una filosofía de la vida, una religión o un sustitutivo de la religión de acuerdo con la cual vivir y pensar, de la misma manera que necesita la luz solar, el calcio o el amor. Esta visión biologicista de la autorrealizacion, que guarda estrecha relación con el concepto gestáltico de la autoregulación organísmica, lo que se ha dado en llamar homeostasis, le sirve a Maslow para reivindicar la necesidad de esos valores, e incluso de una metafísica, que garanticen el estado de equilibrio vital entre los impulsos biológicos y las aspiraciones superiores, aquellas a las que se llega, como defiende Maslow, a través de una suerte de éxtasis en el que desaparecemos incluso para nosotros mismos, superando el egoísmo individual y accediendo a un altruismo por generación espontánea, a partir, eso sí, del cumplimiento de nuestros objetivos, en función de nuestras capacidades: Necesitamos un sistema de valores humanos comprobado, utilizable, en el que podamos creer y al que podamos consagrarnos (por el que estemos dispuestos a morir) por el hecho de que son verdaderos y no porque nos han exhortado a “creer y tener fe”. Una Weltanschauung de este tipo, basada empíricamente, parece en la actualidad una posibilidad real.
Finalmente, porque esa es la perspectiva existencialista de la psicología humanista, quiero insistir brevemente en la visión holística que Maslow nos propone asumir, una visión que ha de superar, según él, la vieja lógica aristotélica dicotomizadora para acceder a la integración de los opuestos en lo que él llama la visión holística, lo que sintetiza en una afortunada fórmula: en el fondo, dicotomizar patologiza y la patología dicotomiza. Esa integración de los opuestos, ese acceso a la unidad total de lo real tiene que ver, en el individuo, con la asunción del presente y de las expectativas que, por serlo, forman parte inextricable del propio presente: Lo que la persona es y lo que podría ser. Existen simultáneamente para el psicólogo, resolviendo con ello dicotomía entre Ser y Llegar a Ser.. Las potencialidades no solo serán o podrían ser; también son. Los valores de la autorrealización existen como objetivos y son reales, aun cuando no estén todavía actualizados. El ser humano es simultáneamente aquello que es y lo que anhela ser.

La aspiración autorrealizadora de Maslow, su esfuerzo integrador, se enmarca en una tradición del pensamiento americano muy concreta: necesitamos algo “superior a nosotros mismos” a lo que respetar y en que confiar en un sentido nuevo, naturalista, empírico, no-eclesial; quizás al modo de Thoreau, Whitman, William James y John Dewey, a quien, por experiencia lectora propia, podría añadirse, me imagino, la poderosa voz de mi muy admirado Ralph Waldo Emerson.

Michel Houellebecq: “Sumisión”. Una sátira sobre la conquista de la república francesa por parte de un partido islamista.

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Sumisión, un ensayo narrativo a medio camino entre la distopía política y la sátira clásica del irreverente clérigo irlandés.

La elección de un autor marginal, propiamente antisistema, aunque sea de la órbita católica, como Joris-Karl Huysmans, sobre quien el protagonista ha elaborado una exitosa tesis doctoral, marca la creación de la personalidad del mismo, un estudioso universitario enfrentado a la banalidad y la mediocridad del mundo actual que ha de enfrentarse, a su vez, en la Francia del inmediato futuro, año 2022, a la toma del poder por parte de un partido islamista moderado, respaldado por el Partido Socialista para evitar el acceso del Frente Nacional de Marie Le Pen a la más alta magistratura del Estado.  Las opiniones que va desgranando el protagonista para trazar su autorretrato enseguida nos sitúan ante un evidente trasunto del autor, con quien comparte la aversión casi visceral a lo políticamente correcto: Nunca tuve la menor vocación docente. (…) Las pocas clases particulares que di con la esperanza de mejorar i nivel de vida me convencieron enseguida de que en la mayoría de las ocasiones la transmisión del saber es imposible, la diversidad de las inteligencias es extrema y que nada puede suprimir ni siquiera atenuar esa desigualdad fundamental. Es tal su extrema soledad, su insociabilidad, que incluso algunas de sus opiniones carecen del aval que proporciona un auténtico conocimiento de la realidad, como cuando opone los hombres a las mujeres al decir que las conversaciones sobre la vida íntima no forman parte de sus temas recurrentes: “guardan silencio sobre su vida amorosa, hasta su último aliento”. Bien puede decirse lo contrario, por más que la exageración o la ficción lleve las de ganar en dichas conversaciones. En el personaje conviven una preocupación gastronómica exquisita, una afición desmesurada a la ingesta de alcohol y una necesidad de contacto erótico avasalladora. Tan es así, que, como él confiesa: Es muy difícil comprender a los demás, saber qué se oculta en el fondo de sus corazones, y sin la ayuda del alcohol quizás no podría lograrse nunca. A través de esa senda alcoholizada iremos abriéndonos paso en el conocimiento de un ser vulnerable a la soledad y al aislamiento profesional, a raíz de su expulsión de la universidad con la llegada al poder del partido de los Hermanos musulmanes.
La novela adopta el tono de la sátira de costumbres y, concretamente, de lo que en la novela inglesa se conoce como “novela de campus”, por más que, como se dice en la nota final, Houellebecq haya tenido que asesorarse para trazar ese retrato, dado que nunca ha trabajado en universidad alguna. Con todo, las miserias, endogamias y ridiculeces propias de esa vida, al alcance de cualquiera que haya pasado por sus aulas, quedan perfectamente reflejadas en las páginas del escritor francés maldito por antonomasia. Diríase que se ha despachado a gusto buscando la complicidad de lectores que no ignoran la miserable “feria de vanidades” que sigue siendo la “alma madráster”, que dijo quien yo me sé. La construcción de la investigación sobre Huysman, incluido el magnífico volumen lexicográfico Vértigos de los neologismos, la única obra publicada por el protagonista, implica una labor previa de lectura del clásico más exigente, sin duda, que muchos acreditados trabajos universitarios. La interpretación que del autor hace el protagonista se consolida, a lo largo del libro como una guía de lectura imprescindible para visitar al desconocido, al menos en mi caso, autor de adscripción naturalista en sus inicios y mística en su final. De hecho, la evolución del protagonista a lo largo de la novela calcará la de su autor estudiado. Desde un rechazo frontal a la cultura islámica -el título de la novela, Sumisión, es la traducción de Corán- hasta la futura aceptación de una realidad que se ha ido imponiendo con la sutileza de la alienación pseudolaica de una religión que significa una cultura y hasta una ideología ejemplarmente simple, la novela pasa revista a la vida del protagonista y su inevitable marginación cuando, por no abrazar la religión islámica, es expulsado de la universidad, con una generosa jubilación anticipada.
Siguiendo el modelo de las invasiones extraterrestres, como  La invasión de los ultracuerpos y otras ficciones, entre las cuales la de Pere Calders, La invasio subtil, se lleva para mí la palma de la invención bienhumorada, Houellebecq plantea la naturalización política del partido islamista en Francia como algo inevitable e incluso reconocido, por sus antagonistas, como políticamente avanzado, dada la visión política heredera del Imperio Romano que tiene su líder, el nuevo presidente de la república, Mohammed  ben Abbes, para Europa, un espacio político al que negocian su incorporación países ribereños del Mediterráneo, desde Marruecos hasta Egipto, y, por supuesto, Turquía. Poco a poco, sin ningún tratamiento apocalíptico y solo con escuetas referencias a casos aislados de brotes de violencia, el protagonista, a través de las propuestas electorales para la segunda vuelta, algunas referencias televisivas y conversaciones con conocidos, va dejando caer los progresos que la ideología islámica va haciendo para devenir ideología dominante a la que no se oponen, activamente, sino los miembros de un grupo denominado “Indígenas Europeos”, cuya ideología frontalmente antimusulmana acaba limitando con la ultraderecha, por más que algunos de sus representantes acabarán sucumbiendo a los cantos de sirena de las ofertas tentadoras del nuevo orden social; un movimiento resistente inspirado en el Pegida alemán, diríase.
El retrato del personaje nos viene dado, también, por las personas a quienes frecuenta, y para hacerlo, como para el análisis de la situación política, Houellebecq utiliza unas referencias que acentúan la visión satírica con que el autor ha planteado la creación de Sumisión. Tal es el caso de la visión que de él nos da Myriam, su amante favorita y alumna suya, con quien incluso estaría dispuesto a cometer el nefando pecado de casarse y perder su soledad, algo que solo llega a pensar cuando la pierde porque, como otras familias judías, la suya decide exiliarse a Israel, ante la perspectiva de la hegemonía islámica en la Francia librepensadora y tolerante: -Sí, en teoría eres un machista, no cabe duda. Pero tienes gustos literarios refinados: Mallarmé, Huysmans, y eso te aleja del machista de base. Añado a eso una sensibilidad femenina, anormal, para los tejidos para la decoración del hogar. (…) En resumidas cuentas, eres una personalidad paradójica. (…) Me serví más bourbon antes de responderle. La agresión a menudo disimula un deseo de seducción, lo leí en Boris Cyrulnik, y Boris Cyrulnik es un peso pesado, un tipo listo, un tío que sabe mucho de psicología, un Konrad Lorenz de los humanos en cierta forma. -No hay ninguna paradoja, el problema es que utiliad la psicología der las revistas femeninas, que no es más que una tipología de consumidores: el burgués bohemio eco-responsable, la burguesa show off, la discotequerta gay friendly, el satanic gek, el tecno zen, cada semana se inventan alguna. Yo no correspondo exactamente a ningún perfil de consuidor inventariado, eso es todo. [Recuérdese que Cyrulnik es el creador de uno de los tótems de la ultimísima hora psicológica: el concepto de resiliencia…]
En la novela se dan cita usos y costumbres propios de la modernidad, como el interés mediático por la política, manifestado en la afición del protagonista a las televisivas noches electorales, sobre todo en las presidenciales. A lo largo del libro hay constantes referencias a actores políticos a quienes se ve en sus nuevas funciones, como la de Primer Ministro, tras haber tenido una vida política nada gloriosa, como el caso de Bayrou, a quien escoge Ben Abbes como Primer Ministro de su nuevo gobierno musulmán. Sin embargo, y a pesar del tono paródico que nos guía a través de la lectura, Houellebecq no cae en el “tono menor” del relato, sino que, con su inteligencia habitual, nos plantea debates “de altura” que afectan al desarrollo inminente de nuestras sociedades democráticas y a las magras perspectivas con que podemos contemplar su evolución. La natalidad, por ejemplo, que lleva irremisiblemente a considerar quienes serán las mayorías del futuro si, como dice el protagonista, de un condiscípulo suyo, él era el único que había optado por una vida familiar normal, los demás bregaban vagamente entre un poco de Meetic, un poco de speed dating y mucha soledad. La disección que hace el protagonista de la vida cotidiana familiar de su condiscípulo, con la devastación física y emocional de la vida profesional y familiar se acerca poco menos que a la desolación propia del protagonista. A medida que en la narración va emergiendo su autorretrato, vemos enseguida la escuela nihilista en la que se ha formado, sobre todo en Nietzsche (el “viejo cabron”) y en Cioran, como cuando nos habla de su rechazo hacia la Historia: en el fondo no sabía mucho de historia, en el instituto fui un alumno poco atento y desde entonces nunca he logrado leer un libro de historia, nunca lo he acabado.
Poco a poco, a partir de la victoria del candidato musulmán, el protagonista se acabará formulando preguntas que le llevarán a relativizar el alcance de las reformas que pretenden implantar los islamistas. De hecho, desliza la maldad de que los discursos del nuevo presidente estén escritos por Renaud Camus, presidente del Partido de la Inocencia y reconocido escritor de Dietarios. Ante la evidencia de lo que el protagonista intuye como un inminente caos, toma la decisión de “pasar” a España, para huir del mismo. De camino, pasa por Martel, la patria chica de Carlos, quien, en Poitiers, detuvo en seco el avance islámico hacia Europa. El asalto a colegios electorales y el robo de urnas detiene el proceso electoral y siembra el caos, de ahí que el protagonista se lamente de no haber prestado hasta el momento más que una atención anecdótica, superficial, a la vida política. Con todo, la normalidad “republicana” se acaba imponiendo, como asegura Manuel Valls que sucederá, y Mohammed Ben Abbes acaba siendo elegido nuevo Presidente de la República. Poco a poco, a través de medidas que en modo alguno levantan ampollas, sino, como mucho, leves reticencias, los Hermanos musulmanes van transformando el sistema educativo, las costumbres, la economía y la sociedad en general.
Cuando al protagonista se le ofrece la oportunidad de hacer una edición total de Huysmans para que ocupe el lugar que le corresponde en la famosa colección de La Pléiade, el rector de la universidad de donde había sido expulsado por no aceptar abrazar la fe islámica, comienza a cortejarlo para engrosar el escuálido claustro de profesores notables. En esa última fase asistiremos, como era de esperar, a la claudicación del personaje, a la que se llega, con todo, del modo más natural del mundo, por sus pasos contados, sin estridencias ni dramas íntimos, sino porque así lo requiere “el signo de los tiempos”, que no es otro que el de la lenta conquista de una civilización por otra, la islámica que ha asimilado de la conquistada cristiana buena parte de sus señas de identidad. Al fin y al cabo, como se dice en la novela, no son las religiones del libro las granes enemigas unas de otras, sino el pensamiento laicista de todas ellas. Es harto paradójico, y ello nos da una idea de la gran capacidad satírica de Houellebecq la pirueta final acerca de la relación entre el Corán y Historia de O, el paradigma de la sumisión absoluta al hombre por parte de la mujer, escrita por Dominique Aubry en la misma casa donde ahora habita con sus dos esposas islámicas, una madura, cocinera, y otra de quince años, amante, el rector que pretende repescarlo para volver a ocupar su puesto.
Me he sumergido en la lectura del libro tras haber dedicado un tiempo precioso a la lectura del Corán, y he de reconocer que Houellebecq, más allá de su reconocida calificación del Islam como una religión para pobres de espíritu, algo en lo que no es difícil coincidir con él, ha sabido plantear su novela como un ejercicio de política ficción que peca, en todo caso, de la improbabilidad cierta de que los próximos años acaben dándole la razón, aunque la situación descrita por él no peca de inverosímil. Los acontecimientos, de momento, parecen darles la razón a los movimientos de oposición a la consolidación del islam como una religión “propia” de la comunidad europea con “derechos” y “costumbres” no sujetos al derecho constitucional de cada uno de los países de la comunidad europea, que es lo que algunos imanes pretenden. En cualquier caso, se trata de un libro inteligente y que, como dije al principio, se convierte en una guía imprescindible para acercarse a un autor como Huysmans, no tan radical como Léon Bloy y su inolvidable Marchenoir de El desesperado, pero, a decir de Houellebeq, perfectamente visitable. Eso haré.


Alfred Döblin: “Noviembre de 1918. Una revolución alemana”, fresco histórico y destino individual: la historia alemana y europea hechas carne y hueso de novela.

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Noviembre de 1918. Una revolución alemana (4vols)de Alfred Döblin: una obra esencial para entender el inevitable destino de Alemania (y de Europa) tras la Primera Guerra Mundial a partir de la fracasada revolución espartaquistade Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.


Hay obras que nunca llegarían al público si al frente de ciertas editoriales de prestigio no hubiera editores tan conscientes del significado cultural de su tarea como es el caso de Daniel Fernández, director editorial de Edhasa, o como lo ha sido el de Jorge Herralde al frente de Anagrama durante toda una exitosa vida de editor. Poner al alcance del lector en lengua española una obra como esta de Döblin, fundamental para entender la República de Weimar, época en la que se dirimió el futuro de Europa entre la democracia capitalista y el comunismo soviético, merece el mayor de los reconocimientos y de los aplausos. Que haya sido capaz de llevarlo adelante con la ayuda del Goethe-Institut, organismo del Ministerio Alemán de Asuntos Exteriores, habla bien a las claras sobre un modelo de gestión editorial que sabe explotar los recursos a su alcance. Para nadie es una sorpresa que Edhasa cuenta con uno de los mejores fondos editoriales, y que su línea de novela histórica no admite parangón, pero el agradecimiento de los lectores por la publicación de la presente tetralogía me consta que será inmarcesible. A mí particularmente, me gusta mucho su colección de libros de aforismos, que ha conseguido reunir un catálogo espectacular. De hecho, no me importaría ofrecerme para confeccionar, para ellos, lo que podría llamarse el Vademécum Edhasa de aforismos, siguiendo el reconocido modelo de The Oxford Book of Aphorisms o el indispensable The Viking Book of aphorisms, con una selección del poeta W.H.Auden y el polígrafo Louis Kronenberger. Todo se andará…
En el primero de los cuatro volúmenes de Noviembre de 1918. Una revolución alemana, el titulado Burgueses y soldados, Döblin sitúa la acción en Estrasburgo, Alsacia, un territorio en permanente disputa entre Alemania y Francia. Escoger la frontera entre dos culturas y dos potencias políticas europeas como marco del arranque del fresco histórico que levanta el autor con una extraordinaria capacidad narrativa nos indica bien a las claras esa línea de oposición a la identidad férrea y expansiva que está en el origen, entre otras muchas causas geoestratégicas, está claro, de la Primera Guerra Mundial, que estalló hace ciento dos años y de la que aún seguimos extrayendo lecciones de notable utilidad para la política actual y para el conocimiento del ser humano. Las novelas de Döblin, al centrarse en personajes concretos, cuya peripecia vital se irá desarrollando a lo largo del ciclo, nos permite acceder a la comprensión de unas mentalidades y de unas emociones que su novela nos transmite con fidelidad y magnífico realismo. Este ciclo novelístico, aunque tiene la misma intención realista que su célebre novela BerlinAlexanderplatz, ofrecernos la comprensión de una sociedad determinada en un momento dado de la Historia, desde la mirada individual a sus miembros, presenta una estructura más clásica, aunque no renuncia a ciertas libertades formales e imaginativas que, sin embargo, entran dentro de lo que podríamos considerar recursos más tradicionales, como la aparición de Satán como personaje, o de “aparecidos”, como ocurre en el magnífico relato del Libro Primero que abre el último volumen, Karl y Rosa, un relato, por cierto, que admitiría una edición independiente y serviría como “reclamo” editorial para atraer compradores de una tetralogía tan cara como de lectura tan necesaria. En el volumen se arranca de la derrota alemana, de la caótica retirada de sus fuerzas de los frentes de guerra y se nos presenta a tres personajes que adquirirán un carácter protagonista a lo largo de la novela: los tenientes Becker y Maus y la enfermera Hilde.  De los tres, Becker es, sin duda el más importante, porque es, a todas luces, un trasunto parcial del propio autor, dada la conversión al catolicismo que comparte con él, así como ciertos valores y preocupaciones culturales que se desarrollan en los siguientes volúmenes Becker, que regresa herido de gravedad, encarna la poderosa decepción existencial que supone la derrota, de ahí sus palabras:  Querida paz, ten piedad de nosotros, que regresamos. Ya desde el comienzo del ciclo novelístico, Becker comienza a sufrir alucinaciones o revelaciones como la aparición de Johannes Tauler, considerado el fundador de la mística alemana, quien le dice: Eres duro y orgulloso, un ánimo grande, una alta montaña. No cierres los ojos, hijo mío. Debes pedir paciencia y un final clemente. El Señor viene en medio de un silencioso y suave murmullo.  Por otro lado, la cuidadosa narración de hechos históricos fidedignos ocupa un lugar esencial del relato, como todo lo relativo al inicio de la revolución alemana y al intento de enviar un destacamento de marineros alsacianos para intentar proclamar la República Socialista Alemana de Alsacia, en un intento de retener dicho territorio que, en cosa de semanas será ocupado por las fuerzas francesas: El Consejo Central de Obreros y Soldados de Estrasburgo a la población: “Mantened la calma, el soldado alemán no es vuestro enemigo. El pueblo alemán y los soldados alemanes han dado el golpe de gracia al sistema que tanto odiamos”.  En ese sentido, es clarificadora la parte dedicada a la narración de la visita de Maurice Barrès, el parlamentario nacionalista, al territorio, como avanzadilla de la inminente ocupación francesa. En ese contexto de rendición es en el que Barrès, con clarividencia singular, dado su conocimiento de la cultura alemana, formula una profecía a punto de cumplirse cuando Döblin está acabando de escribir, en 1937, este volumen: El castillo del diablo ha caído, pero el Diablo no se ha marchado, apostillando que en un plazo de 20 años los alemanes, después de la derrota se armarían para volver a atacar a los franceses, como así resultó ser:
En este primer volumen de la tetralogía, son innumerables las voces singulares que recoge Döblin en su narración, y bien puede decirse que no falta nadie. Es cierto que muchas realidades nos son ya familiares por la mucha Historia que se ha escrito al respecto, como la hipocresía y el cinismo de los militares alemanes imperiales que se lavan las manos de la derrota y propalan la especie de la “puñalada por la espalda” que les asestaron los civiles que promovieron el exilio del Emperador, la rendición del ejército y la negociación para el armisticio, como se aprecia en el bando que cuelgan para informar a los soldados que han de huir apresuradamente de los frentes, dejando atrás una ingente cantidad de material servible: Hasta el día de hoy hemos empuñado con honor las armas. El ejército ha hecho un servicio inmenso, con fiel entrega y en cumplimiento de su deber. Abandonamos la lucha erguidos y orgullosos; una teoría que, a través de tan singular personaje como Erich Ludendorf -el único de quien Döblin, a mi juicio, no saca todo el partido que semejante botarate histgriónico permitía- llega hasta los círculos nacionalistas en los que se apoya Hitler para conseguir el poder en 1933. Antes, con todo, la hicieron suya los dirigentes de la aún no nacida República de Weimar cuando saludan en Berlín a los soldados que vuelven del frente “sin haber sido derrotados”. De ese mismo carácter histórico es la narración del entierro de los 8 berlineses que resultaron muertos en los sucesos de la insurrección contra el Emperador, entierro en el que se nos introduce a otro de los personajes capitales del ciclo: Karl Liebknecht, el dirigente espartaquista:  Habló Liebknecht: El tribuno de la plebe era delgado, tenía un rostro pálido e inquieto, sus ojos, marcados por la falta de sueño, se volvían sin fijarse a derecha e izquierda; el oscuro bigote colgaba descuidado sobre la boca. De vez en cuando, aquel hombre aún joven apretaba los dientes con una especie de permanente furia e indignación que le impedía seguir el hilo de sus pensamientos. Parecía ser el único en el cementerio que no se daba cuenta de cómo se bebían sus palabras las gigantescas masas humanas. Hablaba alto, con fuerza, a impulsos irregulares, estaba ronco y a veces tropezaba en sus propias palabras. En los sucesivos volúmenes, a medida que la acción gire en torno a la tensa y compleja situación política que se produce con la insurrección espartaquista, Liebknecht, como también Rosa Luxemburg, irán compartiendo el protagonismo con el trío Becker, Maus y Hilde.

El segundo tomo de Noviembre de 1918, El pueblo traicionado, continúa con la técnica de mosaico propia de quien quiere ofrecer una visión que abarque el mayor número posible de las realidades subjetivas que conforman lo que nos empeñamos en singularizar como “la realidad”, por más que, como se sabe desde hace mucho, por la psicología Gestalt, el todo sea diferente de la suma de las partes. A medida que avanza la novela se van sumando personajes que contribuyen, por su extracción social, por su relevancia política o por su característica psicología a la conformación de ese singular que cada uno vive de distinta manera. Que aparezca un sórdido caso criminal, algo que vertebraba su más famosa novela, Berlin Alexanderplatz, o que se nos recreen con una verosimilitud absoluta los movimientos de las diferentes fuerzas en conflicto, la Cancillería “ocupada” por Ebert, las conjuras de los militares derrotados, las dificultades internas objetivas del proceso revolucionario espartaquista a través de tres personajes tan distintos como Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y el agitador prosoviético Karl Radek, le da al segundo volumen una dimensión de novela histórica que el autor no acaba de aceptar, de ahí su presencia intercalada en la narración para recordar que, a pesar de la innegable fidelidad histórica con que narra aquellos acontecimientos trascendentales en la Historia de Alemania, y de Europa, no deja de ser todo obra suya, no sujeta al rigor de la Historia, sino a la arbitrariedad de la novela: Al autor de estas líneas le entristece que, a pesar de las posibilidades de la imaginación, para seguir los acontecimientos y el destino de los personajes de una forma fidedigna tenga que llevar constantemente a sus lectores a través del mal tiempo, de la lluvia, y sólo de vez en cuando pueda llevarlos por una severa helada y una alegre nevada. No es culpa suya. (…) Pero está en Berlín, y sigue siendo noviembre. (…) Este noviembre dura mucho, demasiado (no solo para el lector, también para el escritor). Pero los que lo vivieron no pueden sentirlo como más breve. De ahí que no retroceda lo más mínimo ante el reto de expresar francamente su opinión acerca de lo narrado, como si se tratara de un narrador verdaderamente omnisciente, algo que acaba siendo y, además, con una escrupulosidad por la transcripción de la verdad que sorprende cuando se han leído diversas fuentes históricas sobre aquella revolución alemana abortada en agraz:Hasta ahora no hemos visto auténticas masas revolucionarias. Se puede reprochar esto a alguien que quiere describir una revolución. Pero no es culpa nuestra.Es que se trata de una revolución alemana. (…) [La revolución] anda errante, anda errante en Alemania, cada vez más encogida, como una floristilla con la faldita rasgada, temblando de frío, con los dedos amoratados y buscando cobijo. Donde no le dan con la puerta en las narices, con dureza y convicción, se la alimenta con amables refranes y un plato de sopa aguada. (…) El que tenga un ápice de sentido común apostará por Ebert y los generales. (…) En la guerra, Dios está con los batallones más fuertes, y en la paz con la mayor astucia. Tan curioso Dios se ha buscado nuestra época, que se le podría tomar directamente por el rey de Prusia. (…) Hablando con honradez: ¿qué nos importa? Por nosotros, que Ebert devore a los generales o los generales a Ebert. Tal vez entonces llegue un tercero y los devore a ambos. (…) Podríamos concluir ya nuestro libro, por falta de interés hacia nosotros mismos. Mal asunto, cuando la falta de interés por un libro empieza por su autor. Pero tenemos que llamarnos al orden. Porque sería ir demasiado lejos. Un “llamamiento” que tuvo eco, porque aún acabaría añadiendo dos volúmenes más a lo narrado, ¡por suerte para sus lectores!
En este segundo volumen, El pueblo traicionado, es preciso destacar la aparición de una historia, la del director del Gymnasium donde trabajaba Becker, y al que vuelve para reencontrarse con sus colegas, que supondrá un elemento decisivo en la evolución del protagonista, de Becker. Se trata de una historia homosexual centrada en la relación del director con un alumno, con quien comparte la sensibilidad por el arte y la poesía, una relación que remeda, en cierta manera, el círculo de Stefan George, el poeta alemán que fue utilizado por los nazis, por más que él incluso se exiliara en Austria, horrorizado por esa barbarie antihumanista que rechazaba tajantemente. En el transcurso de esa conversación, Becker, alterego indiscutible del autor, nos deja pensamientos de tanto poder apodíctico y antibelicista como el siguiente: Lo inconcebible, lo verdaderamente inimaginable de la guerra… éramos nosotros mismos. Nosotros, usted y yo, un culi, un animal sin inteligencia. Conciencia ni entendimiento, un negro de Papúa que hace lo que se le manda y no se hace preguntas. (…) Pero ellos la tiran como una rama muerta, la vida, y nunca han aprendido ni sabido nada, y se quedan allí tirados como semihumanos que han tenido que trabajar en las pirámides. Y eso soy yo, y eso es usted, un hombre instruido, por cuyas venas ha corrido el cristianismo, la filosofía antigua y moderna, Platón, Spinoza, Descartes, Kant. Y de hecho han corrido por nuestras venas y no han dejado nada en nosotros, y hemos seguido siendo torpes esclavos, criaturas sin cerebro que jadean, completos trogloditas, medio monos de la Edad de Piedra. (…) Pero entonces me llega… una orden de movilización. Alguien, desde una oficina, desde un despacho que no conozco, escribe: ve allí, ve allí, ve hacia tu muerte, hacia tu perdición, ve a perder una pierna, a que una bala se te meta en la médula. Cuidado hijo mío, habrá gas, gas venenoso, gas mostaza, trágatelo. Y usted pronto se da cuenta de que se trata de la cabeza y de las piernas, de los pulmones y el hígado, y nadie podrá nunca devolvérselos, porque su madre le ha dado todo eso una única vez. Y usted está preparado para eso desde hace mucho tiempo. En tiempo de paz, se le ha preparado para eso, entre Kant y Platón. Y usted… no pregunta. Usted no pregunta, va, sigue. La oficina que emite las órdenes es más que Dios. ¿Me oye?, más que Dios.
         Es sorprendente la facilidad galdosiana de Döblin para construir unos Episodios Nacionalestan ajustados a la Historia y la verosimilitud apabullante con que los diferentes personajes históricos se conducen en sus páginas. Su arte narrativo nos coloca ante esos personajes como si el propio Döblin, por arte de birlibirloque, hubiera estado presente en ellos, tomando nota de cuantos detalles le habrían de servir, después, para escribir esta magnífica crónica viva de aquel periodo. No son psicologías complejas, ciertamente, porque tanto el “rechoncho” Ebert, como los militarotes conspiradores, tan limitados de pensamiento y de posibles obras, después de la derrota, permiten un vigoroso retrato de sus cortedades. Algo más complejos son los del bando espartaquista, si bien Karl Liebknecht no sobresale, precisamente, por su capacidad estratégica, sino por su vehemencia insurreccional, algo que acabará desesperando a Rosa Luxemburg y provocará un enfrentamiento entre ellos dentro de la dirección del recién nacido Partido Comunista Alemán. Aquí y allá el autor, en boca de muy diferentes personajes, nos va dejando caer esos juicios que conforman la radiografía de aquel momento histórico, como, por ejemplo, el juicio de algunos soldados que regresan a Berlín y se encuentran con una agitación incomprensible en una ciudad que intenta sobrevivir al frío y a la escasez; juicios como el del amigo de Becker, Maus: Escupo sobre la revolución, lo que lo llevará a alistarse en los Freikorps, de infausto recuerdo. O la de otro soldado que no acaba de entender nada de cuanto ocurre entre espartaquistas y los socialdemócratas: Desde que estoy en Berlín no oigo más que hablar y hablar. Si les cosieran la boca a los berlineses, todo volvería a ir bien. Necesitamos paz y comida. Todo lo demás son tonterías. Otro, sin embargo, defenderá que lo propio de Alemania es ser gobernados por un “hombre fuerte”, de lo que deduce que se necesita al Emperador o, si eso no es posible, a Liebknecht, por más que Karl Radek no tuviera una opinión sobre su tocayo que permitiera validar la del soldado sin experiencia política. Para el agitador soviético a Liebknecht le falta dureza y distancia. Un idealista alemán. Miedo me da. Pero se equivoca. Las masas lo arrollarán. La revolución pasará por encima de él. Lo que, en efecto, acabo ocurriendo, aunque hayamos de esperar hasta el 4º volumen para asistir a la derrota de una magnífica improvisación suicida. En términos de actualidad política española, Noviembre de 1918, con su enfrentamiento radical entre el comunismo y la socialdemocracia nos permite entender, en parte, dados los orígenes leninistas de Podemos y su impulso inicial de “asaltar el cielo”, el “imposible” diálogo que se ha gestado entre ambas fuerzas, y que se refleja a la perfección entre el posibilismo de Ebert, dispuesto a encadenar la legalidad de la nueva Republica constituyente con la del antiguo régimen al que juró fidelidad, y la revolución espartaquista que le daría el poder a los soviets alemanes, los consejos de soldados y obreros, oportunamente dirigidos por el KPD, por supuesto, algo que Rosa Luxemburg, poco leninista ella, y poco amiga de los golpes de estado, no compartía. Relativamente comparsas en esa lucha eran los Socialistas Independientes, también representados entre los Comisionados del Pueblo que dirigían el país durante la transición hacia la República, que conoceríamos después como “de Weimar”, donde se hizo su constitución, tras la huida del Emperador a Holanda.
         El punto culminante del segundo volumen, en términos de motor narrativo, es el asesinato de algunos manifestantes de la comitiva que, liderada por los espartaquistas, quería tomar al asalto la Cancillería donde Ebert actuaba como auténtico jefe de estado y canciller de la nación, si bien con una fragilidad representativa total y un temor absoluto a ser barrido bien por los espartaquistas bien por los militares, por más que estos, como solía decir Gröner, sucesor del alocado Ludendorff que huyó a Suecia tras admitir la inevitabilidad de la capitulación, por más que ningún militar la firmara y él se encargará de poner en circulación la teoría de que Alemania había sido “apuñalada por la espalda” por los civiles, sin dejarles, a los militares, “acabar” su trabajo y lograr la victoria: Nuestro lema es actuar, pero evitar todo lo que suene a actuar. Y eso es lo que traía a mal traer a Ebert, quien, a tenor de lo narrado por Döblin, tardó lo suyo en afirmarse en su puesto de primer presidente de la República de Weimar. También era frecuente entre los militares un chascarrillo que, puesto en boca del general Schleicher en la novela, quien acabaría siendo el último Canciller de la República de Weimar antes del ascenso de Hitler, quien lo incluyó entre las víctimas de la famosa “noche de los cuchillos largos”, define perfectamente cuál era la situación política alemana en aquel momento crucial: El buen Dios ha sido comprensivo con nosotros. Hemos perdido la guerra, pero hemos ganado al señor Ebert. En esas bambalinas del proceso democrático alemán es evidente que la actuación de los militares, comenzando por el propio Hindenburg, respondía a una idea de éste según la cual el Alto Estado Mayor representaba la única autoridad legítima en Alemania, que había pasado del emperador a él, Hindenburg, y no a Ebert: Una república no entra en consideración para Alemania. La monarquía es la forma estatal histórica de los alemanes. No tiene por qué ser exactamente la monarquía de antes de la guerra. Pero en ninguna circunstancia dejaremos que la antinatural tiranía socialdemócrata se asiente.  Con esos mimbres, ya se advierte, la de Weimar bien podría, de acuerdo con el impulso galdosiano del autor, ser calificada con uno de sus títulos: la de los tristes destinos.  No obstante, con sus 4 millones de votantes, la socialdemocracia continuaba siendo en la Alemania de entonces el primer partido de la clase trabajadora, de ahí la posición pragmática encarnada, por ejemplo, por Bernstein:  Recordó las palabras de Bebel: Donde no hay beneficio, no sale humo de las chimeneas. (…) La vida tiene que recuperar la economía mundial, hay que restablecer los contactos, establecer otros nuevos. La producción necesita un mercado donde venderse. De las cuales son eco las del propio Ebert: Una cosa es segura: si la República alemana ha de sobrevivir, necesita trabajo. Hemos hablado de socialización, y deliberaremos más aún, más en profundidad aún acerca de ella, en el presente, con la colaboración de todos los implicados: especialistas, financieros, sindicalistas, obreros, políticos… Pero una cosa es segura: el socialismo es trabajo (…) La eliminación de los males de la guerra, la elevación de la alimentación del pueblo hasta un nivel normal, es nuestra tarea más apremiante. Por eso apelo a los obreros y soldados alemanes. Que no olviden los cincuenta años de trabajo educativo de los socialistas.
        
El tercer tomo de Noviembre de 1918, El regreso de las tropas del frente, tiene un variado contenido que alterna lo estrictamente histórico con lo novelesco, porque se continúan y desarrollan las historias centrales de la novela, la de Friedrich Becker, Hilde y Mas, con especial intensidad en el caso del primero; la del dramaturgo Stauffer, que acabará conociendo en Suiza a la admiradora cuyas cartas le secuestró su primera esposa; la de los hampones, uno de los cuales tiene una graciosa disquisición ideológica con el agitador soviético Radek y, finalmente, la propia de los actores básicos en aquella suerte de trágica ópera bufa que acabó siendo la revolución alemana. Es tal la acumulación de información novelesca en las páginas de este tercer tomo, que bien podría Döblin haber escrito una obra en doce o quince volúmenes, si hubiera desarrollado a fondo las decenas de historias que conforman la obra. El propio autor, que aparece como tal, encarnado en el narrador, nos lo confiesa paladinamente: El mundo, bramando realidades, sudando hechos por mil sitios al mismo tiempo, no habría sido este mundo si no hubiera sacado a la luz, en confusión, figuras burlescas, trágicas y puras. En esta tercera parte, que aparece como tal, como las anteriores, por cuestiones prácticas, me imagino, porque la obra es un todo ininterrumpido en el que la división en volúmenes no marca cambios temáticos o estilísticos que justifiquen su aparición como volúmenes independientes, emerge la figura de un actor importante en el periodo de posguerra: Woodrow Wilson, el presidente norteamericano cuyos famosas 14 puntos para conseguir la paz en Europa acabaron sembrando más vientos que recolectando calmas, sobre todo porque uno de ellos era el polémico “derecho a la autodeterminación”, tan mal entendido en Europa, como él mismo confiesa, de forma premonitoria, en las páginas de la novela: Wilson: La nación del mañana, la única que hay, es la federación mundial de los pueblos. Hay que terminar con las nacionalidades engendradas y mantenidas de forma artificial. Ya no responden al mundo de hoy. El mundo se ha hecho más grande y más dependiente. La aparición de Wilson le permite al autor establecer un contraste claro entre el “nuevo mundo” y la “vieja Europa” en términos políticos y, a través de la amante nacionalizada americana del dramaturgo Stauffer, en términos existenciales, porque Lucie, la amante recobrada por Stauffer del túnel del tiempo se lo dice muy clarito: Cuando escribes, cuando trabajas como lo haces, eres pueblo, y estás en verdadera conexión con el pueblo. No necesitas buscar más masas. No encontrarás pueblo en esa búsqueda, solo más y más asambleas. (..) A veces exaltáis a una persona, a veces idolatráis al Estado, y ahora les toca el turno a las masas. ¿Por qué son las masas mejores que las diez mil personas que las forman? (…) Entre nosotros se piensa, en general, que hay que trabajar, tener suerte, abrirse paso y no dejarse desanimar. Al Estado se le deja en paz. Si gobiernan tontos o canallas, uno mismo tiene la culpa de eso. La reflexión tiene que ver, obviamente, con el contexto berlinés de la pareja y la “agitación” social que se vive en esos momentos, con la ciudad en permanente desfile de manifestaciones que buscan realidades contrarias: instaurar la república de los soviets, los consejos de obreros y soldados, o convocar una Asamblea constituyente para fundar la primera república alemana. En ese combate de fuerzas, de ideas y de estrategias ha de entenderse el espacio que Döblin concede a los protagonistas de la Historia de aquellos días: Liebknecht, Rosa Luxemburg, Ebert y Hindenburg. Ebert, en términos que podemos entender perfectamente en España a partir del desafío secesionista catalán, lo deja meridianamente claro (y no es él, ciertamente, un paradigma del típico humor berlinés, el Berliner Schnauze): Esos caballeros no tendrán la guerra civil que querrían. Quieren cortarnos el paso hacia la Asamblea Nacional prevista por la ley. Aquel que hace tal cosa viola la ley. Es un delincuente, nada más. Lo que esos caballeros harán en ese caso es un golpe de Estado, exactamente igual que el del día 6 en la Chausseestrasse. Ese golpe tendrá un mal final… igual que el otro. (…) En un país como Alemania, siempre se encuentran tropas dispuestas a mantener el orden y a proteger al Gobierno, que es la tesis básica que defiende, ante Radek, un representante del hampa berlinesa en una cínica y deliciosa conversación:Motz, el hampón, filosofa con Radek: ¿Cómo puede, mirando a esa gente, llegar a la conclusión de que o golpean los generales o golpea el pueblo? Probablemente ambos serán golpeados… por la comodidad alemana. (…) Según mi profunda convicción, una revolución solo puede producirse en Alemania por motivos teológicos y con una finalidad teológica. Todo lo demás son revoluciones periféricas, es decir, alteraciones del orden.
En uno de los grandes mítines que se sucedían entonces en Berlín casi diariamente, Ebert, en el parque Lustgarten, describió nítidamente la línea divisoria entre el partido socialista y el recién constituido partido comunista: Nosotros, los del SPD -gritó el hombrecillo regordete y bigotudo, visiblemente indignado representante de la razón humana-, queremos paz, pan y libertad. Queremos democracia. Sin democracia no hay libertad. (…) La violencia siempre es reaccionaria. Todos los días, los fanáticos adeptos de Liebknecht llaman a la violencia. Reparten armas. Amenazan con atacar al Gobierno por la fuera de las armas. Saldremos al paso de tales intentos con la mayor decisión.
De forma caleidoscópica, Döblin va pasando de uno a otro escenario para ofrecernos una visión casi holística de la realidad de entonces: El golpe revolucionario de Eisner en Múnich, donde se enfrenta a la ciudadanía por su intención de suprimir la religión católica en las escuelas, aun siéndolo él, católico, como la gran mayoría de sus combavarienses; la entrada de las tropas francesas en Aquisgrán (que desfilan junto a una estatua del emperador alemán a la que recubren con una tela negra, un uso curiosamente cercano, porque los secesionistas catalanes hacen lo mismo con el retrato del Rey que preside la sala donde toma posesión el President de la Particularitat…); los preparativos para la firma del tratado de Versalles  y la creación de la Sociedad de Naciones; las manifestaciones a favor y en contra del gobierno republicano provisional y lastbut not least, la continuación de las historias individuales que vertebran la obra, sobre todo la del alter ego del autor, Friedrich Becker. Sumido en una desesperación angustiosa, próxima a la depresión, Becker, que se desentiende de la relación amorosa que Hilde, que ha vuelto de Estrasburgo, le propone, comienza a sufrir alucinaciones de naturaleza intelectual, porque a través de tres figuras muy distintas, un brasileño, un león y una rata, en un proceso que recuerda vagamente ciertos recursos de la obra de Nietzsche, Becker mantendrá unas tensas discusiones sobre el sentido de su vida que propiciarán, en su debido momento, el desembarco, con armas y bagajes, en la adhesión al catolicismo, un proceso que calca el del propio Döblin, si bien Becker lo acaba viviendo de forma mística, bajo la advocación de Tauler. Su abnegación cristiana tiene todo que ver con la defensa férrea que hace de la dignidad del director acusado de pederasta, quien acabará muriendo víctima de la salvaje paliza recibida por parte del padre del alumno a quien ha supuestamente seducido, al tiempo que asume la obligación de velar por su joven discípulo e insinuado amante, por quien llegará a participar en los combates revolucionarios. El cristianismo de Becker, no es hurgar e hilar sutilezas lo que conduce a la auténtica vida, viene remachado por la convicción de su madre, un personaje altruista a carta cabal de que ser Cristo es muy difícil. Ya encontrarlo es difícil. La gente es orgullosa, y no quiere someterse.
En este tercer volumen aparecen dos realidades que llaman mucho la atención de quien lee, obviamente, con el recuerdo vivo no tanto de la Primera Guerra Mundial, cuanto de la Segunda. Me refiero a un episodio de represalia, la deportación masiva llevada a cabo en Lille, por el 64 Regimiento de Infantería de Pomerania durante la Semana Santa de 1916. Alrededor de seis mil jóvenes de ambos sexos (…) fueron obligados a trabajar en el campo para el ejército alemán, que se apropió casi por completo de la cosecha. Los mataban de hambre, los trataban a palos, les obligaban a cargar munición y construir refugios. No hemos vuelto a ver a un gran número de esos niños y ancianos. Mil Lillenses fueron llevados a campos de concentración en Braunschweig y después a Vilna en ocho días de viaje por tren. La instalación era lo más parecido a lo que fueron después los campos de concentración nazis.
Por otro lado, llama la atención que Döblin haga mención de dos combatientes catalanes que participaron como voluntarios en la Gran Guerra. René, un excombatiente, le cuenta a su anfitriona, la señora Scharrel, sus experiencias: Ella tuvo noticia de los españoles que habían participado en la guerra en la legión. Habían sido más de diez mil, gente estupenda, entre ellos muchos estudiantes y escritores. René contó que, en el Somme, había estado en las trincheras con Pujulà i Vallès, un escritor. Habló de Pere Ferrès Costa, un catalán que se había ido al frente con toda una tropa de catalanes; habían estado en Amiens y Arras, y en 1915, cuando llegó la hora de avanzar, muchos españoles se quedaron allí tendidos, Ferrès Costa entre ellos. (…) En ella (una notita arrugada) estaba escrito el principio de un madrigal de Costa, un Canto a Catarina. René leyó el comienzo: “si gosava, Catarina, us faria una cançó, més ja sé que ma complanta no us agradaría, no.” René había aprendido un poco de español y hablaba con entusiasmo del ansia de libertad de los catalanes. Tarareó la melodía de una canción que cantaban más adelante, después de Verdún: -No pasaréis, y si pasáis, será por encima de un montón de cenizas. No passareu. Que el legendario lema de nuestra Guerra Civil, “¡no pasarán!”, hubiera sido empleado con anterioridad en la Primera Guerra Mundial, en la batalla de Verdún, no deja de ser una curiosidad acaso poco conocida.

El cuarto tomo de Noviembre de 1918, titulado Karl y Rosa, que culmina esta magna obra a medio camino entre la novela histórica, el fresco social y la novela psicológica, amén de muchas otras narraciones de diversa índole, desde la novela de crímenes hasta la sátira política, se abre con lo que, a mi parecer, es la narración más atractiva de todo el ciclo: la vivencia fantástica de Roxa Luxemburg, en la cárcel de Breslau, cuando entra en contacto con el espíritu de su amante fallecido en el frente oriental, el doctor Hannesle,  Hannes en la intimidad, todo ello precedido por un recuento de lo que fue el golpe de fuerza de Lenin, disolviendo la Asamblea Constituyente de la que nacería la nueva Rusia democrática, para, una vez liquidada la democracia formal con un golpe de fuerza llevado a cabo por las fuerzas de Lenin, instaurar la dictadura del proletariado. La delicada historia de amor entre Rosa y Hannes, entre una mujer al borde de la extenuación física y el espíritu del hombre de su vida, escrita desde la perspectiva de la presencia real del espíritu y las posibilidades fáusticas que se abren ante la encarcelada, temerosa de sucumbir físicamente a su encierro adquiere una tonalidad lirica realmente emocionante. Es tan intensa esa historia de amor que quizás Döblin quiso reivindicar a través de ella las emociones de una mujer a quien siempre se valoró por su brillante y poderoso intelecto. A mi entender, este primer capítulo que abre la obra podría incluso ser editado en forma separada como aproximación a la totalidad de la misma y como señuelo para la adquisición de los cuatro volúmenes. Es evidente que todos los lectores de BerlinAlexanderplatz se complacerán en la lectura de la presente obra, pero esa “separata” emocionante bien podría acercar nuevos y fervientes lectores a una obra que merece la mayor de las difusiones y la más entregada de las lecturas, porque son muchas las compensaciones que nos ofrece Döblin, y no es la menor la de poder entender “desde dentro” un periodo convulso pero determinante en la historia europea como fue el nacimiento, el desarrollo y la defunción de la República de Weimar. Si a ello le añadimos la visita de otro espíritu que se hace pasar por Hannes, cuando Rosa Luxemburg se queda en minoría en el seno del recién nacido Partido Comunista Alemán, previniendo a Liebknecht de la inmadurez del proletariado para poder consolidar un golpe de estado por la fuerza armada de la movilización obrera, se consolida un relato de naturaleza gótica que nos permite construir una visión de Luxemburg absolutamente inédita y en las antípodas de lo conocido tradicionalmente acerca de ella.
El volumen final narra con poderosos recursos el desastre final del intento revolucionario, la huida de los dos cabecillas del nuevo partido y la traición que lleva a su detención y a su brutal asesinato por las patrullas de soldados leales a la reacción nacionalista autoritaria, más que a los mandatarios de una República aún nonata. En aquellas verdaderas aguas turbulentas en que se convirtió el regreso de los soldados y la formación de los cuerpos de asalto, los Freikorps, auténticos mercenarios a sueldo, más que soldados del ejército regular, si bien todos ellos acabarían entrando en la Reichswehr, tuvieron un trágico protagonismo en la ejecución de los dos políticos comunistas.
Por otro lado, de las historias que se han ido contando a lo largo de la obra, se presta especial atención a la evolución de Friedrich Becker, quien, tras volver a emplearse como profesor, acaba convirtiéndose en el defensor a ultranza de la dignidad del director a quien se acusa de acoso pederasta a un alumno que comparte con él la pasión por la belleza, la poesía y algo más que nunca se explicita en la novela, aunque se dé a entender. El acoso que sufren profesor y alumno, incluido el padre de este, que literalmente manda al hospital de una paliza al profesor y acaba siendo detenido y encarcelado, le sirve a Becker como ejemplificación de la intolerancia social y convierte la defensa de ambos en un asunto personal que llevará hasta el extremo de incluso perder su trabajo y sumarse a la defensa del cuartel de la policía junto al alumno. Acabado el conflicto, Becker recorrerá Alemania, como un mendigo, en busca de su propia redención. Llegará a visitar a Hilde y Maus, ya casados y con una hija, y en su largo peregrinar acabará convertido en lo más parecido a un profeta que avisa a sus conciudadanos de que se preocupen por su alma, que es lo que importa. En esa tensión mística se incluye la tentación de Satán, quien le cuenta su aventura con Rosa Luxemburg, por cierto. Aunque es llevado ante la justicia en numerosas ocasiones, nunca se le puede acusar de nada subversivo, porque la suya es una misión religiosa, no política. Viviendo a salto de mata donde y como puede, acabará siendo asesinado de forma fortuita y, discretamente, lanzado su cadáver al mar. Antes de deslizarse por la pendiente del misticismo, Hilde se reencontró con Maus y aceptó la proposición matrimonial de éste, quien, habiendo defendido la revolución en un primer momento, al volver a Berlín, se había enrolado ahora en las fuerzas militares que se oponían a ella y defendían al gobierno socialdemócrata de Ebert. Antes de hacer suya la causa del profesor esteticista y homófilo, Becker recobra la razón y comienza a trabajar en el Gimnasium dando clases de griego. A partir de Antígona, el texto que trabaja con los alumnos, se desarrolla una línea de reflexión sobre los deberes de los individuos y los del estado y la posición que los primeros han de adoptar frente al segundo; una reflexión que incide particularmente en su replanteamiento vital, el que le llevará al desengaño del mundo y a abrazar la salvación espiritual.

A pesar de cuanto llevo escrito, tengo la impresión de no haber sabido comunicar el entusiasmo con que he leído esta magna aventura novelística que es Noviembre de 1918. Ha de saberse, sin embargo, que en ella el autor Alfred Döblin ha desplegado un abanico de recursos narrativos que por fuerza cualquier lector ha de sentirse apabullado. Es cierto que el autor manifiesta su aversión a lo que considera una traición socialdemócrata a la causa del proletariado, pero no es menos cierto que, a lo largo de sus casi 2400 páginas, se empeña en calificar de aventurerismo político el intento de golpe de estado del Partido Comunista, encabezado por un personaje excesivamente idealista y aun romántico, como Karl Liebknecht, quien se hizo con el poder en el partido a expensas de una dirigente como Rosa Luxemburg mucho más preparada intelectualmente que él. Es muy posible que la evolución ideológica de Luxemburg la hubiese inducido a militar en el socialismo no autoritario, pero eso es ya retropolítica-ficción que poco o ningún sentido tiene. Lo que nos ofrece Döblin es una visión holística de un momento decisivo en la vida de los alemanes y de los europeos, de ahí que su novela no solo se centre en Alemania, sino que extienda sus centros de interés a la Alsacia-Lorena o a París, con la llegada de Woodrow Wilson para aquella ceremonia de la confusión que acabaron siendo tanto el Tratado de Versalles como la creación de la Sociedad de Naciones. En todo caso, la agilidad narrativa de Döblin, saltando continuamente de una a otra historia, sin apenas confundir al lector “viajero”, permite una lectura fluida y entregada, porque es tanta la Historia que se “aprende” en sus páginas como la que se “vive” a través de unos personajes totalmente extraídos de la realidad con unos recursos de gran novelista, de novelista de la mejor escuela realista, por más que ciertas libertades argumentales, como la irrupción de lo escatológico en forma de narración gótica, con presencia demoniaca incluida, se acepten con absoluta naturalidad e indescriptible goce lector. Quien decida internarse en este ciclo narrativo ha de saber que todo el tiempo que empleare en él le será recompensado generosamente. Y si aún hay alguien que no haya leído Berlin Alexanderplatz, aún podrá alargar la felicidad lectora algunas semanas más.

Dos poemas de la juventud airada rescatados en la vejez indignada.

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George Grosz

Poemas indultados*


                         (*Porque el ejercicio de la gracia, aunque suspende la condena, no borra el delito.)
                                



                        Al César lo que fue el César.
                       

                        I
Los muñones del César,
fétidos y torpes;
el poco esperma que rezuma
aún tiene ese vigor antiguo
con que engendrara cinco hijos.
              ¡Pobre César, desnudo
de sentido su inquieto miembro anciano!

Los ojos pequeños del César
vestidos de crepúsculo,
su pequeña nariz chata
bajo las grandes cristaleras.

La inmunidad del César
frente a los tiempos, abolida;
barrida la fe y los dogmas incólumes,
tiemblan sus trajes impecables
y la devastadora sonrisa.
             ¡Pobre César, estampa
anacrónica su reivindicación moderna!

El cuerpo escaso del César
a merced de extrañas lenguas,
su presencia de vieja águila
en jaula de nieve fotografiada.

Toda la vida del César,
caída y presente, átono esfuerzo
por evitar la oscura muerte
trepando por las canas plateadas.
            ¡Pobre César, extraño,
un poco más cerca del último silencio,
de la primera noche sin impulso;
del tierno reposo que aniquila y confunde el odio!

          
                                II

Me odio, en ti                     Me tranquilizo, de ti
reflejado, César.                 alejado, César.
Muchos de tus gestos         Escapar a tu yugo          
implacables y tiránicos,     fue una falsa victoria.
César visceral,                    Desde lejos mejor aprecio
se forjan en la alquimia      tu nefasta herencia.
de mi sangre                       Te venzo por amor.
siempre en parte tuya.        Y si fuiste enemigo
                                            y si fuiste lo que más odié
Me desespero, en ti             y si fuiste un dictador enérgico,
engendrado, César.              hoy, soldado de tu ejército imaginario,
Me trajo esa lujuria              te rindo vasallaje de amor
deprimente e irreprimida,     en esa fría distancia
trágica, cómicamente;          de quien sufre que seas
liberada en el vientre            quien eres (quien a veces se alegra),
de tu más fiel esclava.           parte cierta de mis días,
                                              fiera bestia que halló la luz
Me asombro, de ti                 al quedarse ciega,
tan próximo, César.              al volver de golpe los años
Vertiste tu impotencia           y agonizar con mirada de niño
de cólera disfrazada               y torpes maneras de anciano.
sobre mis puños crispados
que abro al percatarme,
renegando de tu estampa:
sádico energúmeno acomplejado.

Me destroza, en ti,
tu tristeza, César.
Tu desconcierto frente a todo
es, de alguna manera,
el mío propio;
pero tú venciste las dudas
con esa fe estúpida y violenta.
Tus argumentos reales
tan equivocados como impuestos
No han sido nada, César,
           ¿comprendes?,
 no son más que nada.

Philip Roth: “Los hechos”, autobiografía con reparos.

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Nora Krug
Los hechos: la autobiografía unamuniana de Philip Roth desde la infancia hasta lograr el éxito literario.



Hay cierta semejanza entre Woody Allen y Philip Roth, cuando uno entra en las obras de ambos lo hace como quien entra en casa de un viejo amigo: conocemos sus manías, sus delirios, sus miedos, sus fobias, su credo, sus virtudes…, y es difícil que nos sorprenda, aunque siempre nos sentimos cómodos en su compañía, y a veces hasta reconfortados de que el tiempo no desfigure a las personas hasta el punto de no reonocerlas o de sentirlas distanciadas. Con posterioridad a Los hechos, que fue su primer intento autobiográfico, Philip Roth es autor de otro texto del mismo género sobre la enfermedad y la muerte de su padre: Patrimonio. Una historia verdadera. Prefiero el segundo al primero, pero en Los hechos Roth utiliza un recurso de ficción que nos permite no solo leer el texto autobiográfico sino la autocrítica del mismo y, hasta cierto punto, unas migajas de teoría acerca de la naturaleza y propiedades del genero autobiográfico: Lo único que estoy diciendo es que un libro que se atiene fielmente a los hechos -un destilado de los hechos que renuncia a la furia imaginativa- puede liberar significados que la ficcionalización haya oscurecido, relajado o incluso invertido, y puede remachar unos cuantos clavos emocionales bastante puntiagudos. Roth parte, evidentemente, de la oposición entre la ficción con base autobiográfica, que constituye la mayor parte de su obra, como la nunca suficientemente elogiada Ellamento de Portnoy, y la autobiografía centrada en los hechos desnudos de ese ornamento de ficción que los oscurece hasta desrealizarlos. El método seguido por Roth para la composición de esta obra autobiográfica está directamente emparentado con una obra como Niebla, de Unamuno, autor a quien ignoro si Roth leyó, aunque intuyo que no, porque, de haberlo hecho, es imposibe que no se hubiera colado alguna referencia a esa diálogo soberbio entre Augusto Pérez y don Miguel en casa de este último, cuando el atribulado personaje ajusta cuentas con su creador. Roth escoge a Nathan Zuckerman como privilegiado interlocutor y crítico de sus memorias de infancia, juventud y primera madurez. Le envía el manuscrito mediante una carta en la que le expresa cuál es su posición ante el género: En el péndulo de la autoexposición, que oscila entre el mailerismo agresivamente exhibicionista y el salingerismo secuestrado, diría que yo ocupo una posición intermedia, y le revela el origen del impulso autobiográfico: En la primavera de 1987, en el momento culminante de un periodo de diez años de creatividad, lo que iba a ser una operación quirúrgica de poca importancia se convirtió en una durísima y prolongada tortura física, origen a su vez de una depresión que me condujo hasta el borde de la disolución mental y afectiva. (…) Tras la depresión, lo que hacemos es abalanzarnos, llenos de agradecimiento, hacia la vida corriente, y aquella era mi vida en su variante más corriente. (…) Para recaer en mi vida anterior, para recobrar mi vitalidad, para transformarme en mí mismo, me puse a recoger la experiencia sin transformar. De hecho, fue el cansancio de la “furia imaginativa” -que es como Roth caracteriza a la ficción- lo que lo llevó a prescindir de los disfraces y ofrecer una versión desnuda de sus experiencias vitales, y de ahí, por consiguiente, el título escueto y casi programático del libro, Los hechos. El propósito del autor es muy laudable: Si algo refleja este manuscrito, es mi saturación de las máscaras, los disfraces, las distorsiones y las mentiras, pero la crítica que Zuckerman y su mujer hacen del manuscrito pronto nos convence no tanto del grado inequívoco de artificiosidad e incluso de ficción que hay siempre en la autobiografía, sino de la censura y de la cobardía del autor, quien renuncia a adoptar frente a sus “hechos”, la actitud transgresora que sí emplea en la ficción: Parece que te falta valor -el descaro, los redaños- para hacer en una autobiografía algo que en una novela considerarías totalmente esencial. De ahí, así pues, que Zuckerman se reivindique: quien posibilita que te destripes implacablemente, quien te hace de médium en los verdaderos enfrentamientos contigo mismo…, soy yo, convenciéndonos de que es en sus obras de ficción donde podremos hallar la “verdadera” autobiografía del autor. Es significativo que Zuckerman comience dudando del papel de cada cual: Ya ni siquiera estoy seguro de quién de los dos es el hombre de paja. Al principio pensé que era él, en su carta a mí… Ahora parece que soy yo, en mi carta a él. Es irrelevante afirmar que no confío en él cuando la manipulación es el mensaje, lo sé, pero el caso es que no, que no me fío. ¡Y cómo fiarse de ese viejo zorro astuto de Roth, que ha pasado las de Caín y ha escarmentado en mil conflictos, sobre todo amorosos, como el de su primer matrimonio con Margaret Martinson, extrañamente Josie en Los hechos, o el último con la actriz Claire Blomm, cuyas memorias vengativas no lo dejan bien parado, que se diga! De hecho, la acuciante duda metafísica de Zuckerman es, como no podía ser de otra manera, el desconocer la fuente recóndita de donde él y su mujer nacieron: ¿Quiénes somos, nosotros dos, en todo caso? Y ¿por qué? Tu autobiografía no nos cuenta lo que pudo ocurrir en tu vida para que nosotros surgiéramos de ti. Hay un enorme silencio en torno al asunto. Lo que Roth deja manifiestamente claro es la enseñanza que le depararon hechos como el de su primer matrimonio, por más que tropezara por segunda vez en la misma piedra, desdiciéndose: no podía desaprender de la noche a la mañana lo que varios años de batallas legales me habían enseñado, a saber: que nunca, pero nunca nunca, debía ceder al estado ni a su poder judicial la posibilidad de decidir con qué persona debo contraer el compromiso más profundo, ni de qué modo, ni durante cuánto tiempo. Hay algo, en Roth, de don Juan ingenuo que atenúa la acritud evidente con que encaró el drama matrimonial cuya historia se cuenta, como parte fundamental, en esta breve autobiografía en la que el estilo transparente y casi de acta notarial no se altera en ningún momento. Hay poco espacio para el virtuosismo estilístico y una deliberada voluntad documental. Se advierte, con todo, el enorme esfuerzo de contención llevado a cabo por el autor, aunque aquí y allá salten, de vez en cuando, algunas chispas de su cáustico humor. Por lo que se pregunta Zuckerman, tras leer el manuscrito es por la preeminencia de los hechos frente a la ficción, lo que equivale a interrogarse sobre sí mismo, claro está: ¿Por qué será que cuando hablan de los hechos se sienten en terreno más seguro que cuando hablan de la ficción? La verdad es que los hechos son mucha más reacios y difíciles de manejar e inconcluyentes, y verdaderamente pueden reducir a cero la propia modalidad de búsqueda que la imaginación abre. No es el caso de Los hechos, sin duda, porque es evidente el conocimiento que se adquiere de la vida de Philip Roth tras la lectura del libro, pero no es menos cierto que la lectura nos deja un poso de insatisfacción -ese “querer saber más y más” a que empuja la curiosidad por las vidas ajenas- que tiene todo que ver con la selección de la realidad efectuada por el autor:  Este manuscrito -escribe Zuckerman- opta claramente por la versión chico simpático. En una autobiografía no parece haber más elección que la de privilegiar dicha vertiente, quizá porque el género te señala que, seguramente, es más prudente suprimir la libre exploración de casi todos los demás aspectos que integran una personalidad humana. Es muy estimulante esta esquizofrenia autor-personaje mediante la que Roth reflexiona sobre el hecho autobiográfico y sus evidentes trampas y limitaciones. Zuckerman nos dice que conviene no ser ingenuos, aun a pesar de que el autor se reconoce como tal: también eso puede afirmarse de nosotros, sin mentir: somos muy ingenuos, incluso los más listos, y no solo de jóvenes, a la hora de medir exactamente el alcance de las revelaciones hechas por el autor y su actitud ante ellas, porque a lo largo de Los hechos tiene el lector la impresión de que solo tangencialmente tienen que ver esos hechos con la vida del autor, como si no le hubieran afectado, porque apenas hay descripciones convincentes de sus reacciones, más allá del acta escrupulosa de las respuestas sociales de rigor. O, como dice Zuckerman, no puedes o no quieres hablar de ti mismo por ti mismo, o sólo lo haces de ese modo tan decoroso. Eso es, sin duda, lo más decepcionante de la autobiografía: el pudor, que es de lo primero que se desembaraza Roth cuando se pone a escribir ficción. Y de ahí, por consiguiente, la convicción legítima del crítico Zuckerman, con la que nos identificamos los demás lectores: mi impresión es que has escrito metamorfosis de ti mismo tantas veces, que ya no tienes ni idea de qué eres o has sido alguna vez. Ahora, no eres más que un texto andante. ¡Que no es poco!, me atrevería a decir: ¡nada menos que un texto andante…! 

El humor quintaesenciado de Noel Clarasó: “Diccionario humorístico”.

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Noel Clarasó o el humor ordenado lexicográficamente;  Diccionario humorístico: humor genuino de la mejor estirpe española: Juan Ruiz, Quevedo, Ramón,  Jardiel, Tono,  Mihura…

  
Poco a poco llevo a cabo mi incursión en los muchos campos genéricos por los que transitó un autor célebre en su época y olvidado en la actual, Noel Clarasó, a quien vuelvo cada vez que me tropiezo con algo suyo por las librerías de lance. Clarasó tocó muchos géneros, pero si en alguno tuvo especial fortuna fue en el de esos libros que solo cabe clasificar bajo el marbete de miscelánea o “cajón de sastre”, me refiero a sus tratados de urbanidad, de didáctica de la expresión, de jardinería o a su monumental Antología de textos y citas de la editorial Acervo, publicado en 1970, o al que hoy me ocupa, el Diccionario humorístico, publicado en la Colección Arco de las Ediciones de la Osa Menor en 1950. Clarasó es, por muchas razones, un autor singular cuya importancia objetiva aún no ha sido establecida por los críticos, a pesar de la revalorización de tantos autores de posguerra como se llevado a cabo en los últimos tiempos. Salvador Pániker lo entrevistó en su libro Conversaciones en Cataluña, y en él lo describe como un autor extraordinariamente catalán: trabajador, ordenado, irónico, desconfiado, solitario y místico. En la conversación, Clarasó hace gala de su método de trabajo, cuya base fundamental es un archivo (una “base de datos”, diríamos hoy) envidiable e incomparable, construida día a día, y en la que el autor hallaba cuantos datos requería para sus muy diversas obras y, sobre todo, para su columna, durante 40 años en La Vanguardia, Los pro y loscontra, ubicada en la dignísima página de Pasatiempos, cuando aún el crucigrama no era “de autor”, pero sí los jeroglíficos,  del eterno Ocón de Oro. Clarasó, a pesar de la descripción de Pániker, está aún más olvidado en la literatura catalana en la que fue ganador del Premio Crexells en 1938, el último de la época republicana, con una novela Francis de Cer que, hasta donde yo sé, jamás ha sido editada. Escribió más obras en catalán, pero no parece que haya despertado el interés de los editores catalanes, acaso por la relevancia del autor en la literatura en castellano. En todo caso es un ejemplo más de la naturalidad bilingüe del catalanismo bien entendido y dominante, tanto entonces como hoy.
         La tendencia de Clarasó al pseudónimo, a la pluriidentidad, lo convierte en un autor al que me siento espontáneamente inclinado, dada mi propia afición a los heterónimos. El más famoso de los de Clarasó es León Daudí, un anagrama de su propio nombre y el segundo apellido de su padre, el escultor Enric Clarasó, un pseudónimo que le sirvió para el protagonista de sus novelas policiacas y como autor de frases ingeniosas. De hecho, en su enciclopedia de textos y citas aparece por duplicado, como Noel Clarasó y como León Daudí. Bien podría haber aparecido también como Blas, el personaje de quien recopila sus pensamientos en Observaciones y máximas de Blas.
El presente Diccionario humorístico, en la vena de otros famosos como el del Diablo, de Bierce, el de frases hechas de Flaubert o el más reciente Diccionario de Coll, bien podría haberse titulado también Diccionario de Clarasó, porque en él hallamos al genial inventor de unas definiciones lexicográficas que, emparentadas con los proverbios, los aforismos, los refranes y las greguerías, consiguen que el lector pase ratos excepcionales, a los que puede recurrir cuando otros menesteres más ingratos le hagan fruncir el ceño, torcer la boca o recurrir a la blasfemia… o en circunstancias como el cuidado de los enfermos, las esperas en las salas médicas o los viajes en transporte urbano. El subtítulo del volumen es una pista de por dónde va el contenido: Este diccionario contiene más de 3000 definiciones que explican un sentido nuevo de las palabras inaceptable desde todos los puntos de vista para los que solo saben tomarse la vida en serio. A partir de aquí, así pues, los lectores sabrán que internarse en el presente Diccionario humorístico, supone una incursión en un humor muy concreto, heredero del de la posguerra y de aquella escuela del humor que fue La Codorniz o el teatro de Jardiel Poncela y de Mihura. Si a ello le añadimos la herencia perceptible de Ramón Gómez de la Serna y de sus greguerías, aunque no solo de ellas, tendremos una descripción más o menos aproximada del marco en que se encuadra el humor de Clarasó. 
         Quisiera destacar, porque me parece admirable, la inmensa capacidad de trabajo de Clarasó, quien jamás desmayó en su esfuerzo, y prueba de ello son los más de 70 libros publicados y los innumerables artículos de prensa. En términos de invención, aunque el nivel crítico de exigencia tenga sus más y sus menos, un volumen de 3000 frases ingeniosas supone un derroche de creatividad que asombra a cualquiera; y que más de un centenar de ellas sea extraordinario, para quien esto escribe, resulta literalmente abrumador. Las dotes de observación de Clarasó exceden de lo común y de ello se beneficia el lector, a quien el autor parece siempre tener presente, porque, al fin y al cabo, en la medida en que se convirtió en escritor profesional, fue fiel siempre a su método de trabajo y a su triple objetivo básico: interesar, entretener y sorprender. Dada su afición a la jardinería, no es de extrañar que le revelara a Pániker que su ideal de vejez era la del hortelano de un convento de frailes, aunque ese “retiro” lo practicó en vida, dedicado a su oficio de escritor polifacético, a lo que contribuyó, sin duda su recalcitrante soltería, como la de Miguel Mihura. Que el humor parezca estar reñido con la vida en pareja es una derivada por la que acaso en algún momento convenga hacer una excursión. En todo caso, y aunque la mujer es el personaje indiscutible del libro, el interés de Clarasó por la práctica totalidad de los asuntos humanos nos depara verdaderos hallazgos entre los que quiero señalar algunos que me parecen algo más que afortunados. Hemos de partir de la base de la definición de humor con que arranca en el escueto prefacio:  El humor es, para nuestro autor, la apariencia sin transparencia, es decir, y aunque sea mucho decir, una suerte de objetividad esencial que se detiene en el cuerpo de la cosa, desdeñando el alma o la trascendencia de la misma. Como añade poco después, para los espíritus sencillos, el humor es siempre implacablemente lógico. Esa lógica, está claro que es la del absurdo, una corriente literaria en la que bebió Clarasó como lo hicieron todos los humoristas a partir de las vanguardias. Con esa premisa, y en riguroso orden alfabético, nos encontramos con Adolescencia, la edad entre la pubertad y el adulterio, donde ya se va perfilando un pensamiento de marcado carácter tradicional; con Alcohol: Líquido incoloro que lo conserva todo menos los secretos; con Amor: El único deporte con adversario en que los dos salen perdiendo, donde se sigue perfilando el  antisentimentalismo propio del humor Clarasoniano; con Cabeza: La cabeza es la única parte del cuerpo que conviene perder de vez en cuando; con Calor y Frío: El calor es más molesto que el frio; lo que ocurre es que el frio viene en la peor época del año; en verano nadie lo notaría, donde advertimos con nitidez la impronta humorística propia de aquella época: el frío viene en la peor época del año…, esa suerte de hallazgo espontáneo del humor en la expresión natural del lenguaje coloquial; con Carne y Alcohol: Es difícil emborracharse cuando la carne está pronta, sobre todo si el alcohol es débil, donde se parodia el evangelio; con Cartas de amor: Las cartas de amor se empiezan sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha dicho, que insiste en la crítica radical del sentimentalismo, sobre todo del ñoño; con Casados sin hijos: Los casados que no tienen hijos son como un soltero partido en dos, donde advertimos la huella indeleble de las Greguerías de Ramón; con Comprender: El hombre inteligente dice a la mujer que la comprende; el necio trata de demostrárselo, donde advertimos esa suerte de cosmopolitismo mundano que está de vuelta de todo y que casi coloca al aforista por encima del bien y del mal; con Cultura: La cultura consiste en no disparatar cuando se habla de cosas que los otros saben mucho mejor; con Desistir: Desistir honradamente de los buenos propósitos también es, en cierta manera, ser hombre de carácter, un perfecto ejemplo de la sabiduría existencial de quien, más allá de la frivolidad de muchas de las reflexiones contenidas en el volumen, sabe ascender a auténticas reflexiones emparentadas con los mejores autores del género aforístico; con Habilidad: No luzcas tus habilidades en público; si todo te sale bien, nadie te alabará; si fracasas, se reirán de ti; con Hablar: Al que nunca habla de sí mismo, nadie le paga en la misma moneda, tan ilustrativo de su perspicacia y sutileza; con Hacer: Una madre tarda veinte años en hacer de su hijo un hombre, y otra mujer hace de él un tonto en veinte minutos, donde a esa suerte de misoginia de época se le suma un feliz ocurrencia semántica; con Hombre y abrigo: Al hombre, para colgarlo, le quitan el abrigo; y al abrigo, para colgarlo, le quitan el hombre, en el que la veta sombría de no pocas de sus reflexiones emerge con una aspereza que no difumina el acierto de la perspicacia; con Indeciso: El hombre indeciso, si persiste, se ahorra mucho trabajo, que parece una descripción del presidente en funciones Mariano Rajoy; con Largo: Los sueldos están bien; pero los meses son demasiado largos, en que se recurre a la inversión del planteamiento para descubrir el humor;  con Lógica: Los que dominan la lógica aplastante no demuestran nada, pero aplastan a los otros; un hombre aplastado no es un hombre convencido, donde se aprecian con nitidez las aplastantesdotes racionalizadoras del autor;  con Pelmazo: Un pelmazo es una persona que no tiene el don de la conversación, pero sí el don de la palabra, una prueba irrefutable de una experiencia común condensada con la mayor eficacia y el consenso prácticamente universal; Pulgas: Los ladridos del perro no asustan a sus pulgas, un auténtico prodigio de reflexión paradójica; con Recordar y olvidar: Algunos hombres, para recordar, se atan un hilo alrededor del dedo; y otros, para olvidar, se atan una cuerda alrededor del cuello, tan sombría como “exigida” por la práctica cotidiana trivial que en ella se refleja; con Ser y parecer: Parecer lo que se es es mucho más difícil que no ser lo que se parece, donde el retruécano se pone al servicio de una reflexión de honda raigambre clásica;  Sordo: Los sordos de un solo oído siempre están de perfil, una perfecta greguería ramoniana; con Versión: Toda escena entre un hombre y una mujer tiene tres versiones distintas: la del hombre, la de la mujer y lo que de veras ha sucedido, que, como buena parte del corpus definido, tienen a la guerra de sexos como motor de la creación humorística, algo de contrastada eficacia para el gran público, de ahí la popularidad del autor, quien la refrendó a través de los guiones de series televisivas tan famosas en su momento como Tercero izquierda, con un actor tan fantástico como José Luis López Vazquez, un genio español del humor histriónico, nuestro Groucho particular, o de una película, El diablo toca la flauta, de José María Forqué, que exigiría una revisión urgente, con otro actor descomunal como José Luis Ozores, y con guión del propio Clarasó; con Vulgar: Ser vulgar tiene ciertas ventajas; es la única manera de congeniar con todo el mundo, menos con los escogidos, que suelen ser insoportables, en el que el autor hace una declaración de principios frente a las élites culturales que, sin duda, lo miraron siempre por encima del hombro, por más que su obra, hecha con mimbres de la mejor calidad, les dé sopa con hondas a muchos de esos exquisitos, auténticos esquistos fragilísimos…
Para quienes quieran seguir disfrutando, y como anticipo del total de la obra, si la encuentran en esos bazares de la sorpresa que son las amadísimas librerías de lance, dejo aquí el resto de las entradas del diccionario que había seleccionado, siendo consciente de que muchas de ellos merecerían ser destacadas en mi selección de la selección:
Admiración: Muchas admiraciones literarias obedecen a no haber leído ninguna de las obras del escritor admirado.
Agradar: Para agradar a las personas inteligentes hay que alabarlas por las cualidades que no tienen; para agradar a los tontos, el mismo sistema es bueno.
Altruismo: El arte de hacer cosas en favor del prójimo por razones personales.
Amar y Odiar: El amor es mucho más fuerte que el odio; podemos amar sin conocer, pero solo podemos odiar al que conocemos bien.
Ancianidad: Hasta ahora solo se ha descubierto un sistema de vivir cien años: cuidarse mucho a los noventa y nueve.
Aplauso: Al principio de un discurso los aplausos expresan fe, hacia la mitad, esperanza, y al final, caridad.
Brillante: Los brillantes son una prueba evidente de que no es oro todo lo que reluce.
Capital y Trabajo: El dinero que se pide prestado a otro es el capital; y lo que hace después el otro para recuperarlo s el trabajo.
Carácter: Lo que queda de cada uno de nosotros cuando se ha perdido todo lo demás.
Celos: Los celos son una pasión, aunque parecería más gramatical que fueran carias pasiones.
Cobardía: Condición que muchos hombres se atribuirían, si tuvieran suficiente valor para ello.
Competencia e Inteligencia: La competencia de los hombres se conoce cuando hablan de lo que entienden; la inteligencia, cuando hablan de lo que no entienden.
Conciencia: Después de una mala acción pública es más fácil acallar la conciencia propia que la lengua de un vecino.
Confortable: El dinero no da la felicidad; pero es lo único que permite no ser feliz de una manera confortable.
Conocerse a sí mismo: El hombre que se conoce bien a sí mismo no muestra mucho afán por enmendar a sus vecinos.
Consuelo: La mujer es el único consuelo del hombre que, por causa de la mujer, necesita consuelo.
Convencer: Los razonamientos no convencen a nadie; los gritos tampoco, pero hacen perder menos tiempo.
Conversación: Lo menos parecido a una conversación es el diálogo de los profesores de idiomas con sus discípulos cuando les enseñan a sostener una conversación.
Crítico: Los críticos son las solteronas del arte.
Curso natural: Es el que siguen todas las cosas, aunque muchas veces nos parezca que nosotros las hemos forzado.
Decir: Algunos hombres nunca dicen lo que quieren decir; no es difícil entender lo que dicen, pero es difícil entenderlos a ellos.
Dermatólogo: El dermatólogo es el médico más afortunado, pues sus clientes raras veces mueren y raras veces se curan.
Diplomacia: El arte de dar a entender a un hombre que está equivocado, diciéndole que toda la razón está de su parte.
Disertación: El resultado de diluir una idea de un minuto en una palabrería de una hora.
Dominarse: Para hablar bien de otro, uno ha de aprender a dominarse.
Duro: Los pollos que se mascan con dificultad parecen nacidos de un huevo duro.
Encantadora: La mujer más encantadora es la que nos permite caer en sus brazos sin caer en sus manos.
Escritor y obra: Aunque el escritor suele valer más que su obra, es más cómodo soportar la obra que soportarlo a él.
Estilo: Cualquier forma literaria que no consista en ir diciendo las cosas con claridad una después de otra.
Experto: El hombre que dice hoy lo que ha de suceder mañana, y mañana explica las razones por las que ha sucedido otra cosa.
Fe y felicidad: Fe y felicidad se distinguen en el precio; por esto se habla de la fe del labriego, no de su felicidad. La fe es barata porque ha de estar al alcance de los pobres.
Filántropo: Un filántropo es un rico pobre de recursos.
Fracaso: Muchos fracasos proceden de haber olvidado que las cosas solo se arreglan cuando están estropeadas del todo.
Generalmente: La mujer, generalmente, está generalmente hablando.
Grito: Un grito corto es más eficaz para hacer callar al prójimo que un argumento largo.
Hablar de otro: Si hablas mal de otro, se defenderá; si hablas bien, se molestará porque no has hablado mejor.
Hablar y callar: No por mucho hablar se dicen más cosas, ni por mucho callar, se sabe menos.
Hombre: El animal doméstico que pasa menos tiempo en casa.
Hombre: Los hombres no se conocen en un año, pero se inventan en un día.
Incognito: Al hombre se le conoce por sus obras; pero muchos viajan de incógnito.
Insomnio: El insomnio es una de las formas más expresivas del triunfo del espíritu sobre la materia.
Interpretar: Di siempre las cosas, aun al hablar con sinceridad, de suerte que se puedan interpretar de dos maneras.
Inversión: La primera condición para que una inversión de dinero no sea un mal negocio es que el dinero lo ponga otro.
Investigación: Tomar el material de otro escritor es plagio; tomarlo de muchos a la vez es investigación.
Ironía: La ironía es el peine que nos da la experiencia cuando ya, por la edad, hemos perdido el cabello.
Libro: Nada estropea tanto un libro como su lectura.
Libro: Muchos libros caen en el olvido; sobre todo los que han sido prestados.
Línea curva: La distancia más amable entre dos puntos.
Línea recta: La distancia más triste entre dos puntos.
Madurez: El hombre, en la madurez, empieza a tener ideas claras sobre la mujer; antes, en la juventud, solo tiene sentimientos confusos.
Mal: Las cosas que se han aprendido a hacer mal, cuanto mejor se saben, peor.
Mal menor: Todo mal es un mal menor; lo peor no ha sucedido nunca.
Mal sin dolor: La falta de sabiduría es un mal sin dolor.
Mansedumbre: El día que los toros decidan acabar con las corridas solo  tienen un sistema con el que se consigue todo: la mansedumbre.
Matrimonio: Hay quien no puede opinar sobre el matrimonio porque está debajo.
Monogamia: La unión de un hombre con una sola mujer se llama monogamia; pero no siempre se equivocan los que la llaman monotonía.
Mueble: Hay otros muebles tan feos como los pianos, pero por lo menos callan.
Necesidad del país: Lo que todo país necesita es que menos gente se ocupe de satisfacer las necesidades del país.
Negro: Es peligroso casarse con una mujer que parezca más guapa vestida de negro.
Nombre: Un nombre, en sí, no es bueno ni malo; lo malo es, a veces, la persona que contesta cuando se dice aquel nombre.
Nombre: La mujer que muestra prisa en llamar a un hombre por su nombre propio, probablemente busca el apellido.
Novela policiaca: En la novela policiaca perfecta solo el lector está libre de sospecha.
Ojos: Algunas mujeres cierran los ojos cuando un hombre las besa; pero nunca cuando un hombre besa a otra mujer.
Optimista: Un hombre cuya máxima fundamental es esta: vale más perder que perder más.
Otros: Los otros son lo que más nos consuela de ser como somos.
Palabra: Si los hombres solo hablaran cuando tuvieran algo que decir, dentro de diez generaciones se habría perdido el uso de la palabra.
Paracaídas: Nadie se ha quejado aún de que no se le haya abierto el paracaídas.
Pensamiento original: Para tener pensamientos originales hace falta haber leído mucho.
Periódico: Un conjunto de superficialidades impresas en el dorso de los anuncios.
Pesimista: Un pesimista es un hombre que en el queso de Gruyère solo ve los agujeros.
Piernas: La mujer está muy segura de su inteligencia; pero si quiere convencer a un hombre le muestra las piernas.
Pleito: Algo que nadie desea tener y que nadie desea perder cuando lo tiene.
Poeta desesperado: Uno que empieza por poner fuego en sus versos y acaba por poner sus versos en el fuego.
Prometer: Es más fácil prometer un bienestar que darlo; el que más da es el que da esperanzas.
Proteger: Dios nos protege, pero no contra nuestros enemigos; porque también ellos son hijos de Dios.
Proverbio: Los que viajan solos no pueden comprobar la sabiduría del proverbio: más vale viajar solo que mal acompañado.
Psicología: Una ciencia que nos cuenta lo que todo el mundo sabe, en un lenguaje que casi nadie entiende.
Puntual: Ser puntual es el sistema más seguro de esperar a los demás.
Punto de vista: Toda cuestión tiene dos puntos de vista: el equivocado y el nuestro.
Pura verdad: La pura y simple verdad raras veces es pura y nunca es simple.
Quedar: Muchas de nuestras desgracias proceden de no habernos sabido quedar en casa.
Reloj: Para que la gente se fije en un reloj valioso ha de estar parado; si anda, sólo se fijan en la hora.
Reparar: El daño que hace una sola frase sincera en un momento de acaloramiento no se puede reparar en un año de atención.
Seductora: Hay mujeres tan seductoras que uno prefiere que se casen con otros.
Segundas nupcias: Casarse con una viuda es como vestirse en prendería; la ropa usada, si no huele al primer dueño, lo recuerda siempre.
Sentido del tacto: El amor es ciego; por esta razón los enamorados tienen tan desarrollado el sentido del tacto.
Sexo: Los dos sexos se parecen en una cosa: ambos desconfían de las mujeres.
Silencio: El mejor sustitutivo de la inteligencia.
Situación general: Si quieres halagar a alguien, ponte serio y pregúntale lo que piensa de la situación general.
Sombra: La mujer se parece a la sombra propia; si la sigues, se va; si huyes de ella, te sigue.
Substituir: Hay personas que se substituyen a sí mismas con gestos y con palabras, más grandes que sus ideas.
Sueño: Para que los sueños se conviertan en realidad hay que madrugar mucho.
Suerte: La suerte es el ídolo de los perezosos, que solo protege a los demás.
Suerte: Si un hombre galantea a una mujer y ella llama a un policía, es una suerte para el hombre; peor habría sido que ella llamase a un cura.
Tachaduras: Grafismos que muchas veces revelan la calidad de un escritor.
Telegrama: Texto que escribe un hombre que tiene prisa y lleva otro hombre que no tiene tanta a un tercero que no tiene ninguna.
Tentación: Se ha de tener el valor de sucumbir a las tentaciones, y la humildad de no hacer gala de este valor.
Tocar: Tocar de pies en el suelo nunca ha querido decir no llevar zapatos.
Trabajo, descanso y vacaciones: Es fácil combinar el trabajo con el descanso; pero es casi imposible combinar las vacaciones con el descanso.
Uñas: Los relajes parados son inofensivos, como gatos con las uñas cortadas.
Vacío: Hasta las personas desagradables, cuando se marchan, dejan un vacío.
Venganza: La venganza es una virtud tan aristócrata, que se opone al ejercicio de todas las demás.
Vergonzoso: Algo vergonzoso hay en el dinero, cuando nadie se atreve a confesar todo el que tiene.

Zapato: Prenda de vestir de la que carecen siempre las mujeres elegantes en el momento de vestirse.
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